'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Es el miedo al terrorismo islámico, imbécil
Por Mario Conde
13 de enero de 2015

Finalizada la grandiosa manifestación en Francia conviene reflexionar unos minutos, no demasiados porque puede resultar cansino, sobre algunas de las interpretaciones que se evacuan desde ciertas instancias periodísticas y doctrinales buscando al significante —manifestación— un significado, esto es, qué se encontraba en el fondo de esa masiva concentración de ciudadanos y políticos.

Vaya por delante que, como peco de descreído en ciertos campos del vivir, aunque en ninguno del morir, no me planteo el objetivo perseguido por los líderes políticos de diferente filiación, linajes, convicciones e ideologías  —en teoría, se entiende—  y no me cuestiono semejante asunto sencillamente porque lo tengo claro como un amanecer de mis tierras gallegas, cuando amanece claro y limpio, porque de amaneceres grises no andamos del todo mal por esos magníficos lugares, ni por las políticas patrias. Digo esto por la teoría del denominador común: todos líderes políticos allí presentes buscaban su imagen personal que les ayude a mantenerse en o a recuperar el poder. Además pueden tener convicciones, ideas, sentimientos, dolores, aflicciones y lo que se quiera. No lo dudo  pero lo que importa, lo que les unifica en estos momentos, es , como en tantas otras ocasiones, el poder.

¿Y la ciudadanía? ¿Qué buscaba o qué sentía? Solo un interés con ciertos componentes espurios o la estupidez en grado superlativo puede conducir a la conclusión de que los franceses salieron a la cale en defensa de la libertad de expresión, en general, y de un determinado semanario en particular. Estoy totalmente seguro de que muy buena parte de los que dejaron sus casas para pisar terrenos de dominio público urbano ni siquiera habrían oído hablar del nombre del semanario, que, por cierto, algo rarito sí que es. Y si quisieran defenderle lo habrían hecho de la manera mas directa, eficaz y sincera: comprándolo, cosa que, al parecer, no ocurre, porque me cuentan, que la cuestión financiera del producto periodístico no iba demasiado bollante. 

Pero al margen de esta dimensión financiera  -es que estamos contaminados— igualmente expreso mi rotundo convencimiento de que un porcentaje muy alto de los franceses que se manifestaron no compartían el modo singular —por ser cariñoso— de hacer periodismo de ese producto informativo, en el que se traspasaban, a mi modo de ver,  los límites, sino de las normas jurídicas —todo vale si es “legal˝— si, cuando menos, de un principio de respeto por las creencias y convicciones ajenas, a las que se pfende por un extraño placer de ofender al prójimo.

No. Ni de broma. Ni la libertad de expresión en abstracto ni en concreto. Si se me dice que sentían dolor por semejante brutal tanda de asesinatos, lo admito, lo comprendo y lo comparto. Pero no traspasemos una línea roja adicional, porque entonces caemos en el absurdo. Los franceses sintieron dolor por los fallecidos, por el modo y manera  en que fueron ejecutados. De esto no me cabe duda

Pero a continuación sintieron miedo por ellos mismos. Sí, miedo, porque cuando algo tan brutal como ejecutar a unos seres humanos se hace en nombre de algo tan irracional como el Islamismo Fanático, la sensación de inseguridad es lógica e inevitable, porque frente a lo irracional no cabe interponer la razón. Por eso he dicho que me resulta muy bonito lo de “frente a las armas la palabra”, pero con el inconveniente de que los muertos no hablan.

Y cuando en un país central de Europa, como es Francia, se alcanzan niveles de población musulmana tan elevados, ese miedo, por irracional que a muchos les pueda parecer, es real como la vida misma. Muchos franceses sienten miedo y el miedo deriva de dos factores: la conciencia de inseguridad y la irracionalidad de base en las decisiones de matar por los fanáticos asesinos.

Por eso salen a la calle: para testimoniar el dolor por sus muertos y para decirles a los gobernantes que hagan algo, que se dejen de ser tolerantes con los que usan la tolerancia para afectar a nuestro modo de vida, y hasta a nuestro derecho que vivir, que hagan algo respecto del Estado Islámico, que no se queden absortos en la imágenes de la televisión que transmiten terribles degollamientos de inocentes, que, por cierto, en algunos casos nada tenían que ver con medios de comunicación, que se den cuenta de que el Estado Islámico ha declarado la guerra a Occidente, que no todos, por supuesto, los que profesan a religión islámica son ni terroristas ni asesinos, y que muchos de ellos seguro que saben convivir en paz, pidiendo que se respeten sus creencias y respetando ellos las propias de los demás.

Le están diciendo a los políticos  que construir los valores de Occidente ha costado mucho tiempo, sangre, sudor y lágrimas, por emplear la terminología convencional. y que queremos seguir viviendo con ellos. Y que la multiculturalidad no puede consistir en que en el seno de una sociedad occidental vivan dos modelos enfrentados, dos polos opuestos, porque ya sabemos que eso hace saltar chispas.

Tenemos derecho a pedir que se respete nuestro modo de vivir, nuestras conquistas jurídicas a lo largo de los siglos, nuestro modo de entender la dignidad humana. Todo eso y mas. Pero de eso ni un milímetro menos

 

Por eso salieron a la calle los franceses. Y por eso, sin salir a ninguna calle, quietos en nuestros domicilios, salimos interiormente algunos, seguramente muchos de nosotros.

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