'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Siempre hay una solución
Por Alejo Vidal-Quadras
22 de diciembre de 2015

España amaneció el pasado lunes 21 de Diciembre sumida en el desconcierto y presa de la incertidumbre. La fragmentación del Congreso de los Diputados surgida de las urnas hace imposible un Gobierno estable monocolor o bicolor dotado de coherencia ideológica y apoyado por una mayoría sólida. Los diputados obtenidos por Ciudadanos han sido al final bastantes menos de los predichos en el inicio de la campaña y su papel como hacedor de reyes se ha desvanecido. En consecuencia, todas las combinaciones numéricamente posibles para investir un Presidente resultan políticamente arduas por las profundas diferencias entre los potenciales socios o por carecer de la cantidad suficiente de escaños. Ahora bien, si se examina el problema más de cerca y se atiende a las amenazas y necesidades más urgentes y cruciales de nuestro país separándolas de los intereses partidistas o personales, la situación no es tan inmanejable como parece a primera vista, siempre y cuando, naturalmente, Rajoy, Sánchez y Rivera demuestren altura de planteamientos, grandeza de espíritu y generoso patriotismo. Aunque ya imagino la mueca escéptica de los que tienen la amabilidad de leerme, no es ocioso analizar caminos de salida del embrollo con el fin de demostrar que si la Nación entra en barrena habrá sido una vez más en su historia no por desgracias inevitables, sino por la incapacidad de sus dirigentes de dar la talla.

El peligro más serio e inmediato que nos acecha como proyecto colectivo hasta el punto que nos jugamos el ser o no ser, es el que representa el secesionismo catalán. En principio, hay tres grupos que suman el 72% de la Cámara que están comprometidos con los valores constitucionales y la soberanía nacional indivisa, por lo que lo lógico y lo sensato sería que uniesen sus fuerzas para defender la existencia de España como ente político, histórico y económico identificable y cohesionado. Eso excluye a Podemos, a sus marcas periféricas y a los nacionalistas de cualquier pacto de gobernabilidad, lo que conduce a la eliminación del abanico de opciones de un frente populista-segregacionista en el que participe el PSOE. Otro aspecto clave de nuestro futuro inmediato es el síndrome griego, es decir, la entrada en una etapa turbulenta que haga polvo los ahorros de millones de españoles, ahuyente a los inversores, encrespe la prima de riesgo y revierta la recuperación de los indicadores macroeconómicos. Si no queremos tal desastre, es perentorio disponer de un Ejecutivo con capacidad de pilotar la mejora de la competitividad y las reformas estructurales imprescindibles. Teniendo en cuenta que Rajoy, Sánchez y Rivera, más allá de matices superables, comparten el mismo esquema socialdemócrata y que desde Berlín y Bruselas emanan las directrices orientadoras e insoslayables de las grandes líneas de la política económica, tampoco es imposible que lleguen a un arreglo en este terreno. 

Si nos adentramos en asuntos más fundamentales a largo plazo, los últimos treinta y cinco años han demostrado claramente que nuestro ordenamiento básico presenta lagunas y fisuras que conviene corregir. No tendría que ser descartable que PP. PSOE y Ciudadanos acordasen una adecuación de nuestra Ley de leyes a los tiempos actuales a la luz de la experiencia acumulada. Los cambios a realizar han sido ampliamente estudiados por los expertos en Derecho Constitucional y no son otros que los que dicta el sentido común. Por tanto, los tres partidos que aún creen que España merece la pena deberían emprender esta tarea y la presente coyuntura favorece paradójicamente el éxito de tan difícil empresa.

 

Como no hay mal que por bien no venga, precisamente un panorama parlamentario tan incómodo puede abrir paso a una mutación mental de los máximos responsables de los dos grandes partidos nacionales al ver en riesgo su supervivencia al frente de sus respectivas formaciones.  Siempre hay una solución, salvo para la muerte, si se sabe encontrar y se posee la inteligencia y la habilidad suficientes. Veo que sacuden la cabeza con desesperanza y les comprendo, pero nuestra obligación, la mía y la de ustedes, es señalar el rumbo que creemos correcto. Después, por supuesto, que cada palo aguante su vela.

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