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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Eduardo Arroyo es doctor en biología y licenciado en bioquímica y en filosofía y letras. Ha sido columnista habitual de varios medios digitales. Crítico con su época, aboga por una nueva ética de los deberes humanos como primera garantía de la libertad.
Eduardo Arroyo es doctor en biología y licenciado en bioquímica y en filosofía y letras. Ha sido columnista habitual de varios medios digitales. Crítico con su época, aboga por una nueva ética de los deberes humanos como primera garantía de la libertad.

Orgullo gay y globalización

30 de junio de 2017

Un artículo con este título puede empezarse con la siguiente afirmación: la globalización no es un concepto económico. La razón es que aunque la globalización nace de la economía –concretamente de la economía política; es decir, de la economía orientada hacia el Estado- su puesta en marcha desborda las categorías meramente económicas para adentrarse en el proceloso mar de la política. Solo la necedad de los economistas puede concebir una economía cerrada, autoexplicativa de todos los acontecimientos humanos. En realidad, las decisiones económicas están limitadas por otras esferas de lo humano y del mundo con las que no tienen más remedio que relacionarse: la geografía, la cultura, la historia, la religión, etc.

Lo que tratamos en el presente artículo es un ejemplo claro de estas afirmaciones, dado que el Estado, concebido como instrumento al servicio de una nación (de ahí la denominación de “Estado-nación”), está configurado en función de todos estos factores geográficos, culturales, históricos, religiosos, etc. Pero como el proceso de globalización exige para darse unas determinadas condiciones, nos encontramos con el hecho de que la globalización ocurre en pugna con el Estado-nación y todos sus escollos.

Así, para unificar en un único “globo” la diversidad del planeta, la geografía intenta vencerse multiplicando el número de líneas comerciales y medios de transporte y comunicación, la diversidad cultural mediante la cultura de masas, la historia mediante el rediseño del pasado y la pervivencia efímera del presente, la religión con el hedonismo o bien con la reducción de la religión a la ética, mundial para más señas, a lo Hans Küng; lo étnico mediante la pérdida de conciencia nacional y la deslocalización de poblaciones (inmigración) y así sucesivamente. Dos hitos decisivos relativamente recientes de la globalización son la pérdida de la identidad sexual y la desnaturalización de la reproducción. En el primer caso, tenemos la “teoría de género”, cuya esencia es que lo sexual no es un supuesto dado –ni siquiera en parte- sino que es adquirido, histórico, y por tanto manipulable. En el segundo caso, si la revolución anticonceptiva escindió completamente la sexualidad de la reproducción ahora, con los denominados “vientres de alquiler”, se pretende escindir la reproducción respecto de la persona misma. Con esta tecnología, el nacimiento deja de estar vinculado a un linaje biológico, y por tanto a una historia y a unas biografías determinadas, para disolverse en el proceso técnico mismo. Teoría de género y vientres de alquiler son solo los dos últimos escalones hacia el desarraigo total de la persona. De culminar con éxito y generalizarse como “opciones normales”, ya nada atará a las personas a unas condiciones dadas a las que tenga que atenerse; es decir, el hombre habrá sido desposeído de su identidad, que quedará lista para construirse o deconstruirse en un sentido u otro. La pregunta es: ¿por quién?

En el caso español, solo una caterva de políticos subnormales puede presentar todo esto como “opciones” de carácter más o menos altruista que deben de articularse en forma de derechos legales, sin reparar un solo momento en las consecuencias.

La cuestión es que solo un mundo sin raíces ni identidades es compatible con las aspiraciones últimas de la globalización, dado que solo puede unificarse lo que es de antemano homogéneo y moldeable. En el caso del actual “orgullo gay”, una cosa es el respeto a las personas sea cual sea su condición y otra muy diferente la exaltación, agresiva y violenta, de la idea de que la condición sexual es moldeable al antojo de cada uno. Esta idea es tan discutible y dudosa que por eso necesita la cobertura aplastante de la propaganda masiva de las instituciones e incluso del código penal y de la consiguiente vigilancia policiaca. De ahí también que grandes empresas transnacionales se hayan implicado en la citada cobertura propagandística a nivel mundial. El seguidismo de nuestros dirigentes políticos de consignas monolíticas que se pregonan desde ayuntamientos, multinacionales o foros mundiales solo indica la prevalencia del proceso de globalización y el predicamento que tiene este proceso entre los poderosos. En España, desde el Partido Popular hasta la extrema izquierda de Podemos, participan de las mismas ideas y consignas, distinguiéndose únicamente por cuestiones de oportunidad, escala y matiz.

En este contexto, es necesario entender que estas nuevas “modas” proceden de arriba, de los centros de poder globales. Por eso se celebran y alientan a nivel planetario. Una estrategia propagandística habitual consiste en presentar el objetivo de la propaganda frente a una única alternativa caricaturizada; es decir, derrotar a la caricatura del adversario es siempre más fácil que derrotar a los disidentes serios. De los flecos que queden se encargará la policía y la propaganda masiva de los medios.

Esto puede resultar inevitable pero lo que siempre hay que evitar es conceder una credibilidad que no tienen a los agentes de la propaganda. Yendo a lo concreto, hay que subrayar que discrepar, por ejemplo, de la teoría de género, de los vientres de alquiler, de la cultura de masas, etc, no equivale en absoluto a promover el machismo, negar la ayuda a personas con problemas de infertilidad o negar todo valor a culturas que no son la propia. Hay una alternativa racional y sensata a los dislates del poder. De hecho, en el fondo son tan irracionales porque todo lo que promueven no tiene nada de altruista si no que obedece a una estrategia de dominio opresivo, como no se conociera otro. Pero para cumplir con la obligación moral de resistir, hay que comenzar por entender lo que pasa. Aquí damos algunas explicaciones al respecto.

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