'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
La duquesa y los periodistas
Por Ramon Pi
21 de noviembre de 2014

 

La muerte de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba de Tormes, ha puesto de manifiesto hasta qué punto fue eso que ahora llaman “mediática” esta mujer excesiva en todo, inmensamente rica, inmensamente aristócrata, inmensamente castiza. Cosa nada fácil en un país que hace de la envidia el deporte nacional y del cainismo uno de los motores de su historia.

Los periodistas siempre encontraron en la duquesa un excelente material para la llamada prensa rosa o del corazón (y otras vísceras), pero también para muchas otras facetas de la vida: la cultura, los toros, el arte, la historia, la beneficencia. Fue como la personificación misma de lo inalcanzable. Y así, nada tenía de particular que de vez en cuando se le disparasen algunos dardos envenenados de envidia, aunque de menor entidad, algo así como pellizcos de monja o picaduras de mosquito. Una de las anécdotas de este tipo que circularon bastante profusamente es la que cuenta que en cierta ocasión le dijeron: “Cayetana, que han llegado los periodistas”, a lo que respondió: “Pues que pasen y que les den de comer”. Con esto se quería sugerir una duquesa prepotente, que despreciaba a los periodistas como seres inferiores a los que se contentaba echándoles algo de pienso.

Esta historieta no responde a la realidad, aunque tiene un poso original verdadero. Lo digo con conocimiento de causa, porque cuando ocurrió algo parecido yo fui testigo presencial. Era en la calurosa primavera sevillana de 1967. La duquesa de Alba había recogido el testigo de los bailes de debutantes benéficos que desde hacía dos años se celebraban en la Casa de Pilatos -casa-palacio de los duques de Medinaceli-, a los que acudían personajes importantes y famosos, y que dejaban un importante donativo a la Cruz Roja de Sevilla, pero que dejaron de celebrarse tras un desfalco cometido por uno de los que administraban el evento. Cayetana quiso mantener esa fiesta, la trasladó al palacio de Las Dueñas y destinó la recaudación a la Asociación de Lucha contra el Cáncer. Y por una de esas carambolas de la vida, el profesor Vicente González Barberán (que andaba en la organización) me propuso encargarme de las relaciones con los medios para la cobertura de la fiesta.

Unos días antes de su celebración, convocamos una rueda de prensa en la que Cayetana contestaría a las preguntas que quisieran hacerle los enviados de los medios. La cita era a la una de la tarde, y luego estaba previsto un aperitivo. Cuando era más de la una y cuarto la duquesa seguía enfrascada en las cuentas, los presupuestos, los proveedores y demás. Uno de sus colaboradores le dijo: “Cayetana, que están los periodistas en la puerta asándose de calor desde hace media hora”. Y ella, que recordó de golpe la cita, respondió: “¡Ay, pobrecillos! Que pasen, que pasen. Y que les den algo de comer”.

En las circunstancias en que se desarrolló el episodio, era cosa perfectamente clara que la frase de la duquesa era de afecto, de disgusto por haber olvidado la convocatoria y de intento de compensar la ingrata espera adelantando el aperitivo. Pero nunca nadie lo interpretó así, y acaso sea por mi causa, porque cuando conté la anécdota a unos colegas lo hice para lamentar que, sin saberlo, la duquesa de Alba hubiera hecho justicia poética en unos tiempos en que tantos periodistas daban el penoso espectáculo al abalanzarse al vinito y el canapé en cuanto tenían la menor oportunidad en cualquier acto público. Yo quería criticar a esos colegas, y luego resultó que la criticada fue Cayetana. Así se escribe también la pequeña historia.

 

 

 

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