'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
El tufo totalitario
Por Ramon Pi
21 de octubre de 2014

 

 

Es necesario repetirlo: la democracia no mejora a las personas. No está diseñada para esta función. Muy al contrario, la democracia parte precisamente de la base de que las personas no mejoran por vivir en un sistema de estas características, y que la proporción de sinvergüenzas es independiente del régimen político en que se desenvuelvan. Por eso en una democracia se establecen mecanismos de división de los poderes del Estado y de contrapesos entre ellos, pues se cuenta con que también los poderosos son susceptibles de corromperse; y tanto los gobernantes como los gobernados están por igual sometidos al imperio de la ley. En cambio, en las dictaduras sólo son sospechosos los gobernados, y los gobernantes gozan de la impunidad que les otorga el poder incontrolado de que disponen.

Lo primero que hace una dictadura, antes incluso de consagrar por ley el entierro de Montesquieu, es neutralizar los medios de comunicación libres y mediatizar, cuando no liquidar, la independencia de los jueces; pues, en efecto, prensa libre y jueces independientes son las condiciones indispensables y los testigos infalibles que permiten discernir si un régimen político merece llamarse democrático.

Por eso me llamó la atención que en su asamblea constituyente, el embrión de partido político llamado «Podemos» no sólo ignorase por completo cualquier mención a estas dos características centrales de toda democracia, sino que exhibiera tan desvergonzadamente su desprecio y hostilidad hacia la crítica libre, vetando la presencia de los redactores del diario «ABC». Se sabía que «Podemos» es una formación de izquierda más bien paleolítica por su veneración hacia déspotas como Castro, populista-demagógica por su excelente relación económica con la Venezuela bolivariana, o antioccidental por la colaboración de su líder con el régimen despótico iraní; pero se suponía que no despediría este tufo totalitario de forma tan patente mientras pudiera nutrirse de la propaganda gratuita que le proporcionan la crisis económica, la corrupción rampante y los escándalos e incumplimientos de los grandes partidos nacionales y autonómicos que tan enfurecida tienen a la ciudadanía.

Y tan llamativa como esto es la reacción de sectores significativos de la población, si hay que creer lo que dicen los sondeos de intención de voto que vienen publicándose, según los cuales «Podemos» se supone que está en condiciones de convertirse en la tercera (o incluso la segunda) fuerza parlamentaria tras unas elecciones generales que se celebrasen ahora. Muy grande ha de ser la desesperación de esos segmentos sociales para vengarse así de los partidos a los que votaron y otorgar la confianza a este grupo cuyas cabezas visibles son una extraña mezcla de doctrinarios estrambóticos, charlatanes de la propaganda política e incompetentes incapaces de personarse en un pleito que ellos mismos pusieron contra la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, y que ahora se nos revelan, cada vez con menos tapujos, como unos aventureros aspirantes a déspotas a lo chavista. Y no menos grande ha de ser la responsabilidad de los dirigentes de los partidos hasta ahora hegemónicos por haber conducido al país a esta situación, pues no es atenuante que «Podemos» atribuya a la democracia lo que en realidad es su perversión; lo sería si esos partidos hicieran algo para corregirse, pero no se atisba ni el menor síntoma de que se sientan en la obligación de cambiar su proceder.

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