«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu

TRIBUNA | ANA CUARTERO |

24 de mayo de 2025

El derecho a heredar

Mano de una persona mayor y su hija. Redes sociales

«Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de sus mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren al futuro que ella les ofrece ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona les necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que solo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes».

Estas palabras de la encíclica Fratelli Tutti nos recuerdan que nos enfrentamos a una corriente ideológica global recogida en la Agenda 2030 que trata de separar al hombre de los conceptos de familia, de religión, de nación, de los tres elementos que moldean y forman nuestra identidad que nos permiten descubrir lo que somos y lo que estamos llamados a ser.

La concepción antropológica de la complementariedad entre el hombre y la mujer es sustituida por la ideología de género, la familia tradicional es despreciada, la propia identidad se pone en duda y se define mediante una relación cambiante con el entorno, se imponen modelos de convivencia en los que prima el sentir por encima de la realidad del ser.

La religión climática se impone sobre cualquier otra concepción del destino del hombre en el mundo. De ser dueños de la naturaleza pasamos a ser esclavos que luchan contra un cambio del que no sabemos si somos realmente responsables.

El antropocentrismo que ha inspirado la civilización más próspera de cuantas hayan existido, que nos ha llevado a cotas de esperanza de vida impensables hace tan sólo cien años, que ha reducido enormemente las cuotas de desigualdad y hambre en el mundo, es abandonado imponiendo la tiranía de la «madre tierra».

La nación se desdibuja ante agendas globalistas no establecidas democráticamente y la soberanía de los pueblos es entregada en aras de una gobernanza global que nos hace cada día más vulnerables.

«Se olvida», dijo Francisco, que «no existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana sólo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la conforman».

Por eso hoy más que nunca es pertinente defender el derecho a heredar de padres a hijos sin interferencia del Estado, pero también entre hermanos, entre tíos y sobrinos, como refuerzo de la relación de pertenencia a la familia común, a la estirpe familiar, que nos protege de la concepción globalista y del tan temido «no tendrás nada, y serás feliz».

Nos recuerda también la encíclica que los partidarios del globalismo, «necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue trasmitiendo a lo largo de generaciones, que ignoren todo lo que nos ha precedido». Es la nueva forma de colonización cultural.

Pero no olvidemos, como recordaba el Cardenal Silva, que «los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y finalmente, su independencia ideológica, económica y política.

Hoy, debemos defender de forma decidida el derecho a heredar, y a dejar en herencia. A heredar la cultura y religión de nuestros padres y abuelos, que nos explica lo que somos, que nos enraíza en el valor inalienable de la dignidad humana que compartimos por el simple hecho de participar de una misma naturaleza. Que orienta nuestros anhelos e inspiraciones. A dejar en herencia los bienes materiales ganados con el trabajo o heredados de nuestros mayores. A heredarlos de aquellos que tienen con nosotros un lazo de consanguineidad, construyendo así linajes que nos unen a un pasado común.

Porque los lazos de la sangre nos hablan de familia. Cuando se quiere separar la familia de su realidad biológica convirtiendo el matrimonio en una realidad centrada en las necesidades afectivas del adulto, es necesario recordar que los lazos de la sangre nos unen dentro de cada generación y nos transmiten la historia de generación en generación.

La fecundación in vitro, los vientres de alquiler y el matrimonio homosexual borran los lazos que unen al hombre con sus padres, con sus hermanos, los lazos que nos hablan de nuestros orígenes, de nuestra historia familiar, que nos ayudan a entender el mundo y a entendernos a nosotros mismos.

Muchos ya nunca podrán saber el porqué del color de su pelo o de su piel, de la forma de sus ojos, o de los rasgos particulares de su carácter, sumiéndonos en una soledad existencial al más puro estilo del Mundo Feliz de Huxley, donde la familia no es ya un vínculo de consanguineidad sino un simple pacto social, caduco y funcional. Carente de historia y sin anhelo de futuro.

Hoy, los que luchamos por contraponer los valores de la vida, la familia, la patria y la libertad por encima del relativismo que empapa la cultura global, defendemos que es imprescindible reforzar el vínculo familiar desde todos los ámbitos de la vida política, también desde el diseño del sistema tributario.

Por ello, por encima de consideraciones liberales en torno al impuesto de sucesiones y al derecho a heredar o a dejar en herencia determinados bienes, la batalla ideológica contra el globalismo nos lleva a promover la revalorización de las relaciones de consanguineidad, dándoles un tratamiento privilegiado que refuerce la consideración de la familia como pilar sobre el que se asienta la sociedad.

Las normas que rigen nuestra sociedad, los incentivos fiscales que se apliquen nos hablan de lo que es importante para nosotros. Decía el Libro de los Proverbios que «El hermano ayudado por su hermano es fuerte como una ciudad amurallada». Hoy diremos que el hermano que hereda a su hermano es dueño de su historia y protagonista de su destino.

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