«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

De las purgas de Sánchez a la consumación del golpe de Estado de Maduro

Nicolás Maduro toma posesión como presidente de Venezuela. Jhonn Zerpa

Las flores del mal. Que el procés iba a tener consecuencias corrosivas en la vida pública española podía preverse sin muchas dotes de pitoniso. Yo mismo, que aborrezco la futurología, publiqué en 2019 un artículo titulado España en proceso en el que decía que ya se estaba produciendo la traslación del golpe catalán al conjunto del país, vía Podemos y los socialistas. Y es cierto que si bien los insurgentes no lograron su objetivo último, sí habían conseguido el objetivo secundario, la desestabilización del régimen vigente. Desde este punto de vista, no debe sorprender el ascenso de Sánchez hasta la presidencia, aupado por una coalición que tiene en común, por encima de todo, la disolución de España o, al menos, instaurar una versión esmirriada de la misma. Con estos mimbres está armado el sanchismo, segunda parte perfeccionada del zapaterismo. Traigo este estado de las cosas porque quiero recordar cómo vivimos los catalanes sin complejos (ni de inferioridad ni de superioridad respecto a nuestros compatriotas) aquel golpe que dio alas a lo peor de la nación política. Sin sentimentalismos, la experiencia se puede resumir así: temor, desamparo, cabreo, silencio. Y, por supuesto, comprobación de que nos gobernaba una elite extractiva y delictiva. Vaya, una pandilla de hijos de su madre. Y esto se parece mucho a lo de ahora, pasados casi trece años desde el paso adelante de Artur Mas. Botón de muestra: María Jesús Montero estuvo el jueves en la SER —medio fundado bajo la dictadura de Primo de Rivera y que, cuando la de Franco, entretenía al personal con programas como Matilde, Perico y Periquín— diciendo que «hay que darle normalidad a la relación con Puigdemont».

¡Franco, Franco, Franco! Hemos conocido esta semana un manifiesto alegórico y constitucionalista, prueba en tinta negra de que los nacidos bajo el último franquismo, el de la marcha estupenda de clases altas, medias y bajas, nos hacemos viejos melancólicos. Firmar a estas alturas un manifiesto debe ser como, fervor literario, imaginar un polvo con Nadiuska hace cuarenta años. Todo lo que sucede en el siglo nuevo, el insurreccionalismo woke institucionalizado, también la inocencia del anciano exprogre, tiene la medida de la comedia. Para empezar porque ya nadie lee en Francia desde el siglo XVII, imaginen aquí. Y el dato, que no relato, debería advertir de la propia decadencia del género del manifiesto, un papel higiénico para los autores con ínfulas de ser útiles al pueblo lector inexistente. Todo lo sucedido dentro de los muros sanchistas, como de los tabiques estrechos del pujolismo, ha cabido y cabe en la Constitución. La carta magna resulta ya una especie de chicle magnífico para cualquier chavista, cantonalista o liberadora de violadores. Qué digo, incluso para aprobar una ley que dicta constitucional la desigualdad de los españoles en función de su sexo. Ah, pero la ultraderecha. 

Purgas. Emulando los tiempos dorados del socialismo real, Sánchez se ha encargado esta semana de limpiar el partido de elementos revisionistas. Así, ha purgado a Tudanca, sospechoso crítico en el PSOE de Castilla y León, una vez eliminado Lobato en Madrid. De igual modo ha obrado su mano de hierro en Extremadura, La Rioja y Valencia. 

La Mina. Cuando era joven, corría el comentario de que si cogías un taxi y pedías que te llevara a esa barriada el conductor se negaba. Vuelven los ochenta, aunque quizás nunca se fueron allí, cuadrícula de edificios baratos construidos durante el omnipresente franquismo para alojar a más de dos mil chabolistas. Esta semana ha vuelto el barrio a los noticieros, como cuando el cine quinqui de Juan Antonio de la Loma (Perros Callejeros, Yo El Vaquilla). Se informa de una noche de tiros, advertencia de un clan familiar a otro enemigo, en disputa por el control del tráfico de drogas. No hubo víctimas mortales, pero una vecina fue alcanzada por una bala perdida.

Eterna picaresca. La noticia no tiene mayor comentario, acaso una referencia a nuestra leyenda barroca, siempre tan sutil y verdadera, inmortal hasta la fecha. Españolidad, el hermanísimo de Sánchez ha sido incapaz de ubicar ante el juez dónde se encuentra la sede de la Oficina de Artes Escénicas que, al parecer, dirige.

En Caracas. Entre la repugnante ambigüedad del Gobierno y el jolgorio de Monedero y de un tal Pineda (enviado a Venezuela de Izquierda Unida, integrada en Sumar), Maduro consumó su golpe de Estado. Se autoproclamó el autobusero nuevo conducator del país pese a haber perdido las últimas elecciones. Decía ambigüedad de nuestro Gobierno, pero no es en realidad tal cosa. La diplomacia sanchista disimula. Algún día conoceremos el contenido de aquellas maletas traídas hasta Madrid por Delcy Rodríguez, vicepresidenta bolivariana. 

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