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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Brice Couturier: «Durante la crisis, China se ha vuelto más arrogante, más amenazante»

Brice Couturier

A pesar de que China ha sido el epicentro de la pandemia, el gobierno intenta imponer su propio relato de la crisis. Para el ensayista Brice Couturier, es el principio de una «guerra fría» entre China y Estados Unidos.

En su libro [Après l’épidémie, un moment chinois?], usted explica que, a pesar de que China tiene una responsabilidad enorme en la propagación de la pandemia, se afirma también como el vencedor paradójico de esta crisis.

China tiene, efectivamente, una responsabilidad enorme en el origen de esta epidemia. Sus gobernantes ocultaron durante semanas la existencia del COVID-19, subestimaron su peligrosidad y mintieron sobre el número de víctimas que había causado en su territorio.

En el régimen superautoritario establecido por Xi Jinping a partir de 2012, a los portadores de malas noticias se les responsabiliza de los fallos, y los «soplones» son declarados personas no gratas. Emplazados por la policía, amenazados, se les obliga a retractarse y disculparse. Es lo que le ha sucedido al director de urgencias del hospital de Wuhan, el dr. Ai Fen, como también al joven oftalmólogo, el dr. Li Wenliang, convertido en un héroe en China, durante el breve periodo en el que la censura pareció extrañamente aflojarse en las redes sociales.

Además, como es la norma en los regímenes comunistas, los nombramientos a los puestos de responsabilidad se hacen en función de la fidelidad política al Partido único, y no por la competencia de los nombrados. El responsable de la comisión sanitaria de la provincia de Hubei, despedido durante la crisis, no tenía formación ni experiencia médica en el ámbito de la sanidad pública.

Según el importante y bien informado periódico de Hong Kong, South China Morning Post, el primer caso de infección de COVID-19 se verificó el 17 de noviembre… Pekín tardó en avisar al resto del mundo del estallido de la epidemia en Wuhan: en su discurso del 31 de diciembre, Xi Jinping no lo mencionó. El mismo día, sin embargo, el gobierno de Taiwán alertó a la OMS en Ginebra, que no difundió la información para evitar molestar a Pekín. China obtuvo la exclusión de Taiwán, cuya experiencia en la lucha contra la epidemia habría sido muy valiosa para el resto del mundo… Su gestión de la crisis es realmente modélica, democrática y de alta tecnología.

El 15 de enero, China reconoció la existencia del coronavirus, pero estimó que la posibilidad de una transmisión entre humanos era «débil», cuando en realidad tenía pruebas de lo contrario. En resumen, sí, se ha perdido un tiempo precioso debido al encubrimiento de la República Popular China.

Según el antiguo primer ministro sueco, Carl Bildt: «Si las autoridades chinas hubieran reconocido públicamente la amenaza y hubieran reaccionado correctamente tres semanas antes, la propagación del Covid-19 se habría reducido en un 95 %. Pero a causa de la negligencia, la ignorancia y la censura que prevalecían en ese momento crucial, el mundo entero paga ahora un precio enorme».

En su opinión, China ha llevado a cabo una «enorme campaña de desinformación». ¿Están los Estados liberales desarmados para llevar a cabo una guerra de información contra los regímenes autoritarios?

Ante la consternación de las opiniones en todo el mundo, Pekín ha impuesto su propio relato de la crisis. Xi Jinping ha lanzado una impresionante campaña de desinformación e intimidación contra todos los que osen decir que el régimen ha mentido, y que tardó en tomar las medidas necesarias para limitar la propagación del virus.

Es la «diplomacia de la mascarilla», que se supone demuestra que podíamos contar con la ayuda china, mientras Estados Unidos renunciaba a su liderazgo, llevada a cabo también mediante la intimidación: atreverse a decir que el virus ha surgido en China, probablemente a causa de la coexistencia de animales vivos en los mercados chinos, sería «racista». El resultado es que la denominación oficial china del «virus de Wuhan» ha sido durante mucho tiempo de «neumonía de Wuhan». Es más: las autoridades chinas dijeron que el virus se había originado en Italia, cuestionando así al Instituto de Farmacología de Milán. Y que luego había sido llevado a Wuhan por el equipo estadounidense con ocasión de los juegos militares mundiales de octubre de 2019… Hemos visto cosas asombrosas, como el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Zhao Lijian, que tiene 618.000 seguidores en su cuenta Twitter -red social prohibida en el país-, señalando a páginas web conspiracionistas…

Algunos observadores y países han pedido que China «pague» por la pandemia. ¿No es algo ilusorio?

Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia, entre otros, estiman que el país que ha originado la crisis económica, que dejará unas secuelas peores que las de la crisis financiera hipotecaria, debería contribuir financieramente a los programas de recuperación que él ha hecho necesarios. Pero cuando los gobernantes chinos reaccionan afirmando que «la expansión de la epidemia en Estados Unidos no tiene nada que ver con China, sino con la incompetencia estadounidense en frenar el virus», está claro que la China con la que tenemos que lidiar actualmente no es la de Deng Xiao Ping, que aconsejaba a sus sucesores que mantuvieran un perfil bajo. Esta nueva China es más arrogante y, por ende, más amenazante.

¿Nos dirigimos irremediablemente hacia un orden internacional caracterizado por una hegemonía china? ¿No se ha visto socavado el país por unas debilidades estructurales que, a la larga, podrían volverse contra él?

Lo que es seguro es que nos dirigimos rápidamente a la «disociación» iniciada por Donald Trump entre su país y China. ¡La «Chinamérica» ha llegado a su fin! Pero lo que también asombra en esta crisis es la ausencia de liderazgo estadounidense. George W. Bush y, después, Barack Obama, garantizaron la coordinación de los programas de recuperación en 2008. En esta ocasión, todos van por libre. Incluso en el seno de la Unión Europea. El gran riesgo para nosotros, europeos, sería encontrarnos en medio de esta guerra fría. Porque China conoce nuestras debilidades. Ha empezado a crearse «clientes» entre los Estados más endeudados, prometiéndoles préstamos. Atención a no caer en la «trampa del endeudamiento» por la que ciertos países del sur han tenido que ceder regiones enteras de su territorio: puertos, minas, explotación de los bosques… China ha intervenido ciertas empresas europeas estratégicas. En pleno confinamiento, una gran compañía china, CITIC, ha adquirido una empresa fundamental de los medios de comunicación checos, Medéa. Algunos dirigentes políticos, como el ministro de Asuntos Extranjeros, Luigi di Maio, son claramente favorables a los proyectos de expansión chinos en Europa.

El fracaso del multilateralismo en su forma liberal, la ausencia evidente de solidaridad europea y la falta de liderazgo estadounidense, ¿no deberían alentar a Francia a poner fin a la globalización feliz y a rearmarse estratégicamente y, así, llevar a cabo una política de fuerza?

La crisis ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de las cadenas de producción y nuestra dependencia de China en los sectores fundamentales, como la industria farmacéutica. Sí, hay que volver a ser más independientes para poder ser más resilientes. Pero cada una de nuestras pequeñas repúblicas comerciales está mal equipada para negociar personalmente con las dos grandes potencias del mundo, rivales entre ellas. Sólo juntos, como Unión Europea, podemos defender nuestros intereses y valores. En lo que respecta a la globalización, tomará otra forma, más regional. Nosotros deberíamos interesarnos en la cuenca mediterránea.

 

Publicado por Joachim Imad en Le Figaro.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta.

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