Hace muchos años, en 1982, cuando la mitad de vosotros no habíais nacido, el PSOE de Felipe González ganó las elecciones y un joven profesor muy bienquisto en medios progresistas saludó alborozado el advenimiento de “la vicerrevolución”. Aquel profesor era Fernando Savater, que después, durante años, iba a desempeñar un papel muy relevante como gurú de la izquierda española. Ese papel, sin embargo, fue menguando a medida que el poder de la izquierda fue creciendo. También a medida que la izquierda se acobardaba y Savater, por el contrario, echaba mano de coraje en el sórdido conflicto vasco. La izquierda acabó repudiando a Savater. Como a tantos otros de los suyos.
Hoy la izquierda política española es, intelectualmente hablando, un páramo sembrado de sal. No porque no haya cerebros notables en la izquierda, sino porque la izquierda política se ha hecho a sí misma una brutal lobotomía. Zapatero convirtió al PSOE en una secta destructiva y en esa orilla de la vida pública ya sólo quedan, pudriéndose encallados, eslóganes nihilistas sobre la transexualidad y la revancha histórica. Por eso a Savater, por ejemplo, ya sólo le hace caso la derecha (y desde luego, no toda). Parece el castigo de algún dios travieso y canalla.
Savater se ha equivocado muchas veces, pero tiene ese talento difícil del tipo que se somete a crítica continuamente, de manera que se rehace, se recompone y vuelve a la primera línea con banderas de ideas siempre francas y valientes, que invitan a la discusión. Lo hizo en el caso vasco –a riesgo de la propia seguridad personal- y lo ha hecho también en el caso catalán. En un país normal (la España de hace veinte años, por ejemplo), la voz de un personaje así sería siempre escuchada y discutida. En la España de hoy, no. Aquí sólo tienen voz oficial los paniaguados, los gritones y los monstruos de feria. No hay debate público, sino sólo tecnocracia, demagogia y circo, lo mismo a izquierda que a derecha. Para enunciar una idea has de retirarte al bosque. Al bosque de este periódico, por ejemplo. Bienvenido al bosque, Fernando Savater.
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