«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

De castas y privilegios

Urdangarín ha sido condenado a una pena de cárcel. Ese es el titular que abre hoy todas mis cabeceras:
El País: ‘El Supremo condena a cinco años y 10 meses a Urdangarín’
ABC: ‘La Justicia condena a Urdangarín a la cárcel’
El Mundo: ‘Urdangarín irá a prisión’
La Razón: ‘Urdangarín tendrá que ingresar en prisión a la espera al recurso al TC’
Me quedo con el titular de El Mundo. El de El País es más preciso, pero innecesario como titular de primera. Los chicos de El Mundo entiende cuál es la noticia, qué la hace interesante y, sobre todo, qué responde al debate social de estos años que ha durado el caso. Es, en fin, el mentís a los que repetían en redes sociales eso de: «Pero vais a ver cómo el cuñado del Rey no pisa la cárcel…», primos de aquellos que apostaban a que Bárcenas no volvería a prisión. Gabriel Rufián, por citar un caso eximio, se quedará sin uno de los grandes argumentos en sus tuits, repetitivos como la lluvia.

La izquierda representa una ideología de oposición al poder, de los desposeídos, y esa retórica funciona tan bien que la mantiene incluso en el poder, ya sea político o -el importante- cultural. Por eso es necesario fantasear con que las castas privilegiadas de antaño lo siguen siendo.
Pero todos sabemos de qué va la vaina de verdad; todos sabemos qué ‘colectivos’ están realmente privilegiados, en el sentido de que atacarlos u ofenderlos puede atraer la verdadera ira de los poderes fácticos. Y, como han demostrado sobradamente la revista El Jueves o Mongolia, la Familia Real no figura entre ellos.
No me referiré a ninguno porque el lector es suficientemente inteligente y está lo bastante al día. Solo le ruego que piense en qué grupos hay que atacar de algún modo, qué causas hay que ofender -y tienen la piel muy delgada- para meterse en verdaderos problemas de todo tipo, así seas un juez o un ministro.
La otra gran noticia del día, la que debería abrir portadas y telediarios en todo el mundo si el periodismo fuera ese sacerdocio de la verdad objetiva y relevante que se pretende, es la reunión, tras más de medio siglo de guerra en pausa, del presidente de Estados Unidos y el líder de Corea del Norte.

Pero sucede, ay, que el presidente en cuestión es Trump, y decir algo bueno de Trump es anatema, un tabú cuya vulneración puede destruir carreras en este sector. Si Trump salvara personalmente a un niño caído en la jaula de un león, los medios titularían que el presidente americano priva a un pobre animalito de su alimento.
El País sabe que no puede dejar de sacarlo en primera, pero el titular es de tirarse al suelo de la risa: ‘Trump y Kim firman un acuerdo retórico sin compromisos concretos’. Ahora piensen que todo fuera exactamente igual, todo, pero que el protagonista por el lado americano fuera Obama. ¿Ya? Bien, seguimos.
Naturalmente, están castigados sin foto.
Del ABC no diré nada, porque tiene la excusa de su portada monotemática que, como hemos visto, va para Urdangarín.

La Razón deja el histórico encuentro en la séptima y última noticia, casi imperceptible: ‘Trump y Kim llegan a un supuestos acuerdo para la desmilitarización’. ¿A que uno se imagina al redactor mascullándola, con ese «supuesto» que todos adivinamos que no existiría con cualquier otro líder americano?

El Mundo vuelve a demostrar que es el único diario que recuerda a un periódico de toda la vida. Da la foto de ambos líderes avanzando el uno hacia el otro, ambos con la mano extendida, y titula con un entrecomillado: «Detendremos los juegos de guerra». Chapeau.

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