'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Violencia política
Por Alejo Vidal-Quadras
30 de marzo de 2016

Uno de los mayores logros de la Ilustración fue la doctrina de la tolerancia, heredera del Cristianismo, en virtud de la cual los integrantes de la sociedad han de aceptar la pluralidad de opiniones y respetar que otros sostengan creencias o interpretaciones de la realidad distintas a las propias, de tal forma que los posibles conflictos de intereses o de valores se resuelvan por caminos pacíficos. Las guerras de religión habían asolado Europa durante más de dos siglos a partir de la Reforma y su final representó un enorme avance y evitó la pérdida de millones de vidas. De igual manera, las democracias liberales implantaron la misma visión para los enfrentamientos políticos, ahorrando así mucha sangre. Las elecciones, el imperio de la ley, la libertad de prensa, el monopolio de la violencia legítima por parte del Estado y la separación de poderes permiten dirimir las diferencias en el terreno del gobierno sin recurrir a las bombas o las pistolas mediante la aplicación de reglas asumidas por todos que separan los comportamientos civilizados de la barbarie. Cuando estas reglas se vulneran aparece el terrorismo, el vandalismo y el caos.

En las numerosas revoluciones modernas en las que determinados grupos sociales liderados por minorías fuertemente ideologizadas han conquistado el poder con el fusil, la horca, la antorcha o la guillotina, el coste de estas operaciones pretendidamente justicieras ha sido siempre superior al camino alternativo de la reforma gradual y pactada. En no pocos casos, además, los regímenes surgidos de estas matanzas no han traído el bienestar y la felicidad de los supuestamente salvados, sino que han alumbrado sistemas de opresión inhumanos que han acabado en sonoros fracasos.

Las actuales fuerzas parlamentarias que se reparten los escaños del Parlamento español están comprometidas con la renuncia a la violencia como instrumento de acción política, con dos excepciones, Bildu, que ha apoyado y sigue apoyando a ETA sin condenar sus crímenes, y Podemos, que, sin llegar afortunadamente por ahora al asesinato, a través de declaraciones, actitudes y gestos concretos, ha puesto de relieve reiteradamente que no repudia el recurso a la coacción física para conseguir sus objetivos.

Su sintonía con los movimientos terroristas, sus siniestras amistades con los gobiernos de países que violan atrozmente los derechos humanos, su organización y participación en operaciones de acoso a personas e instituciones, su discurso incendiario que roza a veces la incitación a la subversión destructiva y su rotunda solidaridad con protagonistas de episodios repudiables en los que sus rivales políticos han sido salvajemente agredidos, denotan una proclividad apenas disimulada al uso de la estaca, el puñetazo y la patada. No es descabellado pensar a la luz de estos antecedentes que si la ocasión se diera los dirigentes de Podemos podrían lanzar a sus bases al asalto al poder sin excesivos remilgos en cuanto a la integridad anatómica de sus oponentes o la inviolabilidad de la propiedad ajena.  

El último ejemplo de semejante gusto por la contundencia lo ha dado la reacción unánime de la cúpula de Podemos, acompañada por miles de sus simpatizantes, ante la lógica condena de cárcel aplicada por la Audiencia de Jaén a uno de sus concejales que propinó una terrible paliza a un compañero de consistorio, militante del PSOE, durante un tumulto auspiciado por el Sindicato Andaluz de Trabajadores. Lejos de reprobar tal muestra de bestialidad, desde Pablo Iglesias para abajo, toda la organización se ha precipitado a solicitar el indulto para el delincuente y a clamar por el derecho de protesta, como si el hundimiento de costillas fuese un método normal de expresar una posición discordante.

Ya lo dijo el ahora mustio Íñigo Errejón, su combate no es de la izquierda contra la derecha, conceptos obsoletos, sino de “los de abajo contra los de arriba”. Y es bien sabido que “los de arriba” no se apean de su privilegiado pedestal sin una dosis adecuada de dinamita o una intensa productividad de los patíbulos.

No sé qué idea lleva en la cabeza Pedro Sánchez, pero más vale que tenga cuidado con quién se junta, no sea que a algún militante de Podemos le dé por protestar contra él si no está satisfecho con el curso de las negociaciones.

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