'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Culpas ajenas
Por Alejo Vidal-Quadras
12 de abril de 2017

Es típico de los gobernantes fracasados, especialmente de los totalitarios, atribuir los males causados por su fobia a la libertad y su incompetencia a tres enemigos, el interior, el exterior y el anterior. Así, Nicolás Maduro, que ha arruinado a un país potencialmente tan rico como Venezuela sumiendo a sus habitantes en la miseria y el desabastecimiento y que encarcela a sus opositores triturando cualquier vestigio de Estado de Derecho, atribuye el desastre creado por él mismo y por su histriónico antecesor a los antirrevolucionarios que sabotean el régimen, al imperio, es decir, los Estados Unidos y su supuesta política colonialista y agresiva, y a la herencia recibida de la ya remota época de la oligarquía corrupta que estuvo en el poder antes de la llegada de Chávez. Por supuesto, la pobreza, la fuga de capitales, los comercios sin oferta y la inflación galopante nada tienen que ver con su delirante gestión económica, que ha arrasado el tejido empresarial venezolano, ni con su represión violenta de toda voz crítica que le pida responsabilidades y la convocatoria de elecciones.

Lo mismo sucede en Cuba desde hace seis décadas. La penuria que padecen los cubanos, la escasez dramática de productos de primera necesidad, los cortes continuos de fluido eléctrico, los automóviles desvencijados que circulan a base de remaches y apaños desesperados, las cárceles pobladas de disidentes pacíficos cuyo único delito es exigir respeto a los derechos fundamentales, el penoso deterioro de los edificios de La Habana y la masiva huida de los sectores más formados y dinámicos de la sociedad hacia Florida, no son el efecto lógico de una dictadura comunista liquidadora de los mecanismos capaces de crear prosperidad general y cruelmente supresora de la mínima muestra de autonomía de pensamiento o de propuesta alternativa. Resultan, según el escandaloso falseamiento de la realidad por los Castro, de la acción subversiva de los demócratas, del embargo norteamericano y de los abusos de los gobiernos previos al triunfo del fallecido líder carismático.

En el averno en el que apenas sobreviven millones de norcoreanos, las hambrunas que diezman a la población, las ejecuciones sumarias y extrajudiciales a capricho del Querido Mandamás y el lavado de cerebro sistemático al que se somete a una juventud carente de futuro, tampoco derivan del despilfarro demente en programas armamentísticos absurdos ni de la pesadilla liberticida y megalómana construida por la dinastía asesina de los Kim. Son causados, como es bien sabido, por las fuerzas reaccionarias promovidas por Corea del Sur, por la persecución de Washington y por el legado del capitalismo inhumano e injusto.

Ahora bien, esta atribución imaginativa a los tres demonios habituales para justificar los fallos propios, no sólo aparece en tiranías descaradas como las citadas, sino que también es una estratagema de comunicación en la que se refugian políticos de latitudes más civilizadas. En la reciente reunión de los Estados Miembros del sur de la Unión Europea celebrada en Madrid, el primer ministro griego ha tenido la increíble desvergüenza de afirmar que “los déficits exagerados del sur son por los superávits del norte”, o sea que las disparatadas medidas económicas tomadas por el Gobierno de Syriza no guardan relación alguna con las estrecheces que agobian a los griegos ni con las dificultades de su PIB para despegar. Hay que acudir a los derroches de la época de vacas gordas, a las malas artes de la derecha, a la crisis global, al austericidio impuesto por Alemania y a la tacañería de los países septentrionales, que se resisten a derramar cataratas de euros para que Grecia siga permitiéndose disfrutar de la existencia alegremente por encima de sus posibilidades. En vez de disculparse por las supercherías contables, el saqueo sistemático de los fondos públicos y un sistema de protección social pródigo hasta la desfachatez, el correligionario de Pablo Iglesias intenta trasladar la culpa a otros excitando el rencor de sus compatriotas hacia los que se comportan más sensatamente que ellos.

Cuando la lucha por el poder se apoya principalmente en la mentira, como ya denunció magistralmente en su día François Revel, es muy difícil que los votantes se formen un criterio recto y objetivo sobre el origen de sus desgracias y el camino para su remedio. El debate electoral e ideológico, en la medida que no se concentra en contrastar argumentos y en poner en evidencia hechos, sino que consiste en un combate agotador y estéril contra la pura invención, se desnaturaliza y se transforma en el campo perfecto para el triunfo de los desaprensivos.

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