'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
La ilusión de ser diferente
Por Alejo Vidal-Quadras
28 de junio de 2017

El Alcalde de Blanes, provincia de Gerona, nació en Narila, un pueblo de La Alpujarra, provincia de Granada, hace cincuenta y seis años, y cuando su familia se trasladó a Cataluña -él era entonces un niño-, como tantos centenares de miles de andaluces, se convirtió en ciudadano de esa Comunidad. Hasta aquí, todo normal. La gente busca nuevos horizontes y una vida mejor, desea ampliar su abanico de oportunidades y dar a los suyos una existencia más confortable, y si en su tierra de origen las cosas se ponen difíciles nada más natural, comprensible y humano que viajar a otras latitudes, donde haya trabajo y posibilidades de prosperar. La historia de Miguel Lupiáñez y de sus allegados es, por tanto, una historia de superación a base de trabajo, constancia y ascenso en la escala social. Una trayectoria digna de loa y que puede servir de ejemplo a los que se resignan por pasividad, desidia o indolencia a una suerte adversa sin intentar vencerla. La lástima es que esa biografía tan merecedora de elogio se ha visto empañada por dos factores que la han estropeado por completo.

El primero es que el Alcalde no se ha preocupado de equiparse con una educación esmerada. No es que la formación profesional en la rama de la electricidad no sea una capacitación muy digna y sin duda socialmente útil, pero cuando uno alberga además ambiciones políticas es aconsejable que, por lo menos, pueda expresar sus pensamientos con claridad, rigor y precisión. Y el primer edil de la bella población marinera de Blanes, a la hora de emitir sus opiniones sobre asuntos de una cierta complejidad, como el concepto de soberanía, las relaciones de la geografía con el desarrollo, la sutil distinción entre nivel de vida y calidad de vida, la íntima relación entre democracia e imperio de la ley y el misterioso ámbito de una hipotética psicología colectiva que distinguiría a unas sociedades de otras, vacila, balbucea, navega perdido por el diccionario, afirma una cosa y la contraria, niega haber dicho lo que acaba de decir y, en suma, hace de sí mismo un lamentable espectáculo de torpeza verbal y de confusión mental. Muchos comentaristas y pobladores de redes sociales se han indignado por las declaraciones del alcalde a Onda Cero, seguramente con razón, pero a mí en cambio me ha inspirado una melancólica piedad, la que despierta el que está aquejado de un autodesprecio degradante que sólo se puede aliviar adulando abyectamente a los que le han lavado el cerebro para imponérselo. Porque ese es el segundo elemento negativo de su curriculum, su sometimiento pusilánime y acomplejado a la doctrina separatista dominante

Los nacionalistas identitarios, esa especie letal y mortífera que ha causado a lo largo de los últimos dos siglos millones de víctimas inocentes y horrores sin cuento, cometen, entre sus abundantes crímenes, uno especialmente cruel, el de despojar a sus semejantes, indefensos ante su manipulación, de su dignidad como personas. Miguel Lupiáñez, un tipo por muchos motivos admirable, bajo el influjo maléfico de un tribalismo xenófobo y excluyente, ha quedado reducido a lo que es hoy ante los ojos de toda España, un guiñapo moral e intelectual que defiende contra la evidencia más palpable la superioridad de una imaginaria identidad catalana sobre la del resto de sus compatriotas y, lo que es particularmente terrible, sobre la de sus padres y sus abuelos de los que, implícitamente, se avergüenza.

Este infortunado no se da cuenta de su miserable condición porque el adoctrinamiento implacable al que ha sido sometido y que no ha sabido, como afortunadamente sí han hecho muchos catalanes, resistir, le ha convencido de que, por la contingente circunstancia de vivir y trabajar en Cataluña, es superior a los demás españoles y que su Comunidad de adopción es una Arcadia feliz, en la que el esfuerzo, la laboriosidad y el ingenio, brillan entre los países del orbe como un faro de excelencia y contrastan con la indolencia, el atraso y la tosquedad de la masa carpetovetónica.

El alcalde de Blanes, que gracias a su tesón y a su voluntad salió de su serranía natal para llegar a ocupar por sus méritos un puesto de alta responsabilidad que le haría merecedor de respeto y consideración, ha sido transformado por una escuela, una prensa, una televisión y unas instituciones entregadas irresponsablemente a los secesionistas por sucesivos Gobiernos de la Nación, en un ser desnortado, ausente de sí mismo, sujeto a la pulsión inconsciente de hacerse perdonar su supuestamente inferior procedencia. Pudiendo haber sido un triunfador ha preferido para su desgracia rebajarse a ser diferente.

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