Trilo sociata. Miguel Ángel Gallardo, líder del PSOE extremeño, ha ejecutado un movimiento de colorido oportunismo y menosprecio por la decencia institucional. No hablemos más de moral, esa cosa desgastada, invisible en el centenario partido. Su reciente aforamiento como diputado en la Asamblea, justo cuando enfrenta un proceso judicial por la contratación del hermano de Pedro Sánchez en la Diputación de Badajoz, sería fraude de ley. Una maniobra calculada para esquivar el banquillo. Este «aforamiento exprés», como lo ha calificado la presidenta María Guardiola, es intento burdo de blindarse tras la inmunidad parlamentaria. Gallardo, que juró su cargo entre críticas de PP, VOX y Unidas por Extremadura, se presenta encima como víctima de una «cacería» mientras asegura defender los intereses de su amada región. Pese a tanta palabrería de trilero, cinco dimisiones fueron orquestadas para allanarle el camino al escaño. Entretanto, Moncloa, cinismo campante, defiende la maniobra cual «normalidad democrática». El PSOE de Sánchez tiene algo que recuerda demasiado a una costumbre siciliana, aquello de reconocer a «uno de los nuestros» y protegerle frente al Estado, en nuestro caso los jueces.
Cañerías. Leire Díez, militante socialista con tareas de «fontanería» en el PSOE, ha emergido desde los desagües con un olor nauseabundo. Grabada ofreciendo favores y maniobrando para desacreditar a la UCO, a jueces y a fiscales que investigan la corrupción del entorno de Sánchez, Díez personifica el descaro de un partido que se cree intocable, intachable todavía para unos cuantos millones de zombies, su fidelísimo electorado. Los encuentros en la ciénaga con empresarios y el abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, para sacar «trapos sucios» y rebajar tensiones con Junts, revelan el corrompido estado de la política española y su Gobierno. Ferraz la reduce a «afiliada de base» y abre un expediente informativo sin medidas cautelares, un lavado de cara que no puede engañar a casi nadie, citaba antes a los zombies votantes. Sin embargo, sabemos que Sánchez intercambiaba mensajes con Díez desde al menos 2011. Este no es un caso aislado, sino la enésima prueba de un PSOE que, viniendo a salvar a España de la corrupción pepera, conspira sirviéndose de la intimidación y el clientelismo. El régimen está en descomposición, pero nos preguntamos cuán hondas pueden llegar a ser todavía las tragaderas de la política formal, institucional.
Feijoo. Pedro Sánchez, de profesión escapista, guarda un silencio cómplice mientras las cloacas del PSOE siguen emanando efluvios. Por su parte, Feijoo, caballero de la mano en la frente, no desenvaina. Alberto opta por la tibieza: ahora ha convocado a los españoles a manifestarse el día 8. Se conoce que antes no era posible hacer hueco y, más tarde, recordemos, se celebrará un congreso chachi. Una reunión que traerá, previsiblemente, la constatación de la vagancia, del bienqueda y de los resortes vivos del bipartidismo, qué melancolía. El discurso del gallego, cargado de frases huecas y críticas timoratas, no pasa de un murmullo en el Congreso. Y en el PSOE están encantados. Si el PP no despierta, cosa ya poco probable, será cómplice por omisión de un socialismo que se está cargando España. La justicia camina; Feijoo, dormita.
Nostalgia de los «grises». Pablo Iglesias, exvicepresidente y profeta del rencor, ha sacado el garrote en RTVE para exigir la detención de patriotas que, en un ejercicio de libertad, manifestaron su cabreo frente a La Moncloa. Iglesias se deslizó contento por el tobogán leninista, que tanto ha de gustarle, y dijo que había que intervenir policialmente contra ciudadanos indignados, se entiende que no «los suyos», aquellos a los que arengaba hace años para rodear el Congreso. Adalid de un «antifascismo» selectivo, el viejo coletas pedía porrazos y su mujer, la bolchevique de Galapagar, se excitaba en TV3 con la idea de expropiar viviendas de «fondos buitre» (no se vio nunca en la política española mayor y más siniestro buitre que Podemos) y grandes propietarios, invocando el artículo 128 de la Constitución. Argumentaba la señora que «las casas son para vivir, no para especular». Aunque ella tiene el conocido chalet de Galapagar y es copropietaria de cuatro inmuebles, incluyendo un ático en Madrid y fincas en Ávila. Su patrimonio, que rozaba los 6.000 euros en 2016, se disparó a 629.969 en 2021. ¿Especulación, Irene? Luego hay otra gruesa realidad: la Ley de Vivienda de Sánchez, que ella respaldó, ha disparado los alquileres y ahuyentado a pequeños propietarios, no a los pajarracos carroñeros. Expropiar, suelta la pelma, es «constitucional», pero omite que el 80% de los pisos de alquiler son de clase media, no de magnates. Montero, que vive del esfuerzo colectivo que tanto critica, quiere repartir lo ajeno mientras protege lo suyo.
Yoli. Otra buena pieza de la banda sanchista, Yolanda Díaz, ha exigido «investigaciones exhaustivas» tras los audios de Leire Díez. Lágrimas de cocodrilo, moja su sensiblería invocando una «democracia limpia». Autoproclamada defensora del pueblo, aficionada a visitar el Vaticano y comprar ropa francesa, parlotea sobre «esperanza» y calla cuando el PSOE conspira en Waterloo. «Tolerancia cero», dice con ese deje de Señorita Pepis revenida, apoltronada en un Ejecutivo viciado.