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Aristocracia de intemperie, teoría y práctica

Recomendar vivamente un libro inencontrable puede ser una de las formas más retorcidas de tortura intelectual, aunque sea inintencionada. En las jornadas «Descubridores» de la Fundación Tatiana, no me cansé de ponderar las ideas de Juan Ramón Jiménez sobre la aristocracia de intemperie, esenciales para entender bien qué es y cómo se practica la nobleza de espíritu. Están recogidas fundamentalmente en la conferencia «El trabajo gustoso», que se recogió a su vez en esa maravilla de volumen que es Política poética, en Alianza Tres. Y que sólo se encuentra en librerías de viejo a precios desorbitados, nada gustosos. Como reflejo de su valor, el precio es exacto y hasta se queda corto; pero quizá no quede al alcance de mis jóvenes recomendados. Me han protestado amablemente.

Las ideas de Juan Ramón Jiménez sobre la aristocracia de intemperie son esenciales para entender bien qué es y cómo se practica la nobleza de espíritu

El barbero del rey de Suecia acude en mi auxilio, pues su misión fundacional es precisamente ofrecer el meollo del libro al que no tiene tiempo (o dinero) de leerlo y subrayarlo por su cuenta. No es lo ideal, pero a menudo es lo posible.

Para Juan Ramón Jiménez todo aquel que hace su trabajo gustoso, con excelencia y vocación, es un verdadero aristócrata

Aquí tiene que quedarnos claro que para JRJ todo aquel que hace su trabajo gustoso, con excelencia y vocación, es un verdadero aristócrata. Puede ser jardinero, tipógrafo o mecánico. Puede ser también un aristócrata de sangre, como mi paisano Winthuysen, padre del pintor, amigo de JRJ. Aquél, cada vez que tenía que pintar su casa-palacio en la Calle Larga del Puerto de Santa María, cruzaba para preguntar a sus vecinos el color que a ellos les apetecía. A fin de cuentas, verían la fachada desde sus balcones mucho más que él en sus salones. JRJ hace una reverencia al gesto, admirado. Y también a los que tienen oficios humildes. No importa sino la calidad del espíritu, la entrega, el sacrificio, la finura. Luego, a lo largo del libro, JRJ, como es lógico (o «lójico» como él prefería escribir) se centra en el oficio de poeta, que era el suyo. Pero todo lo que dice es extrapolable a cualquier vocación.

A lo largo del libro, JRJ, como es lógico (o «lójico» como él prefería escribir) se centra en el oficio de poeta, que era el suyo. Pero todo lo que dice es extrapolable a cualquier vocación

Abomina de los que arrugan la nariz (con esnobismo inverso) ante la palabra «aristocracia». Si renegamos de la palabra en nombre de un supuesto ideal popular, argumenta, regalamos el viejo concepto, de noble ascendencia griega, tan atractivo a la imaginación colectiva, «a los falsos visibles, privilejiados» [sic]. Y, encima, renunciamos a darle ese timbre de gloria a los verdaderos aristócratas, que son siempre —sea cual sea su posición en la sociedad— los del espíritu y la conciencia, los de la intemperie.

Pero JRJ se explica en la teoría y nos propone en la práctica como nadie. Veámoslo:

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Yo he hecho la prueba y he hablado poéticamente a unos y a otros y en 2 o 3 días he cojido siempre el fruto.

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Porque la poesía y los poetas se cuentan por siglos, aunque la moda crea otra cosa distinta.

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Quien tiene acento y espíritu debe tener voluntad para tratar como es debido tales excelencias.

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Somos aristócratas porque estamos aspirando a crear y creando nuestro yo superior, nuestro mejor descendiente. […] La aristocracia verdadera, en España y donde quiera que exista tiene necesariamente carácter religioso […] No hay forma más exquisita de aristocracia que la de intemperie.

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[La poesía] merecerla con nuestra inquietud y nuestro entusiasmo.

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Bueno, yo soy como Dios me ha hecho, exactamente lo mismo que ocurre con todos ustedes, y espero que me vean así, como un capricho de Dios. [Las mayúsculas son mías.]

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La auténtica poesía se conoce por su profundidad emotiva, por su plena marea honda, por su intuitiva metafísica.

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La tristeza serena es una forma superior de la vida como la serena alegría.

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La gran poesía es casi siempre breve. Los éxtasis no pueden ser muy duraderos ni necesitan serlo, ya que lo eterno se abarca, todos los sabemos, en un instante.

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Yo creo en el espíritu humano, en mi espíritu (no me avergüenza decirlo a los jactanciosos de la carne sola).

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Ortega se mueve siempre en un nivel superior; y yo juzgo ante todo a los hombres por el nivel en que se mueven.

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El poeta a lo supremo, lo sencillo y lo callado, siempre.

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Quiero ser siempre un exaltador de lo que me parece bueno.

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Hay problemas que se resuelven sin crearlos.

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El mayor asesino de la vida es la prisa, el querer llegar a las cosas antes de tiempo, que es pasarse de ellas.

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El ejemplo mejor es la superioridad por el amor general consciente. Y cuando se da este ejemplo, no sólo los otros hombres, en compañía simpática, sino los mismos animales, supuestos inferiores, lo siguen.

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Confiemos menos en el talento, tan voluble, y más en la vocación, tan segura; que la vocación es la autenticidad.

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¡Defectillo, cómo me gusta encontrarte para no enmendarte!

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La palabra profundidad aplicada a la poesía no me gusta mucho; prefiero intensidad, lo profundo se entiende generalmente hacia abajo, pero este abajo tiene un límite, el de la tierra misma; la altura es más profunda.

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La unidad de avance entre maestro y discípulo es el secreto más pródigo de la enseñanza.

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La enseñanza debe ser alegre, viva. Un maestro debe ser siempre como un aristócrata sencillo de la intemperie.

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Más importante despertar ambición o ilusión en un discípulo que exigirle perfección.

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Para mí el capricho es lo más importante de nuestra vida. Emerson había escrito fancy en la puerta de su cuarto de trabajo.

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Poner en vez de un hada una buena mujer que se apiadara de la Cenicienta o un muchacho sensitivo que se casara con ella, en vez de un príncipe rico, sería más bello para todos.

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Quien está absorto de veras en un asunto y tiene fe en él, no se aburre y no aburre a los demás.

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Nuestra felicidad me parece a mí que está en el buen uso que hagamos del tiempo y el espacio en que nos ha confinado nuestro destino.

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El ser realistas no tiene como consecuencia lógica no ser idealista, y el existencialismo puede revolcarse en el estiércol, pero también bañarse en el mar. El poeta sabe que no alcanza su ideal, es decir, que no lo mata; es decir, que no debe alcanzarlo matándolo.

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Una mecanógrafa, ¿no puede realizar con sus dedos algo tan pulcro, tan exacto, tan bello como un pianista en una sonata?

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La palabra simpatía es una de mis palabras elegidas.

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Siempre fue un honor para mí aprender de la opinión sincera ajena.

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