'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Las balanzas fiscales, otro error
Por Ramon Pi
24 de julio de 2014

La estrategia nacionalista catalana está encaminada, como es bien sabido, hacia la secesión. Algunos, ciertamente muy pocos, se la creen de buena fe, y se alimentan de su discurso en la creencia de que la secesión va a resultar muy provechosa para los catalanes. Otros, los más, se dejan llevar por el sentimentalismo nacionalista como el que sedujo a millones de alemanes para seguir a Hitler, pero como son conscientes de que la independencia respecto de España es una quimera, secundan a los separatistas al ver que este tipo de desafíos suele acabar con nuevos beneficios económicos para la Comunidad autónoma, y les parece que vale la pena mientras los Gobiernos crean que aplacar y aplazar son términos sinónimos, e imaginen que intensificando el trato de favor se amortiguarán las presiones separatistas, cuando este proceder, en buena lógica, sólo consigue manetnerlas e incluso aumentarlas, dado el buen resultado económico que proporcionan. Y otros, cada vez menos pero aún muchos, mantienen la cabeza libre de los espejismos de los sentimientos, tan mudables, y soportan el castigo de algo cada vez más parecido a la muerte civil, impuesto por los que desde hace algunos años se han autoinvestido de la facultad de determinar quiénes son los buenos y quiénes los malos catalanes.

En su aplicación práctica, la estrategia nacionalista incluye toda una panoplia de acciones políticas de fundamento imaginario, como si Cataluña fuese ya un Estado soberano; y cuando eso no es posible porque choca demasiado estrepitosamente con la realidad, entonces se actúa del mismo modo, pero apelando a que una vez Cataluña fue un Estado soberano, lo cual también es falso, pero permite inventarse una historia virtual aprovechando la ignorancia del común de la gente.

Una de las acciones derivadas de esta superchería básica es la de las llamadas balanzas fiscales, cálculo propio de las relaciones económicas y comerciales entre Estados distintos, pero desconocido entre partes del mismo todo político. Esta dis-torsión inicial dio origen a uno de los primeros eslóganes del populismo separatista: «España nos roba». España y Cataluña son entes distintos. Cataluña está obligada por los rapaces españoles a empobrecerse. Pero cuando alguien ha planteado a un dirigente separatista si toleraría que los del barrio de Pedralbes exigieran la independencia porque Barcelona les roba, o si aceptaría que el Valle de Arán reclamase la independencia porque tiene una lengua propia, la respuesta, llena de sentido común, ha sido siempre negativa, como es natural. Sin embargo, las contradicciones clamorosas de este tipo no arredran a los secesionistas: han perdido ya todo sentido del ridículo, y además perciben que los partidos y los gobernantes «españoles» están desconcertados y son débiles.

Y debe de ser cierto, porque el Gobierno ha entrado a este engaño como un toro de carril. Ha aceptado el planteamiento separatista y se ha aplicado a hacer el cálculo para que quede de manifiesto que el «robo» de España a Cataluña no era de doce mil millones anuales, sino sólo de ocho mil cuatrocientos. Todo un gran éxito dialéctico, como puede verse. Y aprovechando que el Esgueva pasa por Valladolid, el presidente de la Comunidad autónoma de Madrid ha corrido a lamentarse en público de que para robo español, el que España perpetra con su provincia, que es de dieciséis mil millones al año. Eso sí, no ha pedido la independencia. Fuentes habitualmente bien informadas aseguran que en La Moncloa se ha oído un gran suspiro de alivio.

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