«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Primos hermanos

5 de abril de 2023

Un consejo que recibo con inquietante frecuencia es que no hable de política. Cuando la exhortación viene de amigos que no piensan políticamente como yo, me sonrío. Cuando viene de afines, también, porque prefieren leerme, me dicen, cosas bonitas (que de política ya discurren ellos). Yo escucho a todos y les hago caso a medias. Me gusta mucho alternar los temas de mis columnas como manera de defender el amplio margen de libertad e intereses que todos tenemos. Tan extravagante me parecería hablar sólo de política como, siendo un ciudadano responsable de un país en apuros e hijo de una civilización asediada, no hacerlo nunca.

Me siento como el vigilante acodado en la muralla, que ahora otea los lejanos horizontes por donde asoman los bárbaros, que ahora se vuelve y contempla a los niños jugando despreocupadamente en el patio al amparo de la defensa que él también sostiene. Y recuerdo a Chesterton, siempre tan amplio y reconfortante: «No podría haber un signo peor que un hombre diga, aunque sea Nietzsche, que deberíamos luchar en vez de amar. No podría haber un signo peor que un hombre diga, aunque sea Tolstoi, que deberíamos amar en vez de luchar. Las dos cosas se implican una a otra; lo hacen en las viejas historias y en la antigua religión, que son las dos realidades permanentes de la humanidad. No puedes amar nada sin la voluntad de luchar por ello. No puedes luchar sin algo por lo que hacerlo».

En Semana Santa toca volverse hacia dentro. Al fondo de uno, claro, y también hacia las cosas naturales que siempre vuelven. Viviendo en un pueblo donde muchos parientes se han ido fuera a trabajar, vuelven en estos días –además de las golondrinas– los primos de mis hijos. Y sorprende una vez más la relación maravillosa e inmediata que se entabla entre ellos. 

Un primo es un ser mitológico: mitad hermano, mitad amigo, como un minotauro o un centauro. Conserva lo mejor de la relación con los hermanos, pero con ese añadido más aventurero de la amistad. Un ser mitológico que, además, tiene la extravagancia de existir.

Como de lo bueno todo es poco, todavía se enriquece la fiesta familiar con una figura más mítica aún: el contraprimo. Esto es, el primo hermano de un primo hermano. No se comparte con él ni una gota de sangre y, sin embargo, en la sangre superpuesta de ambos en las venas del primo de enlace, se siente una hermandad sobrevenida y superabundante. Desde luego, coinciden mucho en los eventos familiares, pero es algo más. La afinidad sublimada, al cuadrado.

Y todavía queda una vuelta de tuerca con el hermano. Ya no es la leve rivalidad cotidiana, fastidiosa y tiquismiquis de la casa a la hora de la cena. De golpe, el hermano es también el primo de mis primos y el contraprimo de mis contraprimos, el sobreprimo, digamos. Lo que permite verlo desde otra óptica nueva: entre primos, cuando parecía imposible, se descubre lo increíble: que todavía es posible algo más cercano.

Son muy interesantes estos lazos. Todo el mundo que ha vivido en el extranjero ha sentido que con los españoles e hispanoamericanos que uno se encuentra allí se establece una relación que va más allá de la amistad. Que implica una especie de parentesco difuso, pero operante. Son unos primos de la patria o unos contraprimos de la región. Haber jugado mucho con los primos nos prepara para el patriotismo práctico.

Y al revés: el hundimiento demográfico deja el futuro de la Seguridad Social en el alero, como todos sabemos, pero de una forma mucho más empobrecedora aún condena a los niños a una severa carestía de primos. Fíjense ustedes en esta relación y sopesen si hay derecho a privar a nadie de este privilegio.

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