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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una teoría de la democracia

¿Qué igualdad autonómica? ¿Cuándo han sido iguales las comunidades, en qué sentido? 

Abre ABC con el grabado de un viejo tren decimonónico con la bandera de Extremadura, la comunidad que el progreso ferroviario olvidó, y el metafórico titular: ‘La igualdad autonómica descarrila en Extremadura’. ¿Qué igualdad autonómica? ¿Cuándo han sido iguales las comunidades, en qué sentido? En la atención de Madrid, existen las que pesan electoralmente o las que pueden darle dolor de cabeza.

‘Las exigencias de Vox abren un foco de inestabilidad en la alianza de la derecha’, abre El País. Es como si llevaran una pegatina, ‘Derecha’, y eso les convirtiera en tribus afines, no sé, quizá por parentesco, pero huecas en ideas. ‘Derecha’ por definición, porque los otros ya han elegido no solo su etiqueta -izquierda-, sino el privilegio tácito de colocarles a los demás la que deseen. Son ‘derecha’ porque sí, porque yo lo digo, y nada debería haber más natural que el unirse y repartirse escaños, sin que importe un pimiento lo que representen o hayan prometido.

Pero se suponía que no era así, que no debería ser así. Se suponía que la gente, el votante, optaba por esta o aquella formación atendiendo a determinadas ideas, porque le interesaba que se aprobase tal medida o se derogase esta otra; porque el partido al que votaban representaba algo, y no meramente el deseo de mandar.

No para El País. Es solo una cuestión de números, y Vox, siendo el más pequeño, no debería ‘desestabilizar’ la ‘alianza de la derecha’ con ‘exigencias’. Pero no importa lo pequeño que sea Vox, el puñadito de escaños que haya logrado, si los entrega para que nada cambie. Es así, cesión a cesión, como se termina siendo una marca blanca, de ideas indeterminadas y difusa y sin otro proyecto real que el de quitarte a ti para ponerme yo.

Ese es el origen de la frustración del votante, muy especialmente del votante de derecha, que no importa lo que vote, ni que sus candidatos salgan elegidos, porque no harán lo prometido. Para que El País no les acuse de abrir focos de inestabilidad y cosas así. Así, leemos como primera noticia de El Mundo -la enésima encuesta de encargo, pero correremos un túpido velo para no cansar- que ‘La mitad de los votantes del PSOE rechaza dialogar con Torra y pide aplicar ya el 155’. Bueno, pues esa mitad no tiene lo que votó. En realidad, es imposible que tenga algo ni parecido a lo que votó, porque solo se puede votar a partir de lo que te dicen que van a hacer, y Sánchez no ha parado de hacer lo que dijo que nunca haría, ni de no hacer lo que prometió que haría. ¿En qué sentido, entonces, es el voto una opción libre e informada? ¿En qué sentido tiene sentido?

El Mundo nos cuenta de segundo que ‘PP y Cs desdeñan el órdago de Vox sobre violencia de género’. Sí, eso de ‘desdeñar’ lo hacen muy bien, y también es significativo que hablen de ‘órdago’, que es en el mus la apuesta del todo. Pero sin ese órdago, Vox estaría empezando a diluirse nada más empezar a ilusionar a muchos.  De Torra y los suyos podrá decirse pestes, pero echan órdagos todos los días y el Gobierno traga. Podemos podrá ser uno de los jinetes del Apocalipsis, pero ha logrado incluir medidas propias en la frágil alianza del Ejecutivo, y medida que no quiere, medida que no apoya. ¿Por qué habría de ser distinto con Vox? ¿Por qué iba a apoyar una Junta en la que no cree? ¿Por qué iba a traicionar a su votante, y tan pronto?

La Razón enfoca el mismo asunto desde el otro lado: ‘La mayoría de los votantes del PP y Cs apoyan pactar con Vox’. No sé, quizá decir en alto que no es, aunque lo parezca, obligatorio mantener como intocables las leyes de la izquierda -las ocurrencias de la izquierda-, no tratar sus intentos de ingeniería social como si se tratara de sagrados mandatos bajados del Sinaí, sería un buen modo de que la democracia volviera a aproximarse a lo que se supone que es.

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