«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

No somos nadie

28 de marzo de 2017
Hace más de dos siglos que España carece de una política exterior merecedora de ese nombre. Desde que con Carlos IV renunciamos a ella, apenas hemos disfrutado sino de algún que otro corto periodo de dignidad. 

Son ya dos siglos largos en los que ni siquiera hemos podido decidir la sombra bajo la que cobijarnos aunque, haciendo de la necesidad virtud, no hayan faltado rebozos europeístas con los que cocinarnos la impotencia de nuestra sujeción.

El más logrado de ellos lo vivimos estos días. Lo de estos días es un decir, claro. Pongamos desde hace cuarenta años, por no hiperbolizar la cosa. 

El régimen del que algunos se glorían –y en el que aún nos encontramos- no ha sido otra cosa más que una interminable genuflexión. Genuflexión extensiva a todos los aspectos de nuestra vida colectiva: no existe la esclavitud a tiempo parcial.

Por eso, el debut de un PSOE cocinado entre Washington y Flick consistió en abrir la verja de Gibraltar que, cerrada por Madrid en 1969 como respuesta al incumplimiento británico de las resoluciones de Naciones Unidas -cosa de pobres-, había empujado a los impostados britiz on the rocks contra la pared.

¿Habrá que recordar la campaña antiatlantista que aupó al poder a estos agentes del extranjero y lo que sucedió a continuación? Imborrable estampa la de  aquel Solana erigido en campeón de la independencia, más tarde devenido en secretario general de la OTAN…

Todos sus pecados, cualesquiera que fuesen, les fueron perdonados el día en que nos colaron en el Mercado Común y Conchita Velasco -otrora enamoriscada de José Antonio y luego de Juan Diego (¡mon Dieu!)- nos cantó la última soirée del 85 aquello de ¡Viva el IVA! que no mejoraba al Paco Martínez Soria más emboinado del tardofranquismo.

Desde entonces, la historia de la pertenencia de España a la UE es la de la subordinación de nuestro país a los dictados de una casta transnacional a la que España, e incluso Europa, le trae sin cuidado. Por eso está abriéndose paso la conciencia de que nuestro modo de estar en Europa no puede ser este. Por eso está abriéndose paso la idea de que necesitamos recobrar la economía real si queremos soberanía, de que no podemos conformarnos con la reasignación qne nos ha tocado en suerte en el reparto internacional del trabajo. Una reasignación que significó y significa sumisión, paro y precariedad, que vienen a ser una misma cosa.

Esa sumisión viene siendo universal en nuestro país. Vedles ahora cómo callan ante el vacío plato de lentejas por las que vendimos si no nuestra primogenitura, sí nuestra soberanía. Vedles cómo, a esos que braman intramuros contra las subvenciones, estas les parecen de perlas cuando se dispensan desde Bruselas. Cómo quienes claman contra el modelo andaluz en el marco español, justifican el modelo español en el marco europeo; tan próximos, el uno del otro.     

En Hispanoamérica les llaman vendepatrias. Pues por eso, en todos estos años, ni un gesto. Ni un plante. Ni un arranque. 

En todos estos años, ni un rasgo de dignidad. Apenas una recua de presidentes para proteger y servir los intereses del diseño transnacional. 

Sumisos como aquel Zapatero que, cabizbajo, flanqueó las jambas de las Cortes -dizque templo de la democracia- un día de mayo de 2010 para anunciar, en apenas dos minutos, que la soberanía nacional quedaba clausurada. Que así se lo habían pedido Angela y Barack en formato «recortes sociales», y donde manda patrón…

Sea nuestro consuelo que, desde entonces, no queda soberanía que recortar.  

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