'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El Cristianismo es revolucionario
El Cristianismo es revolucionario
Por Miquel Giménez
20 de abril de 2022

Ser cristiano es una de las cosas que más odia la izquierda woke. La campaña en su contra es constante, cargada de odio y de un soez abrumadoramente monótono y vacuo. Todo sistema totalitario pretende imponer una nueva escala de valores que se acomode a su deseo de monopolizarlo todo, de ahí que el mensaje de Jesucristo haya sido combatido por personajes como Hitler o Stalin. Ambos quisieron crear una religión ex novo, un sistema d creencias, ritos celebraciones y panteones teñidos de sus respectivas ideologías. A los comunistas que se rasgan las vestiduras ante cualquier iglesia y que prometen quemarlas puesto que, según su bárbaro concepto, “la única iglesia que ilumina es la que arde”, se les debería recordar la momia de Lenin expuesta en la Plaza Roja como lugar de peregrinación, el santoral comunista de celofán con fechas como el día del trabajo, el día de la mujer, el de la república, el de la revolución de octubre, el del orgullo y muchos otros a cual más excluyente.

Si el mensaje de Cristo adquiere un significado moderno y revolucionario es, precisamente, porque huye del sectarismo, integrando todo lo que de bueno y humano existe en las personas. Sin alambicadas teorías, sin dejar a nadie de lado, sin temor a los poderosos. Amaos los unos a los otros, simplemente eso. Ese amor es incompatible con nada que fundamente sus principios en el odio. El odio a Dios, el odio de clase, el odio a la patria, el odio al varón, el odio a la milicia, el odio al diferente, el odio al mérito. Odiar es consumirse en vida, estéril, fácil, lo pueril. El cainismo que defienden quienes niegan al mensaje de Cristo y su tremenda vigencia es la mejor prueba de lo nefasto de sus postulados. Cristo nos dice que solo amándonos, respetándonos, sacando de nosotros lo mejor y aherrojando a la bestia que llevamos dentro podremos alcanzar el cielo.

Tan revolucionario es el mensaje que nos dejó el Hijo de Dios como mandamiento que, a más de dos mil años de proclamarlo, todavía estamos muy, pero que muy lejos, de haberlo hecho realidad

Es ese Cristo que andaba con los pobres, el que eligió a los pescadores más humildes como sus discípulos, el que caminaba entre enfermos, leprosos, prostitutas, el que expulsó a latigazos del templo a los mercaderes, el que se enfrentó al Sanedrín, el que se plantó ante el poder de Roma, ese Cristo que, en frase sublime, dijo estando clavado en la cruz “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Es la energía para luchar contra lo injusto, el amor sin restricciones para con nuestros semejantes, el sacrificio supremo por la fe e incluso el perdón para quienes nos injurian, persiguen y atormentan. ¿Hay algún ideario, algún partido, alguna idea capaz de superar ese bagaje moral, esa vivencia interior, esa fe que conmueve a quien la vive y consuela a quien la practica?

Un dato final, ahora que salimos de la Pascua y tenemos presente la imagen del Nazareno crucificado. Tan revolucionario es el mensaje que nos dejó el Hijo de Dios como mandamiento que, a más de dos mil años de proclamarlo, todavía estamos muy, pero que muy lejos, de haberlo hecho realidad. Con eso queda dicho todo.

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