'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Dos signos en Cataluña
Por Alejo Vidal-Quadras
28 de abril de 2014

El portaviones financiero catalán es ya español y global, por lo que mantener estatutariamente su ámbito principal de actuación al reducido ámbito de Cataluña carecía de sentido empresarial y económico. Pero es que, además, el delirio independentista en el que anda sumido el gobierno de la Generalitat y los partidos que lo sostienen, aconsejaba que la legendaria institución se distanciase urgentemente de semejante disparate con el fin de demostrar a los inversores internacionales, a sus sociedades participadas y a sus clientes que no tienen nada que temer en caso de una proclamación unilateral de soberanía por parte de Artur Mas y su séquito de orates. Si tal desastre se produjese, la Caixa trasladaría de inmediato su sede central a Madrid y a otra cosa. La idea de que una potencia de primer orden de la economía europea mantuviese su cuartel general en un diminuto estado paria fuera de la zona euro y de la cobertura del Banco Central Europeo es simplemente impensable. Los que hemos conocido a los sucesivos presidentes de La Caixa de los últimos cuarenta años sabemos que, a diferencia de otros casos del sector, siempre ha estado pilotada por hombres inteligentes y competentes, de escrupulosa honradez y notoriamente hábiles a la hora de lidiar con el poder político. Una muestra de la categoría de sus sucesivas cúpulas es que jamás cayeron bajo el control de Jordi Pujol, por mucho que lo intentara el hoy patriarca senil del secesionismo. Millet i Bel, Samaranch, Vilarrasau, Fornesa, Fainé, figuras señeras cuyo nivel personal y profesional ha estado invariablemente muy por encima de la mediocridad provinciana y miope de los sucesivos inquilinos del Palau de la plaza Sant Jaume.

Una desconocida ha agredido airadamente al Primer Secretario de los socialistas catalanes, Pere Navarro, cuando acudía a una iglesia con motivo de una primera comunión. La energúmena le ha propinado un puñetazo en la cara a la vez que le insultaba groseramente. Posteriormente, se ha dado a la fuga. Este bochornoso incidente demuestra que la siembra del odio acaba dando sus venenosos frutos y que la irresponsable campaña de falseamiento de la historia y de invención de agravios en la que andan empeñadas las autoridades autonómicas en Cataluña ha creado ya una violencia latente de alta presión que empieza a escapar por las grietas de la delgada costra de civilización que aún la contiene.

Estas dos señales indican claramente lo que los catalanes pueden esperar del triunfo de la locura particularista: un país empobrecido en lo material hasta la ruina y dividido en lo social hasta el enfrentamiento cruento. Solamente una reacción firme y valiente de la sociedad civil puede detener este proceso suicida antes de que la caída en el abismo sea inevitable.

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