'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Dos Papas canonizados
Por Ramon Pi
27 de abril de 2014

Leí hace unos meses el diálogo de un obispo con un niño que iba a hacer la primera comunión. Le preguntaba si quería ser bueno. El niño afirmó con la cabeza.

– ¿Y por qué quieres ser bueno?

– Para irme al cielo.

– ¿Sabes lo que es el cielo?

– Sí.

– ¿Y qué es?

El niño pensó un instante, y repuso:

– El cielo es…, Dios por dentro.

La canonización de un beato es en la Iglesia católica su inclusión solemne en el catálogo de los santos. Esto significa que la Iglesia universal, comprometiendo el magisterio del Sumo Pontífice, declara que los santos están en el Paraíso gozando de la llamada visión beatífica; por usar la pasmosa expresión del niño, están ya por toda la eternidad en «Dios por dentro«, son merecedores de veneración por todos los fieles, y se puede recurrir a ellos como intercesores ante Dios. La canonización es definitiva y no se trata de una mera conjetura o una deducción revisable. Según el sentir común de los teólogos, la proclamación de un santo según lo actualmente preceptuado es lo que en la Iglesia se conoce como de fe. En otras palabras, que la Iglesia es, en esta materia, infalible. Pero tecnicismos teológicos aparte, lo cierto es que la canonización de una persona debe llevar a los católicos a la certeza de que está en el cielo viendo a Dios «cara a cara» (San Pablo), «tal cual es» (San Juan).

Desde el domingo 27 de abril de 2014, la Iglesia incluye en el catálogo de los santos a dos Papas: Juan XXIII y Juan Pablo II. Es la primera vez que ocurre una cosa así, y más notable es aún el hecho de que se trate de dos Papas a los que millones de fieles de cierta edad han tenido la oportunidad de conocer personalmente, pues el primero murió en 1963, y el segundo en 2005, hace de esto sólo nueve años. El riguroso examen del ejercicio de las virtudes cristianas en grado heroico, más la corroboración de varios milagros (esto es, hechos sin explicación humana verosímil) que se atribuyen a la acción directa de Dios por su intercesión, alcanzan en la canonización su último significado.

Los nuevos santos no fueron perfectos, pero amaron a Dios con todo su corazón, toda su mente y todas sus fuerzas hasta el heroísmo, y no opusieron resistencia a la acción de Dios, tanto en ellos como en muchos otros por medio de ellos. Grandes santos fueron grandes pecadores antes de su conversión. Pedro, el mismísimo primer vicario de Cristo en la Tierra, apostató, por cobardía negó conocer al Jesús a quien había jurado fidelidad. Pero lloró amargamente cuando oyó cantar al gallo y entregó finalmente su vida por la fe. Hay muchos más santos que los canonizados, pero cada canonización es una explosión de alegría para los católicos (y para tantos que no lo son) por el ejemplo que cada santo nos dio en la tierra y por la ayuda que nos presta desde el cielo.

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