EncuentroMadrid: Deberíamos hablar más de estas cosas
OpiniónDesde hace quince años, EncuentroMadrid es una de las grandes citas culturales en la capital de España. La inteligencia, la belleza y el sentido común se prodigan en esta sucesión de mesas redondas, conferencias, exposiciones y espectáculos musicales. Hay habilitado un espacio para niños de modo que puedan acudir familias. Se venden libros. Hay quien pasa el día entero. Es un buen referente de lo que debería ser la reflexión política, cultural y social en una democracia sana y fuerte. Asisten más de diez mil personas. El lema de este año era una cita del Quijote: “Por la libertad se puede y debe aventurar la vida”.
Allí he tenido ocasión de escuchar a Mikel Azurmendi (San Sebastián, 1942) en una mesa redonda sobre Mayo del 68 en la que participaban él y Aldo Brandirali, el líder maoísta italiano en aquella época. Los dos habían concedido sendas entrevistas a Marcelo López Cambronero y Feliciana Marino Escalera para su libro “Mayo del 68. Cuéntame cómo te ha ido” (Encuentro, 2018). El libro es fantástico. Entre los entrevistados están también Gabriel Albiac, Alin Krivine, Françoise Picq y otros muchos protagonistas y testigos de aquel tiempo. Con esos antecedentes, la mesa redonda prometía ser brillante. Lo fue y ahí hubiese quedado todo si Mikel Azurmendi no hubiese roto a hablar de lo inefable.
Seminarista expulsado, profesor universitario de Antropología, escritor, traductor y poeta, entró en ETA durante los años 60. Al poco tiempo de integrarse en una célula, estaban votando si mataban a su jefe por “españolista”. Salió que no por un voto, pero allí empezó a darse cuenta “de dónde estaba”. Hasta agosto del 70 trató de cambiar las cosas desde el interior de la banda. Fue chófer en un atraco. Se salvó de milagro de morir ametrallado. Tuvo una bronca con Sartre en plena calle. Condenó la violencia. Su salida de ETA estuvo marcada por el rechazo de quienes abogaban por la violencia. Los terroristas fueron a su casa. Doce etarras lo torturaron delante de su mujer en una forma moderna del suplico de la garrucha -lo describe en el libro- y lo interrogaron sobre unas supuestas armas. El alejamiento de ETA y las etiquetas de “españolista” lo ponían en la diana. La experiencia de Mayo del 68 fue paralela a esa militancia en la organización terrorista. Una y otra han dejado una huella profundísima en su vida y en su obra. No dejó de participar en la vida pública desde un compromiso pacífico y cívico. Fue el primer portavoz del Foro de Ermua y uno de los fundadores de ¡Basta ya! Estuvo amenazado de muerte por ETA, que lo intentó matar dos veces. En 2002 firmó el famoso manifiesto de los 42 profesores de la Universidad del País Vasco que denunciaba cómo “la libertad de cátedra y la pluralidad de pensamiento disminuyen en la UPV a causa de la presión contra quienes piensan distinto de la uniformidad nacionalista”.
Yo lo recordaba tal como era a principios de los 90. Sigue condensando en una frase muchas cosas -en Mayo del 68, “de libertad, nada- como ese resumen de la liberación sexual: “Para nosotros, lo fundamental era combatir el matrimonio de nuestros padres, el amor libre y ¡zasca!”.
Pero yo no esperaba que rompiese a hablar de Dios y a describir su experiencia de conversión como “un abrazo”. El tema era distinto, pero al final terminó siendo el mismo porque la vida y el ser humano es uno. Ha escrito un libro sobre este proceso así que no repetiré lo que en él se dice, pero sí quiero subrayar un detalle en el que se repara poco.
Mikel Azurmendi, este viernes en Madrid, ha hablado de algo que suele quedar sumido en el silencio. En la vida pública española, categorías como paz, encuentro y perdón suelen ser tabúes. Nos resistimos a pensar que el otro pueda cambiar, que pueda arrepentirse, que pueda transformarse. Así nos va. El victimismo, el resentimiento y el rencor que lleva años alimentando a los nacionalistas y los radicales, sólo puede afrontarse con otro modo distinto de ser y, desde luego, con una forma diferente de hacer política y de estar en el mundo.
Ya dije que la mesa prometía ser brillante. Sin embargo, fue también una interpelación y una llamada. Aquello estaba lleno de jóvenes que vieron cómo se puede vivir y pensar de otra manera, cómo una persona puede cambiar y ser transformada por un Amor que hace “nuevas todas las cosas”. André Frossard entró a las cinco de la tarde en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo y salió a las cinco y cuarto “en compañía de una amistad que no era de la tierra”. García Morente lo encontró en una noche parisina de desesperación después de haber escuchado “La infancia de Jesús de Berlioz”. Mikel Azurmendi ha experimentado “un abrazo”. Deberíamos hablar más de todas estas cosas