Algo faltaba en la trama de Koldo García para terminar de darle su redondez costumbrista. Su unidad de bodegón español. No podíamos quejarnos de contenido, pero echábamos en falta algo… y ha aparecido. El Confidencial ha informado del lugar de reunión de Koldo y su supuesta trama, donde departían y quizás repartían y es, como podíamos esperar y desear, una marisquería. Uno de esos lugares donde se despachan «delicias del Cantábrico».
Es impresionante la presencia de lo cantábrico en Madrid. Probablemente bastante más que lo mediterráneo. Madrid será un poblachón manchego con tumefacciones florentinistas en La Castellana, pero también es un poblachón manchego con incrustaciones cantábricas donde la cantabridad ofrece su joya suculenta: el marisco.
Y aquí tropieza mucho cierta izquierda. Gustavo Bueno clasificaba la izquierda en definida e indefinida, y la indefinida, a su vez, en izquierda extravagante e izquierda divagante; y a esas categorías habría que sumarle, con permiso del maestro, la izquierda bogavante.
Si el sindicalismo estaba lastrado ya de gambismo y cigalismo, ahora aparece lo de Koldo, que tenía por «oficina» un sitio dedicado enteramente al crustáceo. En la web del sitio cuentan que con cada botella de vino, en las cenas, regalan dos gin tonics, de modo que no es aventurado pensar que se ponían finos y hasta púos.
Ponerse púo es de izquierdas y de derechas, pero parece que en la izquierda hay propensión por el marisco. Hay algo popular ahí, un resarcimiento. Para quien está muy acostumbrado igual la apetencia es otra, más sofisticada, pero algo tiene el marisco de conquista popular, de revancha del secano. Ahí, con las manos enfaenadas en los bichos, en el crujir torácico, chupando el cefalón, se siente que se ha llegado y se delata el origen modesto y popular de su socialismo. La mariscada tiene algo de triunfo y también de confesión. ¿Por qué no somos capaces de verlo como una afirmación de clase?
Es el reverso de la sensibilidad social es la debilidad por el marisco. «Socialismo y gamba» sería un tema digno de estudio. La mariscada es una ostentación hedonista, revanchista, arribista, es (seamos serios) el conquistar los cielos de los que hablaba Pablo Iglesias. No son los medios de producción, pero son algo, y en cada mariscada se ritualiza la conquista de lo burgués. Es mitad comilona-mitad ceremonial. Hay en ello un hedonismo un poco sexual (afrodisiaco) y casi violento que se le echa a la sociedad a la cara. Las mariscadas son siempre un poco medievales. Por eso se dice «pegarse una mariscada». Nadie dice «pegarse unos diverxos», y ni siquiera nos «dimos una mariscada» (como «nos dimos una Constitución»).
De Koldo sabemos dos cosas: que pudo ser corrupto (¡cefalón de turco de todas las tramas!) y que le faltó coherencia, la coherencia interna de la izquierda, gramsciana, que no tiene casi nadie. ¿Cómo hubiera reaccionado Gramsci ante una fuente de cigalas? Lo verdaderamente socialista hubiera sido rehusar, optar por una cierta frugalidad, por un equilibrio entre lo que se dice y lo que se hace, pero la izquierda española, ya sea por lo lícito o por lo ilícito, hace ya mucho que acaba en la mariscada.
Y muy cerca de ello sentimos cierto reproche: ¿acaso no puede uno de izquierdas comer marisco, tener diez pisos…? Se están fabricando una holgura moral socialdemócrata antigramsciana. Son un caso genial de gramscismo antigramscista.
Sin limitaciones de lenguaje, culturales, constitucionales, si todo es un blandiblú relativista… ¿no es la coherencia lo único que queda?
¡Pues tampoco! Porque la izquierda se consagró al marisco y yéndose al mar se echa al monte.
La izquierda española del 78 es fundamental y constitutivamente bogavante, izquierda bogavante. Entregada totalmente al antifranquismo post mortem y a los placeres, rendida a lo suntuoso-libidinoso, es aspiracional, chupeteante y úrica. Esta tradición búmer de la izquierda, muy heterosexual, muy machista y muy gambista, puso sin embargo unas bases de hedonismo biopolítico y apetitoso para la izquierda woke posterior, que no aspira ya a conquistar los mismos tótems burgueses de clase media. Sus corrupciones (que seguiremos viendo) irán variando. Es más. Es posible que próximamente no se critique el acto-en-sí de la corrupción sino solo su exteriorización según cánones culturales superados. ¿Han pasado la Escuela de Fráncfort y la posmodernidad por las mariscadas? La corrupción es siempre reaccionaria, anclada siempre en la tradición. Así lo tiene claro la izquierda… ¡ella siempre es inocente! ¡el que se corrompe siempre es inmediatamente de derechas! ¡El corrupto siempre es el objeto woke de detestación: un hombre hetero blanco machista y emisor de carbono! Los escándalos no tienen efecto alguno.
Asoma aquí una división curiosa: hay gente que deplora el sistema de corrupción del que Koldo es flor, pero respeta sus gustos y maneras, francas y machas (con un cierto perfume de nostalgia); y hay y habrá quienes admitan el sistema de mafia partitocrática y solo reprueben realmente su falta de wokización y sofisticación, pues la corrupción debe ir avanzando. Progresando. Está como estancada en unos patrones gastro-patriarcales que no son ya de recibo. El ‘avance’ se tiene que ir notando y estos socialistas son diplodocus de la corrupción con su trilogía de tías, marisco y apartamentos.