La historia de los ríos es la historia de los pueblos. Desde los versos del Tajo que cantó Garcilaso hasta la voz solemne de Machado evocando la soledad de los campos de Castilla, el agua ha sido siempre la savia de nuestra tierra. Pero hoy, los cauces languidecen y las lluvias, cuando llegan, se transforman en furia devastadora. Frente a la inacción y la demagogia de los radicalismos ecologistas, se hace imprescindible un Plan Nacional del Agua que garantice un reparto justo y solidario del recurso más preciado.
No es de recibo que en algunas regiones se malogren hectómetros cúbicos mientras otras agonizan en la sed. La solidaridad territorial no es un eslogan hueco, sino el principio fundamental sobre el que debe edificarse una España de prosperidad compartida. «El agua para quien la trabaja», podría decirse parafraseando a Miguel Hernández, pero también para quien la necesita. Es impostergable establecer un sistema de transferencia hídrica que lleve el agua desde donde sobra hasta donde hace falta, con la cantidad y calidad suficiente para sostener la vida, la agricultura y el desarrollo.
Nuestros ríos y arroyos han sido secuestrados por la ideología, por una política ambiental sectaria que ha convertido el ecologismo en un dogma y el abandono en una consigna. Se ha demonizado el desbroce de cauces, se ha permitido que la rugosidad del agua aumente por acumulación de residuos y sedimentos, hasta el punto de convertir nuestros ríos en trampas mortales.
Es hora de recuperar el sentido común y desbrozar las malezas del pensamiento ‘woke’ que antepone la ideología a la realidad. Proteger un río no es abandonarlo a su suerte, sino cuidarlo, limpiarlo, canalizarlo cuando sea necesario y asegurar su sostenibilidad sin renunciar a su funcionalidad. Así se ha hecho siempre y así debemos hacerlo nosotros. No podemos permitir que la desidia nos arrebate lo que la naturaleza nos da generosamente. La política del agua debe estar guiada por la ciencia, la razón y la equidad, no por la superstición de quienes han convertido la gestión ambiental en un arma de sectarismo y exclusión.
El Tajo, el Guadalquivir, el Ebro y todos los ríos de España claman por justicia. El agua, como la poesía, es un bien común, un patrimonio compartido que no entiende de fronteras regionales ni de dogmas políticos. Como decía Unamuno, «ser español es una cuestión de voluntad». Que no nos falte voluntad para defender el agua, la tierra y el porvenir de nuestra nación.