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La reciente victoria de Lula da Silva en Brasil cierra un ciclo de cambios en la región que parecía imposible: la izquierda definida comunista de hace 30 años ahora es la izquierda indefinida que sigue la corriente del globalismo más recalcitrante.
El continente americano se ha teñido de rojo. Esto parecía imposible hace unos años, en especial tras la victoria de 2016 de Donald Trump al frente de Estados Unidos. Su paso por la Casa Blanca impulsó una serie de cambios en determinados políticos del resto del continente y también de Europa. El conservadurismo recibió un impulso revitalizador, siempre en la órbita del dominio estadounidense, que sirvió para motivar a determinados partidos a dar la batalla política y cultural en un momento en el que parecía que todo estaba perdido. El triunfo de la derecha sueca o italiana en las últimas elecciones así lo demuestra (por no mencionar a los tories británicos).
Aunque pareció oro todo lo que relucía, con el paso del tiempo se vio que muchos de estos conservadores no lo fueron tanto, así como otros que defraudaron cuando más se esperaba de ellos. Trump es uno, aun sabiendo que se enfrentó a propios y extraños y acabó recibiendo la puñalada por la espalda de alguno de sus ayudantes, incluido el exvicepresidente Mike Pence. Mención aparte merece Guillermo Lasso, un gran bluf que al poco de llegar al poder implantó leyes LGTB que ni Correa había aceptado bajo su mandato. ¡Ay, la derecha economicista que se presenta como alternativa a la izquierda y no hace más que expandir su dominio ideológico! Duque en Colombia, para qué decir nada. Otro cobarde incapaz de enfrentarse a la izquierda narcoterrorista como hiciera en su momento Uribe, con fallos y aciertos como ocurre en todo gobernante. Kast, a pesar de sus buenas intenciones y extraordinaria formación, flaqueó en ciertas declaraciones durante la campaña electoral y al final no pudo llegar a la presidencia. Macri, más de lo mismo. En Perú, el analfabeto profesor Pedro Castillo se llevó la presidencia ante una derecha incapaz de articularse para vencer. Y así, país tras país, hasta llegar a Brasil donde Bolsonaro ha perdido con tan solo una diferencia del 1%.
El patrón argumentativo para los «socialistas del siglo XXI» ha sido el mismo en todas las campañas: el liberalismo conduce a la privatización; la privatización conduce a la pobreza y a la desigualdad; esto conduce a la inseguridad y para eso hay que implantar más socialismo. El caso es que les ha funcionado y poco se hace para entender las cosas más allá del caduco y maniqueísta análisis izquierda vs. derecha. Unas ideas al respecto:
Lo ocurrido en América y en parte de Europa no va contra el sistema. Más bien todo lo contrario. Lo fortalece: políticas LGTB, políticas verdes contra el cambio climático, subversión del Estado de Derecho en nombre de la «democracia» mientras implantan un totalitarismo amable, reducción del nivel de vida en nombre del planeta Tierra y ese largo etcétera que se agrupa bajo el paraguas de la Agenda 2030.
Desde hace unos años se habla de una lucha quizás más acertada: globalistas vs. patriotas. En ambos existen izquierdas y derechas, clave para entender parte del teatro de la política que vivimos hoy en día, aunque no quita para que entre ambos haya vasos comunicantes.
En el grupo de los globalistas están la izquierda indefinida, la socialdemocracia, parte de los liberales económicos, así como la derecha economicista e, incluso, alguna derecha conservadora. En los patriotas está la derecha social o socialista, la derecha reaccionaria (minoritaria), la izquierda definida como por ejemplo la asiática, bloques como el eslavo, el islámico y determinadas fuerzas africanas. Seguramente esto que acaban de leer les haya sonado raro pero por eso matizaba los vasos comunicantes entre ambos grupos. Estar en contra de las políticas globalistas (Agenda 2030) no implica que un país no se beneficie fomentando esas ideas en sus adversarios para debilitarlos y prohibiéndolas en suelo propio (caso de Rusia, China y países islámicos o africanos). La geopolítica es ‘realpolitik’, no política idealista y de pensamiento Alicia.
Precisamente, muchos de los seguidores del pensamiento Alicia son los que votan a la nueva izquierda indefinida pensando que son la contra al sistema. De ahí que los diferentes colectivos feministas, LGTB, etc. piensen que están haciendo la revolución cuando son esclavos explotados por el mismo sistema que dicen atacar. Por otro lado, muchas veces se plantean como alternativa a esta izquierda políticos que acaban implantando lo mismo pero bajo otra bandera (Lasso o el PP es el ejemplo). Estas son las dos caras de la misma moneda por desgracia.
La plataforma continental hispana (bajo el prisma gustavobuenista) sigue siendo debilitada elija lo que se elija. Iberoamérica iba atrasada en cuanto a globalismo se refiere: las sociedades son más tradicionales, más religiosas, con un Estado que no domina todos los rincones de la geografía, con familias grandes y jerárquicas. La Agenda 2030 brillaba por su ausencia. Esto se acabó. Con la victoria de Lula se cierra el círculo iniciado con el Foro de São Paulo y terminado con el Grupo de Puebla. Los antaño revolucionarios comunistas ahora están al servicio del globalismo. Recordemos que cumplen con la función que otros no pueden, de ahí su importancia.
Estas fuerzas no han conseguido —si es que alguna vez han querido— mejorar la vida de los trabajadores y de los más necesitados («parias de la tierra, uníos»). Menos lo van a conseguir ahora con ideologías disolventes y fomentando nuevas identidades.
Será complicado salir de esta dinámica y, por ahora, no existen fuerzas antiglobalistas articuladas en Iberoamérica capaces de romper el molde que hasta ahora ahoga en una espiral al continente. Veremos si los cambios en Europa puedan afectar en un futuro, aunque teniendo en cuenta la actitud frente a los acontecimientos internacionales, no hay mucha esperanza en conjunto.
Algo que es cierto y debe entenderse de inmediato es que no es posible luchar contra estas fuerzas sin dinero, dinero y dinero (como decía Napoléon de lo que se necesitaba para hacer la guerra) y medios de comunicación que sepan competir en, al menos, igualdad de condiciones. Queda mucho para dar la vuelta a la tortilla.