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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El cine inevitable de Semana Santa

Jim Caviezel interpreta a Jesús en La Pasión, de Mel Gibson | YOUTUBE

Días para sentarse a ver La Pasión, de Mel Gibson, que es la película fundamental e inevitable de este tiempo, pura teología hecha cine.

La Navidad es a Qué bello es vivir lo que la Semana Santa es a Espartaco: el tiempo en el que las cadenas de televisión parecen obligadas a emitir esas películas. Sucede que la historia de Capra sí guarda alguna relación con el relato navideño, de hecho las escenas finales son casi un christmas filmado, cuando James Stewart corre por la nieve felicitando la Navidad y dando gracias hasta por la sangre de su labio.
Sin embargo, por mucho que Kirk Douglas acabe crucificado -perdone usted si no la ha visto- la vida de Espartaco no tiene la más mínima relación con la Pasión y muerte de Jesús de Nazareth. Así que forma parte del misterio pascual que las televisiones, esta semana, estén obligadas a colocarnos una de romanos. En realidad es que no se obedece al tiempo litúrgico, sino al género fílmico que engloba el cine de cuádrigas y túnicas: se llama péplum.
Fue el crítico francés Jacques Siclier quien acuñó el término en los sesenta, aunque el estallido de este género -que tanto gustaba al piloto de Aterriza como puedas- quizá haya que situarlo en la década anterior, cuando Cecil B. De Mille estrenaba Los Diez Mandamientos, Henry King se atrevía con David y Betsabé y King Vidor hacía de Gina Lollobrigida La Reina de Saba.
Hubo actores casi encasillados en el péplum, como Victor Mature  –Sansón y Dalila, Demetrio y los gladiadores, Androcles y el León-, y algunas estrellas que le deben al género sus papeles más inmortales, que es el caso de Charlton Heston, porque cuando en nuestro recuerdo no es Moisés, es porque se ha transformado en Ben-Hur. La Asociación Nacional del Rifle también tiene mucho que agradecer al péplum, que algo de la autoridad moral que tenía Heston, cuando defendía el derecho a portar lanzagranadas- es debido al recuerdo de verle bajar con las Tablas de la ley.
Para los guiones de este género se han exprimido igual los libros de la Historia Sagrada como la mitología griega o la historia romana. Y esa es la razón por la que que estos días la parrilla televisiva es capaz de mezclar La túnica Sagrada con el asesinato de César que filmara Mankiewicz, o peor, Quo Vadis -la película sobre la persecución de los primeros cristianos, basada en la novela de Sienkiewicz– con Ágora, la fábula de Amenábar, en la que son los cristianos los perseguidores.
En fin, otro año más en que los padres tendrán que explicar a sus hijos que Gladiator no era Longinos. O mejor, sentarse con ellos a ver La Pasión, de Mel Gibson, que es la película fundamental e inevitable de este tiempo, pura teología hecha cine. No recuerdo si fue Juan Pablo o Benedicto XVI quien al verla, sentenció: Así fue.

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