La combinación de elementos nos guía hacia la realidad que siempre se impone. Es posible que ésta no se quiera aceptar, que se voltee la mirada hacia otro lado para no ver lo que se viene. Pero llegará. Quien ocupa hoy el Palacio de Miraflores en Caracas pareciera no querer ver lo que es obvio y es que se le agota el tiempo. Las evidencias son numerosas y abrumadoras.
Durante la Administración de Joe Biden, el régimen venezolano fue tratado con benevolencia -para ellos y en detrimento de los venezolanos-. Hubo diálogos, conversaciones y negociaciones en Barbados, México, Qatar y hasta en Caracas, donde se supone que se llegó a algunos acuerdos y compromisos de los que Nicolás Maduro se burló repetidamente. Hubo liberaciones sin contrapartida, amenazas sin consecuencias y recompensas sin cobrar.
Pero con Trump, parece que la historia será distinta. Y es que los funcionarios que ha comenzado a nombrar -Marco Rubio, Mike Waltz, Christopher Landau y Peter Lamelas, entre otros- para manejar áreas sensibles y de toma de decisiones relevantes en relación con la situación en la región, revelan un mensaje muy diferente al aplicado por el Gobierno que está por terminar.
Estos futuros funcionarios son conocedores de la realidad venezolana y férreos anticomunistas.
El propio Trump le ha hecho saber a Maduro que luchará contra el narcotráfico, contra los carteles incluido el de los Soles y le enviará de regreso a los delincuentes del Tren de Aragua y que, además, no le comprará petróleo. Hasta ha nombrado un enviado especial, Richard Allen Grennel, para abordar los casos conflictivos de Venezuela y Corea de Norte.
Un centro de crimen y terrorismo internacional
Aun sin haber asumido el cargo, Trump ya condiciona las decisiones que toma Estados Unidos. No es casual que sea en este interregno que el Comando Sur firme acuerdos con Guyana y con Trinidad, para enviar aviones y marines a esas naciones con el objetivo que no se provoquen «violaciones de la Zona de Paz». Esto, amigo lector, lo dejo a su interpretación.
Por si esto fuera poco, se han publicado informes sobre los nexos de Maduro y su régimen con el narcotráfico y el terrorismo. Según dichos informes, en 2022 Venezuela exportaba unas 300 toneladas de cocaína al año, con un valor en la calle de unos 7.500 millones de dólares. Las cifras han aumentado desde entonces.
El experto Joseph Humire, asegura que el grupo terrorista Hezbolá ha contribuido a convertir a Venezuela en «un centro para el crimen organizado transnacional y el terrorismo internacional», y reitera que el régimen de Maduro proporciona identidad venezolana a terroristas islámicos para que puedan viajar libremente a Europa y Estados Unidos.
Estos nítidos mensajes se producen en medio de una realidad incontestable: Maduro recibió una paliza en las elecciones presidenciales del 28J y los resultados fueron probados y comprobados a través de las actas que han llegado a diversos congresos, incluyendo el Parlamento Europeo. Edmundo González Urrutia ha sido reconocido formalmente como presidente electo por varios gobiernos occidentales, incluyendo el de Estados Unidos.
La decisión de conquistar la libertad
Pero quizá la fuerza más importante que amenaza a Maduro es de carácter intangible, y la describió muy bien María Corina Machado el pasado 17 de diciembre, al recibir el Premio Sajarov. La líder opositora afirmó que los venezolanos están decididos a conquistar su libertad «por amor a nuestros hijos y amor por nuestra tierra» y añadió «ha surgido un genuino movimiento de redención, para unir y liberar a un pueblo», se trata de «un poderoso movimiento social y cultural», y finalizó diciendo que «las fuerzas que se han desatado en nuestro país hoy son indetenibles».
La historia de la humanidad demuestra que las fuerzas más poderosas no son de tipo material, como los son los fusiles que usa Maduro para reprimir al pueblo; son más bien de naturaleza espiritual.
Por eso, tiene razón María Corina cuando afirma una y otra vez que «no hay fuerza más poderosa que un pueblo decidido a conquistar su libertad».