'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
La llave de la caja
Por Ramon Pi
2 de julio de 2013

La madre de todas las corrupciones es la subvención. Esta figura, tan querida de todos los intervencionistas que en el mundo son, consiste esencialmente en que el poder político extrae coactivamente el dinero de los bolsillos de los ciudadanos, y a continuación establece un sistema de reparto de dádivas monetarias a determinados grupos de personas en las que concurran muy diversas circunstancias, personales o sociales, o que desarrollen determinadas actividades, no menos diversas. De esta manera, el poder establece una lista arbitraria de beneficiarios de las subvenciones, fija unas condiciones no menos arbitrarias para optar a ese dinero falsamente regalado y procede finalmente a colgarse la medalla de Estado benefactor, como si el dinero saliera del bolsillo de los gobernantes.Algunos agraciados, por su parte, sufren un proceso de idiotización que les lleva a sentirse agradecidos a ese poder que finge regalarles el dinero que les quitó, mientras que otros, más avispados, se aprovechan de este maná, que acaban convirtiendo en su modus vivendi. No se puede idear un mecanismo que abra tantas puertas a todo género de corruptelas, trampas, servidumbres políticas o latrocinios descarados, como esas películas cuyos productores ya han hecho negocio antes de estrenarse o los periódicos que tendrían que cerrar si no fuera por las subvenciones, por citar dos casos bien conocidos. Miles de millones de euros se van por esos conductos y, además de corromper el mercado libre, son una poderosa herramienta de degeneración de las conciencias de los que dan y los que reciben.Ya se sabe la excusa: se trata de la cultura, o de la agricultura, o de la ecología, o de la política social, o de cualquier cosa; en definitiva, se trata de redistribuir la riqueza, dicen. Pero todo esto es puro blablablá: hubo épocas en que se subvencionaban las películas que no hacían prácticamente ninguna taquilla, hasta que hubo protestas de los no agraciados, que se quejaban que el trabajo bien hecho se castigaba sin subvención, y entonces se pasó a subvencionar las que hacían las mejores taquillas. O sea, que el caso era tener a los del cine comiendo de la mano, bien apesebrados. Y como este ejemplo hay muchos otros.La subvención es el narcótico del espíritu ciudadano, es una fábrica de esclavos felices, una escuela de vagancia y picaresca, el sumidero del espíritu de riesgo y un escándalo permanente de arbitrariedades, trampas y favores inconfesables. Es la perfecta representación del trinque. Los políticos saben todo esto perfectamente. Pero no moverán un dedo para corregirlo, porque ellos son los primeros beneficiados. No hay mejor símbolo del poder autocrático que tener la llave de la caja.

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