«El mundo está presenciando una revolución del sentido común», aseguró Donald Trump en un discurso pronunciado con motivo de los cien primeros días de su segundo mandato. «En los primeros cien días, hemos logrado el cambio más profundo en este país en cien años”, añadió, anunciando «el comienzo de la era dorada de Estados Unidos».
Consciente de la larvada resistencia del ‘Estado profundo’, por mano de un puñado de jueces ideologizados, contra su agenda, Trump advirtió que «nada detendrá mi misión de mantener a Estados Unidos a salvo de nuevo», declaró, señalando el impacto del poder judicial en sus órdenes: «Los jueces intentan quitarle poder al presidente… Espero que el Tribunal Supremo lo impida».
También hizo mención a la errática política que trae locos a los líderes mundiales: su política arancelaria. Insistió en que de Estados Unidos han abusado «amigos y enemigos» en el comercio», pero «funcionarios de India, Francia y China vendrán a llegar a un acuerdo», añadiendo que está ofreciendo a los fabricantes de automóviles cierta «flexibilidad».
Lo evidente, lo que más llama inmediatamente la atención de los primeros cien días de la presidencia 2.0 de Trump es su frenética actividad y el brusco giro de timón que ha impreso a la política norteamericana. Para sus partidarios, significa que «América ha vuelto» en toda su gloria; pero sus críticos lamentan la sensación de inestabilidad y una preocupante tendencia a aumentar el control del poder ejecutivo sobre los otros dos.
En cualquier caso, Trump sabe que tiene poco tiempo para aplicar los cambios que desea. Cuatro años son muy pocos para todo lo que, a su juicio y al de millones de conciudadanos, debe cambiar con urgencia en el país.
