«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Abascal Escuza espera su hueco en el libro de los héroes

Santiago Abascal Escuza, y al fondo su querido Valle de Ayala.

Fueron tres las veces que la canalla etarra intentó liquidarlo, y tres fueron las veces que la de la guadaña se estrelló en los muros de España.


Santiago Abascal Escuza era menos ambicioso que su hijo Santi. Y con un discurso menos sofisticado. Y seguramente más austero en su vida y sus aficiones.
Excepto el año que estuvo en Las Cortes, toda su vida política la hizo en el Valle de Ayala, que conocía mejor que los pastores que aún quedan allí. Un hermoso lugar circundado por elevados riscos y como extraído de la obra de Tolkien.
Era su afición, pasear a caballo por el monte alavés. Eso y España, claro. La Nación. Por ella, y no por otra cosa, se alistó en política. Se alistó y no se afilió, porque defender según qué cosas en las provincias vascas era y es una temeridad. Era tomar papeletas para la rifa del tiro en la nuca. Y lo intentaron. Quemaron su comercio, le persiguieron y le hicieron la vida imposible, pero no lo mataron. Se lo ha llevado un cáncer y no la ETA.
Fueron tres las veces que la canalla etarra intentó liquidarlo, y tres fueron las veces que la de la guadaña se estrelló en los muros de España. Ni siquiera tras las cartas y las amenazas de muerte dejó de celebrar día de la Hispanidad en su querido Valle de Ayala. Toda una extravagancia en la Euskadi de hoy, que no en las Vascongadas de antaño.
 “Héroes Españoles de la A a la Z”
Su devoción por España resultaba, por lo limpia e inocente, propia de un niño. Y traigo aquí a colación una anécdota muy reveladora de esto que digo. Cumplía años su nieto Jaime, hijo de Santi Abascal Conde, y con tal motivo le hice llegar un libro. Un libro patriótico y didáctico, inteligible para un niño: “Héroes Españoles de la A a la Z”, de José Javier Esparza. Pasado el tiempo pregunté al pequeño Jaime por su lectura, por su héroe favorito. Y frunciendo el ceño y con los brazos cruzados me explicó que si bien su abuelo le leyó los primeros perfiles, luego desapareció con el libro. “Es muy bueno, Rafa, muy bueno”, me confesaba entre risas el abuelo mientras le pasaba la mano por la cabeza al crío.
Antes de conocer a los Abascal imaginaba a los perseguidos por la ETA como tipos taciturnos, hombres amargados por la cotidaneidad de la amenza terrorista. ¿Cómo iban a ser esos hombres cuya principal actividad política era la de dar sepultura a otros hombres, amigos por lo general? Y no. Me encontré con una familia de gente sencilla, generosa y de trato extraordinariamente cercano. Otros se hubieran vuelto locos. O se hubieran exiliado, tal y como les exigía la ETA. Éstos no. No lo hizo Abascal Pardo, no lo hizo Abascal Escuza, no lo hizo Abascal Conde y no lo hará el pequeño Jaime, que a partir de ahora ya puede incluir una nueva entrada al libro. Con la «A», Abascal Escuza.
Rafael Núñez Huesca,
Jefe de Opinión de La Gaceta

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