«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.

García-Gallardo a porta gayola

28 de septiembre de 2024

«No tengo miedo a que ustedes me llamen franquista». Con estas palabras comenzaba la réplica Juan García-Gallardo, portavoz del grupo parlamentario de VOX en Castilla y León, con motivo del debate sobre la Ley de Concordia que iba a derogar —felizmente— la socialista Ley de Memoria Histórica que el PP aprobó en 2018. Me recordó a las películas en las que el protagonista corta el cable correcto del artefacto explosivo y logra desactivarlo.

El digno y sano ejercicio de verbalizar y corroborar con hechos que no se tiene miedo a la izquierda y a su máquina de fango —esta sí, Sr. Sánchez— es la mejor manera, si no la única, de ganar eso que se llama la batalla cultural y que a veces se nos escapa como algo un poco etéreo. Liberarse de ese temor reverencial que hasta ahora se ha tenido a lo que vayan a decir los progres, dejarse de ese eterno cuidadito en la forma de hablar, como el que camina sobre un cable de un rascacielos a otro, para que no te tilden de tal o de cual, es la condición necesaria para vencer cualquier debate, no sólo en un parlamento, sino en la forma de hacer políticas eficaces para erradicar todos los vicios en los que España ha caído, que son casi todos.

Cuarenta años lleva la derecha haciéndole mimos y carantoñas a una izquierda que la desprecia y que, no se engañe nadie, cree que sólo habrá democracia de la buena en España cuando esa derecha, en cualquiera se sus formas, haya desaparecido. Toda una vida pidiendo perdón por existir. Es más, existiendo flojito, gobernando siempre con mucho tacto para no enfadar demasiado a los de la superioridad moral no vaya a ser que alguien exclame: ¡franquistas! ¡Para que encima se lo llamen todos los días!

Las palabras de García-Gallardo van más allá de la anécdota de ser calificado o no como tal —¡un franquista en la cámara, evacúen el recinto!—. Son una declaración de libertad total en toda regla. No es que gane la batalla cultural, es que gana la guerra. El ex vicepresidente de la Junta no juega en el tablero impuesto por aquellos que nos miran por encima del hombro y al que hay que adaptarse para hacer política. Él se sale del marco establecido y, a lo largo de un impecable discurso, desgrana luces y sombras de una etapa de la historia de España que no comienza en 1936, y en la que los señores abanderados de la pazzzzzz, la verdazzzzzzz y la bondazzzzzz mundial tienen mucho que callar.

García-Gallardo deja claro que le da igual lo que la progresía opine de él en cualquier asunto porque es libre. Lo que vale para Franco, vale para todo: ustedes no mandan en mi pensamiento ni en mi memoria, no tienen capacidad para que yo cambie mi forma de vivir porque tengo pleno discernimiento de lo que está bien, de lo que está mal, de lo que quiero para mi familia, para mis hijos y para mi país, y tengo tanto derecho a defender mis ideas como ustedes. No me impresionan ni me afectan sus temas tabú, yo hablo de lo que me parece. Yo no voy a sempear —ejercicio agotador que hace Borja Sémper por agradar a todo el mundo menos a VOX y a parte de sus votantes—, y ya me pueden llamar ultraderechista, franquista, radical o feo’. Y se fuma un puro. Y yo otro.

La batalla cultural no se gana sólo hablando, se gana siendo. No es un discurso, es una actitud. El miedo es algo que el oponente percibe a la perfección, como también lo hace su ausencia. La determinación de ser uno mismo —aunque eso signifique dejar una vicepresidencia— en un ambiente hostil es el principio imprescindible para ser escuchado y ser tomado en serio. Recibir a la izquierda y a toda la purria adyacente a porta gayola, como hizo el otro día Juan García-Gallardo, esa es la clave.

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