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La Escuela Apostólica de Misioneros del Sagrado Corazón que llevaba décadas funcionando en la localidad barcelonesa de Canet de Mar fue asaltada la tarde del 19 de julio de 1936, un día después de que el alzamiento contra el Gobierno revolucionario del Frente Popular se trasladase del protectorado español en Marruecos a la Península. Ya por la mañana, los milicianos de la Junta Revolucionaria local habían quemado la parroquia del municipio y detenido a los sacerdotes que allí ejercían su ministerio.
Los 12 religiosos Misioneros del Sagrado Corazón fueron trasladado, junto a las decenas de niños que residían en la escuela, denominada Pequeña Obra, al cercano parque de la Misericordia, que por estar vallado era de fácil vigilancia y se había convertido en un campo de concentración al que estaban siendo trasladadas todas las personas que las milicias consideraban como contrarrevolucionarias.
Allí permanecieron durante dos semanas, hasta que un miembro del Comité de Canet de Mar que se había educado en la institución de los religiosos les informó de que se había decidido su asesinato. Les explicó que los niños bajo su responsabilidad no corrían peligro porque iban a pasar a depender del propio comité, pero que todos los religiosos iban a ser asesinados esa misma noche.
Aprovechando su turno de guardia, los religiosos salieron en dos grupos del improvisado campo de concentración. El primer grupo estaba formado por tres padres y un hermano novicio, fue el primero en salir y logró ponerse a salvo inmediatamente. En el segundo grupo estaba formado por los padres: Antonio Arribas Ortigüela, Abundio Martín Rodríguez, José Vergara Echevarría y José Oriol Isern i Masso; y los Hermanos Gumersindo Gómez Rodríguez, Jesús Moreno Ruiz y José del Amo y del Amo.
Decidieron encaminarse a la frontera con Francia para ponerse a salvo. Avanzaban despacio porque viajaban por la noche y tardaron casi un mes en llegar a la frontera. Cuando estaban a punto de pasarla, mientras se encontraban en la localidad de Beguda, una persona que les ofreció ayuda para pasar a Francia a cambio de dinero, les cobró lo acordado, pero cuando acudieron al punto en el que habían quedado, este paisano les había traicionado y en su lugar estaban milicianos del comité revolucionario local. Fueron detenidos e interrogados. A cada uno de los religiosos se les hizo, por separado, solamente dos preguntas. La primera fue su nombre y apellidos, la segunda si eran frailes o sacerdotes.
Todos ellos contestaron afirmativamente a la segunda, lo que fue suficiente para condenarles a muerte. Una sentencia que fue ejecutada por los milicianos del comité revolucionario de Sant Joan de les Fonts. La madrugada del 29 de septiembre de 1936, en un paraje desierto entre los pueblos de Besalú, Seriñá y Bañolas. Los milicianos volvieron, ya de amanecida a Les Fonts, y comentaron entre carcajadas como el padre Ortigüela había intentado gritar “¡Viva Cristo Rey!” en el momento en el que se disparó la ráfaga de fusil ametrallador y que se quedó a medias. Una razón por la que decidieron no darle el tiro de gracia y fue abandonado moribundo.
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