'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
La caída de la breva
Por Alejo Vidal-Quadras
4 de febrero de 2015

Uno de los rasgos más habitualmente criticados del Presidente del Gobierno es su pasividad. Rajoy contempla plácidamente el fluir del tiempo, demora largamente las decisiones y permanece impávido en medio de las tormentas, se dice que no tanto como muestra de coraje como de indolencia. Son frecuentes las caricaturas del inquilino de La Moncloa recostado en un sofá o meciéndose en una hamaca mientras a su alrededor los acontecimientos se suceden vertiginosamente y los asuntos pendientes se acumulan, sin que nada turbe su paz de espíritu. Estafermo, Don Tancredo, esfinge, son apelativos frecuentemente utilizados en su contra por comentaristas y columnistas, reflejando así una consolidada imagen de indiferencia distante a la realidad de este vano mundo. Se ha escrito que, al igual que hacía su ilustre paisano el Generalísimo, clasifica los problemas en dos clases, los que no tienen solución y que, por tanto, no merecen atención, y los que se solucionarán solos que, obviamente, tampoco requieren que se les dedique mayor esfuerzo. A partir de estas consoladoras y fatalistas premisas, la vida se transforma en un premioso discurrir de molestas novedades que, como tales, han de ser ignoradas hasta que desaparezcan empujadas por el siguiente noticiario. No cabe duda que semejante enfoque de la existencia inmuniza contra la ansiedad y garantiza una baja tensión arterial, promesa de feliz longevidad. Una de sus frases favoritas es “las cosas son como son” y para él las crisis más devastadoras o los cataclismos políticos más ruidosos quedan inmediatamente rebajados a la categoría de “líos”.

En este marco psicológico, ha sido muy denostada su abulia frente a la ofensiva separatista catalana que, con su desafío permanente al orden constitucional y al Estado, hubiera acabado hace meses con la paciencia de cualquier gobernante que no fuese el inalterable registrador de la propiedad en excedencia que rige los destinos de España desde enero de 2011. También ha aflorado una amplia incomprensión en relación a su mantenimiento impertérrito de un discurso economicista carente de pasión mientras las soflamas revolucionarias de Podemos anuncian un cataclismo electoral y político para el presente año. La duda es si actúa así porque su inexistente carisma y su falta de capacidad oratoria no le permiten hacer otra cosa o porque es un estratega genial que a base de permanecer inalterable acaba con todos sus adversarios políticos sin despeinarse y consigue sus objetivos por encima de las dificultades más adversas. En el transcurso de la presente legislatura, ha habido momentos en que parecía que estaba acabado -caso Bárcenas con sus sms, inminencia de un rescate europeo, enfrentamiento público con Aznar, consulta catalana del 9 de noviembre-, pero ha seguido adelante sorteando los más erizados escollos y los vórtices más pavorosos. Las encuestas anuncian un desastre para sus siglas en las cuatro citas con las urnas que le esperan de aquí a final de año, sin que tal perspectiva parezca inquietarle lo más mínimo. Continúa repitiendo los mismos mensajes soporíferos sobre la recuperación, la creación de empleo, la necesidad de preservar la estabilidad y el sentido común, prescindiendo absolutamente del rugido del huracán que en la calle augura la caída del sistema de 1978 y la llegada de una etapa de turbulencias y de mutaciones traumáticas.

 

He de confesar que por primera vez en el cuarto de siglo que llevo de trayectoria pública el concepto rajoyano de la política entendida como la tranquila espera de la caída de la breva me suscita el atormentado pensamiento de que al final cabe la remota posibilidad de que tenga razón. Y lo peor es que, en las circunstancias dramáticas que atravesamos, el triunfo de una teoría tan moral, estética e intelectualmente decepcionante, es lo mejor que nos podría suceder. 

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