'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El espectáculo nacionalista
Por Alejo Vidal-Quadras
21 de septiembre de 2016

La política es en buena parte comunicación, es decir, espectáculo. Y hay que reconocer que a la hora de preparar y realizar montajes teatrales los independentistas catalanes le dan sopas con honda al Gobierno de la Nación. En corrupción van igualados, pero en artes escénicas, no hay color. Véase si no la obra de cámara -pocos actores, escaso decorado, fuerte mensaje- que Artur Mas y su pandilla de insurrectos han representado a las puertas del Tribunal Supremo. Acompañamiento de la lucida cuadrilla al diestro Homs durante el paseíllo, tanda sostenida de aplausos sin contaminación verbal alguna y a continuación comparecencia ante los medios dócilmente congregados para difundir el mensaje envenenado de la ilegalidad disfrazada de pura expresión democrática. Perfecto. Si comparamos las habilidades sobre el escenario de Rajoy, Soraya, Hernando y Fernández Díaz con las de Mas. Homs, Puigdemont, Junqueras y Forcadell, es como poner a competir a Fernando Esteso con Sir Laurence Olivier.

El plan nacionalista para conseguir la independencia de Cataluña no se libra en el plano jurídico ni siquiera en el político, sino bajo los focos del inmenso anfiteatro donde se forja la opinión pública, ese magma fluido, proteico y maleable, pasto irremediable de demagogos capaces de encender emociones devastadoras. Este hecho evidente los estrategas independentistas lo han entendido siempre muy bien, mientras que sus adversarios de las calles Génova y Ferraz han demostrado una ceguera pertinaz ante el fenómeno. Cada vez que la aplicada Vicepresidenta, espejo de opositores memoriosos, anuncia un nuevo recurso ante el Tribunal Constitucional, las carcajadas que resuenan gozosas en el Palacio de la Generalitat reflejan que los acontecimientos se van desarrollando sin prisa, pero sin pausa, de acuerdo con el rumbo trazado por los impulsores del nuevo Estado soberano que nacerá en la esquina nordeste de la Península Ibérica, como paso previo a la anexión de la Comunidad Valenciana y de las Baleares. Toda ocasión de presentarse como víctimas, de ahondar en los agravios imaginarios, de enconar el enfrentamiento con un enemigo tan inexistente como real a los ojos de las masas de cerebro previamente lavado, es más gasolina para el fuego que Pujol alimentó con disimulo e hipocresía inigualables y alrededor del cual sus herederos bailan frenéticos el baile descarado de la rebelión. ¿Quiere esto decir que no hay que recurrir a los instrumentos legales que existen para poner coto a los desmanes nacionalistas? Por supuesto que no. Las acciones ante los tribunales han de llevarse a cabo con toda contundencia, aunque si no van complementadas con una batalla feroz en el campo de las ideas y de la movilización de los sentimientos, si quedan limitadas a la pura actuación de los jueces sin que resuene potente la artillería abrumadora de un discurso atractivo, apasionado y conmovedor en favor de un gran proyecto español unificador que haga aparecer la propuesta independentista como la aventura ramplona de cuatro provincianos mediocres, entonces no sirven para nada, al contrario, refuerzan el planteamiento mendaz de los secesionistas.

El error de enfoque viene de muy lejos y por eso ahora es de difícil reconducción. Si a una causa política que se apoya en la manipulación de los componentes irracionales del ser humano y en la excitación de las bajas pasiones a base de inventos y mentiras y de grandiosos despliegues de luz y sonido, se le entrega la educación, la cultura, los medios de comunicación, considerables recursos financieros, amplio e intenso reconocimiento simbólico y un denso entramado institucional, el resultado está cantado y es el que ahora padecemos. La hipótesis de que la fiera se volvería vegetariana si se la alimentaba con inagotables cantidades de ganado fresco, no parece, vista con la perspectiva de los últimos treinta años, demasiado inteligente.

Es obvio que las actuales cúpulas dirigentes de los dos grandes partidos nacionales carecen de las dotes dialécticas y de la fuerza de carácter necesarias para derrotar a la irresistible y maligna seducción de la apelación identitaria. Por carecer, han llegado hasta el intento de parecerse a los nacionalistas con tal de conseguir votos, como ha mostrado el caso patético del Partido Socialista de Cataluña y de su homólogo en el País Vasco, hoy al borde de convertirse ambos en residuales. Si los nacionalismos étnico-lingüísticos pueden todavía arrastrar a millones de personas en pos de sus siniestras banderas a pesar de que la Historia nos ha enseñado que sólo son fuente de destrucción y barbarie, no serán un grupo de tecnócratas asépticos ni un equipo de inmaduros aficionados los que pongan freno al desastre que se está gestando desde hace décadas en Cataluña. A estas alturas del desaguisado, la única vía que queda es la aplicación firme por parte del Estado del orden constitucional vigente, lo que implica al final el uso de la coacción física en defensa de la ley. Dicho de otra forma, ya que no se ha tenido inteligencia, ni visión estratégica ni capacidad de convicción y que los nacionalistas se mofan de los mandatos de los tribunales, el proceso ha desembocado en un asunto de puros redaños. Teniendo en cuenta el fuste de los encargados de imponer el ordenamiento vigente, hemos de prepararnos para lo peor.

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