Es previsible que un político, sobre todo de cierto nivel, hable mucho para no decir nada.

Rajoy ayer fue del todo previsible. La entrevistadora, la verdad, cuidando mucho las formas, bien exquisitas, no dudo en repreguntar e insistir para que Rajoy dijera algo más que lo mil veces ya dicho. Poco consiguió la pobre, solo pudo robar un teórico beso a la infanta por parte de Rajoy que, madre mía, nada bueno dió a entender cuando dijo: «Estoy convencido de que a la Infanta le irá bien». ¡Uf!, sonó a ya me encargaré yo de ello. No querría decir esto, ¿verdad?

Por lo demás el previsible fue eso, previsible. Independientemente de la realidad, se reafirmó en lo que previsiblemente se hubiera esperado de él: Inflexible contra el terrorismo, corajudo y valiente frente al órdago de Mas, consensuador frente al aborto, compungido por haberse visto obligado a subir impuestos… Mucha moto que vender. Rajoy, que sin duda nos sacará de la crisis forzando al máximo nuestra salud, tiene a su favor que ser peor que su antecesor es imposible.