'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El califato iraní
Por Alejo Vidal-Quadras
6 de mayo de 2015

Los gobiernos occidentales están seriamente preocupados, con toda la razón, por la sangrienta y bárbara amenaza que representa el Estado Islámico, ese movimiento fundamentalista suní que intenta establecer su demencial califato en Siria e Irak, donde ya ocupa vastas zonas del territorio e impone su brutal represión a todos los que, musulmanes o no, se resisten a su dominio. En su afán por frenar a las hordas de Al Bagdadí sin pagar un coste demasiado alto en recursos financieros y en esfuerzo militar, los Estados Unidos, secundados por una débil e irresoluta Unión Europea, han optado por aliarse temporalmente con el régimen iraní y permitirle operar en la región, bien sea directamente mediante la rama exterior de la Guardia Revolucionaria, la conocida como Fuerza Qods (Fuerza Jerusalén), bien valiéndose de milicias chiitas locales controladas desde Teherán, o gracias a sus tradicionales aliados Hezbolá en Líbano y los hutíes de Ansar Alá en Yemen. Esta estrategia es simplemente suicida porque una vez los ayatolás iraníes claven sus garras en estos países no sólo no se retirarán tras una eventual derrota del Estado Islámico, sino que intentarán establecer de manera irreversible su hegemonía en Oriente Medio.

Un reciente informe de la oposición democrática iraní en el exilio a través del Consejo Nacional de la Resistencia de Irán ha proporcionado valiosa información sobre los planes del Líder Supremo Alí Jamenei y sus secuaces. En su documentada relación se pone de relieve como la dictadura teocrática iraní ha diseñado un plan a medio y largo plazo cuya culminación con éxito representaría su total control del Próximo y Medio Oriente. Este proyecto, que se va desarrollando paulatinamente ante la pasividad o la ceguera de la Administración Obama y de los Gobiernos europeos, consiste en ir introduciéndose en sucesivas etapas en países desgarrados por conflictos internos que los han transformado prácticamente en estados fallidos -Siria, Irak y Yemen son tres ejemplos notorios- y una vez conseguida la absorción de sus poblaciones eliminando u oprimiendo a los grupos étnicos o religiosos que se opongan, crear un cerco de presión sobre las monarquías del Golfo, Jordania y Egipto, hasta incorporarlas también a su esfera de influencia. En su detallada y documentada exposición, el Consejo Nacional de la Resistencia de Irán suministra los nombres y funciones de los altos mandos de la Guardia Revolucionaria encargados de los distintos aspectos y demarcaciones geográficas del plan, de sus trucos y engaños cubriendo con pretendidas acciones humanitarias su penetración más allá de sus fronteras y de la coordinación férrea que se ejerce del conjunto de actividades de suministro de armas, entrenamiento y adoctrinamiento, desde la Oficina del Líder Supremo iraní.

Un componente esencial de este ambicioso planteamiento, según han manifestado cándidamente los principales dirigentes del régimen jomeinista, es aprovechar que la atención de los Estados Unidos y la Unión Europea está puesta en las atrocidades del Estado Islámico y en las negociaciones nucleares para ir infiltrándose sigilosamente en los países de la región más vulnerables a su influencia. Como es lógico, Egipto y los Estados musulmanes sunitas del Magreb y de la península arábiga contemplan con justificada alarma los progresos de los planes del régimen iraní y la ingenuidad acobardada de Occidente ante sus maquinaciones. La lista ya larga de errores estratégicos cometidos por Washington y Bruselas en un trozo del planeta tan vitalmente sensible parece no  tener fin.

 

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