'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Unidos para separarse
Por Carlos Esteban
6 de septiembre de 2013

¿Tienen que darse la manita para hacer cadenas humanas, por Dios? Pasando de puntillas sobre lo indeciblemente cursi de las formas, ¿no advierten que lo de unir las manos es un símbolo que se opone directamente a su mensaje, que es de separación? En general, los independentistas tienen un grave problema de imagen. Cataluña no puede alegar opresión, ni falta de garantías democráticas, ni miseria, ni la facultad de hablar y actuar con absoluta libertad. Cualquier nacionalista véneto se daría con un canto en los dientes por tener enfrente un Gobierno como el de Madrid, y de Francia mejor no hablar: que busquen qué fue del fet diferencial en la Catalunya Nord y se harán una idea.

España es una democracia, una sociedad abierta, un Estado autonómico y una de las naciones más mezcladas demográficamente de Europa. Nada de esto se lo pone fácil a los separatistas en un mundo en el que los grupos tienen que competir en victimismo para llevarse el gato al agua. Por eso tienen que echar mano de un histrionismo que se da de bofetadas con la realidad, como el del adolescente mimado que quiere convencer al mundo de que no hay nadie tan desgraciado e incomprendido como él. Cuanto más alto grita el independentista catalán contra su opresión más la está negando, igual que la mejor prueba de que no vivimos en un régimen fascista es escribir en diarios y redes sociales que vivimos en un régimen fascista.

Cuando al buen progresista le sorprende una noticia y antes de que se pronuncien los santones de la tribu, mira el quién. Quién hace qué, más que lo que se hace, es lo que realmente importa, porque las asociaciones personales son lo que hoy nos hace santos o pecadores. Lo hemos visto en Siria. Un tirano árabe secular, líder del Partido Baas, gasea a centenares de compatriotas, Estados Unidos ataca y es una barbaridad, hay manifestaciones multitudinarias contra la agresión imperialista y un ascendente político de Illinois, un tal Obama, se presenta a las elecciones presidenciales con una plataforma que condena el ataque. Años después, otro tirano árabe secular, líder del Partido Baas, gasea a centenares de compatriotas, Estados Unidos anuncia que atacará y los pacificistas dejan descansar sus pancartas y tratan de olvidar sus consignas. No tiene nada que ver, esta vez la guerra es de Obama, mucho más progresista y hermosa.

Pasa otro tanto con el patriotismo. Cantar el himno, ondear la bandera a tiempo y a destiempo, hacer encendidos votos públicos de amor a la patria es un despliegue del fascismo más peligroso y repulsivo, merecedor del más férreo cordón sanitario, o una loable y valiente expresión de amor por lo propio, según la patria invocada sea la española o una de sus subdivisiones. Siempre acabamos arrepintiéndonos de los entusiasmos públicos, advertía Gómez Dávila, y sospecho que muchos de mis amigos nacionalistas vivirán para comprobarlo.

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