'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El Peor remedio
Por Alejo Vidal-Quadras
10 de febrero de 2015

La crisis económica global que estalló en 2008 ha generado ya tanta o más literatura que la Gran Depresión de 1929, uno de los cataclismos financieros a escala mundial que ha alimentado con mayor profusión exhaustivos análisis sobre su origen y sobre su tratamiento y del que por desgracia parece que los Gobiernos, los emisores de moneda y el sector bancario en general aprendieron poco. Dejando aparte tecnicismos y prescindiendo del críptico lenguaje que suelen emplear los gobernadores de los bancos centrales y los ministros de economía, casi siempre tendente a ocultar sus errores y no a hacer entender los acontecimientos que sufren en sus carnes los ciudadanos y las empresas, existe un aspecto que emerge con evidente fuerza a poco que se examinen estos asuntos con mirada a la vez penetrante e inocente. Un elemento letal que alimenta este tipo de desastres es el exceso de endeudamiento, es decir, el dejar que las distintas burbujas, financiera, inmobiliaria y de gasto público, se inflen hasta niveles fuera de control. Cada uno de los actores en presencia en estos procesos, los bancos centrales auspiciando un exceso de crédito, determinadas empresas persiguiendo un beneficio fácil e inmediato sin asegurar el suelo sobre el que pisan, las entidades financieras desequilibrando sus balances entre lo que prestan a largo y las obligaciones que tienen a corto y los gobernantes buscando votos a costa de ir acumulando déficits suicidas, tiene su parte de responsabilidad y sus respectivas huidas hacia adelante se refuerzan entre sí en una espiral perversa que acaba desbocándose.

Estas consideraciones elementales, que todo el mundo puede entender, vienen a cuento respecto al actual problema griego y la llegada al poder en un país periférico y quebrado de la zona euro de un partido populista de orientación colectivista y nacionalista que pretende revisar los compromisos adquiridos por Ejecutivos anteriores y volver a la senda de vivir de prestado olvidando los excesos del pasado y la necesidad de ajustar las cuentas del Estado y el nivel de vida de su país a su capacidad real de generar riqueza. Se echa de menos en la retórica inflamada y justiciera de Syriza alguna expresión de contrición por los abusos cometidos durante la etapa de liquidez fácil y una mayor dosis de humildad frente a los que les han salvado del abismo a base de préstamos ingentes y que han renegociado su rescate en condiciones muy favorables en tres ocasiones. La subida del salario mínimo por encima del español, la readmisión de funcionarios en una Administración hipertrófica y la puesta en marcha de programas sociales sin duda muy compasivos si no fueran pagados por terceros a los que ya se debe mucho, son provocaciones que si no van acompañadas de medidas serias de recuperación de la competitividad y de la sensatez, sólo conducirán a Grecia al fracaso irreversible.

La lección a extraer de la presente crisis y de otras similares pretéritas es que las tensiones provocadas por demasiada deuda no se arreglan con más deuda, sino con un esfuerzo extraordinario de saneamiento de la economía, de incremento de la productividad y de comportamiento tributario decente. Los clamores contra la Troika y los lamentos gemebundos sobre el sufrimiento intolerable del pueblo griego y las ofensas a su dignidad y soberanía, resultan muy eficaces a la hora de ganar unas elecciones, pero no sirven para aumentar el PIB. Al final, todo lo que se haga hay que pagarlo y los griegos han de entender que el dinero únicamente sale del trabajo, del ahorro y de vender más barato y con mayor calidad que tus competidores. Podemos propone un proyecto análogo, pero en un país que se encuentra en una posición mucho más sólida que Grecia, con lo que los experimentos le pueden salir bastante más caros. De aquí a final de año nos miraremos en el espejo heleno y no es aventurado predecir que la imagen que veamos estará cada vez más deformada, lo que nos dará tiempo a madurar un voto cauto y defensivo en las elecciones generales. Después de todo, nadie en su sano juicio está dispuesto a tomar un remedio que sea peor que la enfermedad.                                                                                     

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