'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El dilema Griego
Por Alejo Vidal-Quadras
27 de enero de 2015

Tras la indiscutida victoria de Syriza en las elecciones legislativas griegas del pasado domingo, el nuevo primer ministro Alexis Tsipras tiene ante sí dos caminos. El primero consiste en pedir a Bruselas una significativa quita de la deuda acompañada de una apreciable rebaja de los intereses y de un alargamiento notable del plazo de devolución. Estas medidas irían acompañadas de la relajación de la política de austeridad impuesta hasta ahora por la Troika y de un crédito adicional para aplicar mejoras sustantivas a las pensiones y al salario mínimo, así como ayudas para los afectados por desahucios y para los ciudadanos en estado de precariedad. Es decir, sentarse ante Ángela Merkel, Jean Claude Juncker, Mario Draghi y Christine Lagarde y exigir lo imposible. Este planteamiento no sería aceptado y en caso de de que Tsipras se negase a respetar las condiciones del Memorándum en vigor, Grecia sería expulsada del euro y quizá de la Unión Europea, transformándose en un paria internacional y condenando a sus habitantes a la miseria.

El segundo camino es el de la sensatez, o sea, no solicitar quitas y negociar con flexibilidad e inteligencia una reestructuración de la deuda que haga más llevadero su pago y continuar con las reformas que hagan competitiva la economía griega, a un ritmo algo menos severo, pero con el mismo resultado final. Este procedimiento, debidamente escenificado, tendría la gran ventaja de que no crearía vencedores ni vencidos y permitiría salvar la cara tanto al Gobierno griego como a las autoridades comunitarias. Los mercados, que ya están descontando esta posibilidad con alzas en las Bolsas, se tranquilizarían y todo el mundo saldría ganando. Tsipras merecería las alabanzas del resto de Europa como estadista responsable al tiempo que los griegos se sentirían aliviados por haber recuperado su «dignidad» y evitado la ruina total que les espera en las tinieblas exteriores a la Eurozona.

No hay que olvidar que la penosa situación en la que se encuentra Grecia no es fruto de la maldad del capitalismo opresor, sino de la incompetencia de sus clases dirigentes, de la venalidad de sus funcionarios, del fraude fiscal generalizado y de un sistema de beneficios sociales disparatado en su prodigalidad. En la cuna histórica de Europa, casi nadie pagaba impuestos, la profesión de peluquero se consideraba de alto riesgo a efectos de edad de jubilación, los sueldos públicos eran del nivel de los alemanes y cada diputado nacional o europeo disfrutaba de un coche oficial con chófer las veinticuatro horas del día. A mayor abundamiento, la entrada en el euro de Grecia fue posible porque las cuentas presentadas a Bruselas estaban trucadas e incluían una cifra de déficit cuatro veces inferior al real, con la bendición de unos auditores de Goldman Sachs debidamente lubricados con minutas de centenares de millones. Más que su dignidad parece que lo que el pueblo heleno ha de recuperar es la honradez, la seriedad y la productividad.

 

La doctrina de salvar la moneda única costase lo que costase, aplicada en los tres primeros años de la crisis, ha perdido vigencia. España está estabilizada, Irlanda y Portugal fuera de peligro y Chipre es una minucia. En cuanto a Francia e Italia, parece que Valls y Renzi se han puesto en serio a la a la tarea de ganar competitividad y eficiencia. Por tanto, Berlín y Frankfurt, que son los dos verdaderos centros del poder europeo, podrían perfectamente cambiar de enfoque y en vez de tratar de evitar a toda costa el efecto dominó, inclinarse por cortar con firmeza la rama podrida con fines de saneamiento ejemplarizante. Más les vale al izquierdista Tsipras y a sus compañeros nacionalistas de derechas calmar su fervor reivindicativo y buscar un acuerdo realista con sus acreedores. Como reza del dicho catalán, quién paga, manda. Olvidarlo suele tener muy malas consecuencias para el rebelde.

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