No pude ver el debate entre Feijoo y Sánchez. Tampoco, lo confieso, hice mucho por informarme después (qué mal). Bastaba con ver las reacciones. Los comentaristas cercanos al PSOE, por ejemplo, se quejaban del formato y los moderadores. Atresmedia y Ana Pastor ya les parece poco. Por el lado pepeiro percibía cierta euforia en los comentaristas y el alborear de las referencias galleguistas. Creo que van a desempolvar la carpeta de Rajoy para dotar a Feijoo de un misterio galaico de señor normal que mide los tiempos, etcétera, un ser súper soporífero-gestor pero druida.
Lo que realmente me llegaron fueron evidencias gráficas. Capturas del rostro de Sánchez por WhatsApp, como si la gente no hubiera tenido bastante con las de Íñigo Onieva.
La verdad es que Sánchez no solo tenía cara de malo sino mala cara: una sonrisa tensa y falsa, una mirada dura, fija en el otro, con patas de gallo que eran un manojo de pliegues nerviosos, como si su mirada provocara un stress, un remolino de ira alrededor de los ojos; sus dientes de repente parecían separarse; su semblante era ya poscínico (cínico no, lo siguiente), con mal color de cara, un brillo sudoroso y las aletas de la nariz muy abiertas… No era una cara bonita. No era una cara de moderación. Esa cara no se correspondía con sus andares sueltos de presidente-chuleta.
Facialmente perdía Sánchez, está claro. La gestualidad delataba, porque esa cara recordaba a alguien… ¿a quién? Esa cara de Pedro Sánchez la había visto en algún sitio en el que nadie diría que pudiera aparecer: en El Jueves, en la, digamos, revista satírica de izquierdas, concretamente en las viñetas del dibujante Pedro Vera, autor de la serie Rancio Facts.
Vera quizás fuera lo mejor de esa revista porque caracterizó lo rancio con unas reconocibles caricaturas de personajes populares, todos de derechas, o subsumibles en la categoría cuñado como Roncero, uno de sus retratados. Los dibuja a todos con caras terribles, eructantes, un poco grasientos, con arrugas, ojeras, miradas de zombis sudorosos, como recién salidos de la tumba y con algo torvo en la expresión. Algo así: castizos de ultratumba. Un submundo o ultramundo casposillo.
Cuando alguien es de derechas o entra en la derecha ese dibujante, con muy fino sectarismo, lo hace rancio, lo rancifica, lo mete en una especie de sustancia, de esfera de ranciedumbre, como si fueran encurtidos fascistas y salen desfigurados ya en lo rancio, con una expresión característica de ese universo.
Y como siempre son personas de la derecha, nadie esperaría ver allí al líder progresista, pero realmente Sánchez, viendo sus caras del debate, su crispada deriva facial, ha acabado convertido en eso mismo: en un ranciofact, un personaje que incorpora su propia caricatura de El Jueves, como si se hubiera hecho desagradable incluso a los ojos de su parroquia. Algo extraordinario. Un punto pasado ya, es decir, rancio, revenido. Alcanzado de lleno por la ranciedad pero llegando a ella por el lado progresista, ¡como si hubiera pasado de rosca el mecanismo!
Eso diría yo del debate.