'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Adam Smith sigue vivo
Por Alejo Vidal-Quadras
18 de septiembre de 2014

Conocí a Jeremy Rifkin en el Parlamento Europeo, institución que visitó con frecuencia en las legislaturas 1999-2004 y 2004-2009 para hablarnos con notable elocuencia y capacidad comunicativa de dos temas sobre los que había publicado sendos libros: la economía del hidrógeno como solución total y definitiva al problema de la energía y el sueño europeo en contraposición al American dream. La verdad es que daba gusto verle y oírle. Original, brillante, seductor, rebosando empatía y con un estudiado dominio de la escena, evolucionaba ante un público entregado con seguridad y elegancia blandiendo un delgado fajo de fichas manuscritas que consultaba ocasionalmente más como gesto ritual que por necesidad porque era obvio que se sabía su intervención al dedillo. Otra cosa era la solidez de sus argumentos o el rigor de sus datos. Por ejemplo, si bien sería maravilloso disponer de una batería de pilas de combustible en cada fábrica, en cada hogar y en cada automóvil, ante la pregunta lógica de cómo se obtendría la ingente cantidad de hidrogeno necesaria de forma libre de emisiones y sin recurrir a la fisión nuclear, su respuesta era que mediante renovables. Y si el interlocutor objetaba que eso era imposible por una simple cuestión de coste, de intermitencia y de volumen de megavatios requerido, le despachaba sin perder su encanto remitiendo a un futuro dorado de progreso tecnológico todas las dificultades.

Lo mismo sucedía con su elogio entusiasta del Estado del Bienestar europeo, que presentaba como el modelo social ideal, solidario, humano, compasivo, muy superior al norteamericano, a sus ojos egoísta, cruel y ferozmente darwinista. La cuestión de la sostenibilidad financiera del sistema de protección social imperante en este lado del Atlántico y los obstáculos derivados de la evolución demográfica, la baja productividad o el coste creciente de los servicios públicos, tampoco parecía preocuparle demasiado y afirmaba con gran contundencia que a la larga el enfoque socialdemócrata era más eficiente, sin que sus fascinados oyentes acabaran de entender los motivos de tal bienaventuranza.

Ahora nos obsequia una nueva obra en la que predice el fin del capitalismo, que será sustituido, según sus seráficos análisis, por la desaparición del coste marginal gracias a que no produciremos, competiremos y venderemos, como hacemos ahora prisioneros del paradigma del mercado, sino que compartiremos y cooperaremos. Al igual que cuando cantaba las excelencias del hidrógeno como vector energético descentralizador, el instrumento que nos transformará de individuos celosos de nuestro propio interés en felices miembros de una arcadia de bienes y servicios mutuos será internet por un lado y los avances tecnológicos por otro.

Aunque la psicología evolutiva ha demostrado que somos un noventa por ciento chimpancés y sólo un diez por ciento abejas, Rifkin nos anuncia un mundo dichoso convertido de mercado a colmena. Ya nos anunciaron en España la muerte de Montesquieu con los brillantes resultados conocidos. Ahora un millonario asesor de primeros ministros -parece que únicamente Rajoy se ha resistido a sus habilidades teatrales- declara fallecido a Adam Smith. La ventaja es que Rifkin no gobierna y aquellos que sí lo hacen y escuchan sus consejos suelen perder elecciones por hacerle caso. De todas formas, reconozco que como compañía amena y estimulante de polémicas no tiene rival.

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