Si la afamada «derecha sociológica» rehúsa por igual el sermón dominical y las tardes laborables de mesa-coloquio y piscolabis, ¿podría deberse su crónico absentismo al mismo recelo a todo mensaje aleccionador? Nuestro ecosistema cívico-asociativo acaso no pueda medirse con los Thinkglaos, Hakuna, o ver corretear a los nietos en el parque. O quizás nuestra «penetración social» creciera sin esa monótona insistencia en el «imperativo» de «dar la batalla cultural», «desenmascarar» al enemigo y «vencer su relato». Rara vez nos juntamos sin lamentar nuestra indefensión en ese etéreo campo de la cultura, justificando a menudo por ello todo revés electoral. Ante el riesgo de atrofiarse en metaconcepto arcano, priman los enfoques al asunto desde el estudio de conocidos vuelcos históricos que originaron en mutaciones culturales.
Cultural warfare (2020), del húngaro Márton Békés, alumbra el papel de facetas a menudo obviadas de la cultura, como el lenguaje, la comunicación de masas o el tejido espiritual. Indescifrable al oído español, el habla magiar dota de significados distintos a términos como «liberal», pero Békes aporta claves de innegable utilidad para nuestro léxico. El lenguaje acaba moldeando la realidad que vehicula, y claudicar en esta tarea prepolítica supone una derrota segura en la etapa posterior. Frenando la ofensiva léxica del neo-Marxismo que todo lo resignifica, el fin que apunta Békés no es otro que «sustituir el dialecto monopolístico del liberalismo con un nuevo idioma conservador». El politólogo nos insta a «desconfinarnos verbalmente» y salir de la «cuarentena lingüística» que nos impone, para encorsetarnos, aquel que en realidad busca deslegitimar nuestras ideas.
Békés es jefe de investigación, bajo la dirección de Mária Schmidt, de la Casa del Terror, primer intento de emancipar la memoria húngara del relato postcomunista en un escalofriante museo que captura los traumas totalitarios del siglo pasado. Cruz Flechada y hoz y martillo son las versiones nacional e internacional del socialismo que traumó a Hungría y habita el museo. La obra de Békés, sin embargo, debe interesar más allá del morbo por el actual «modelo húngaro» de gobernanza. Las evoluciones en Hungría, nos advierte, no emanan exclusivamente de la máquina electoral de Fidesz —cuatro supermayorías consecutivas desde 2010— por mucho ímpetu que aporten sus victorias, y por mucho que se nutran del hostigamiento diario de Bruselas. Békés desmiente algo más que el español medio cree saber sobre Hungría, cuando habla de 2010 como de una transición más profunda incluso que la de 1989. Sólo ahí se pasó página de lo que llama los 65 años de «continuidad comunista-liberal»: dos tercios de régimen y, tras una transición ceremonial, un tercio de hegemonía liberal en que las élites poscomunistas, en alianza con partidos autodenominados liberales, retuvieron su dominio con otra chaqueta.
A modo genérico, Békés menudea el usual diagnóstico-cantinela: un comunista sardo desvió hace más de un siglo el foco de la dominación material del capitalismo hacia su cultura hegemónica, secundado por generaciones de la Nueva Izquierda que encontraron en minorías oprimidas el semillero que socavara el espíritu occidental. La soberbia neoliberal, inflada al acabar la Guerra Fría, dejó campo abierto a este plan de subversión, renuncia de la cual el PP y sus mayorías absolutas (2011-2018) son patrón paradigmático. Fatal despiste, trágica derrota, gol en propia. Que despierte la derechona dócil si no quiere sufragar vasectomías en casa, adoctrinamiento escolar y reparaciones a Sheinbaum. Unánime ya en nuestro espacio, este envolvente dictamen seduce más aun viniendo de un país que derivó lecciones y las aplicó.
Con apenas 41 años, Békés es doblemente útil en países donde edad y canal son fuente del bloqueo. Para que permee su causa en generaciones anteriores, los jóvenes europeos que abanderan esta nueva belicosidad han de salir de la cámara de eco que les imponen las redes sociales. Sin capital ni masa crítica para penetrar en el tejido cultural pre-existente, la «batalla cultural» se quedará en consigna abstracta para el resto, de difícil traducción práctica, y en conflicto con la mística de la razonabilidad que tanto sigue marcado la sociología patria no progresista. Békés llama a la generación de un nuevo zeitgeist que invierta estos preconceptos paralizantes para generar una nueva era en que coincidan liderazgos políticos e inquietudes culturales. El imperativo es aún mayor frente a un neo-Marxismo que combina tácticas Gramscianas de conquista cultural con el ethos Schmittiano del estado, invocado para prescindir de la etiqueta parlamentarista-liberal y excluir al disidente. Aun sin revindicar explícitamente al jurista alemán, Békés afirma que, sin apropiarse al menos del disidente italiano, pereceremos ante al enemigo bicéfalo.
En cuanto a la despistada retaguardia española, por ahora le niega su apoyo a los activistas de primera línea: padres y abuelos que no quieren saberse en guerras de ningún tipo incluso cuando les han sido declaradas, y que tampoco achacan a la cultura la totalidad de los apuros. España es además laboratorio de lo que algunos definen como crisis manifestadas en la cultura, pero cuya raíz es a menudo socioeconómica. Podemos dijo nacer, ante todo y antes de convertirse en vehículo del wokismo a la española, para dar respuesta a angustias materiales que no han dejado, con razón, de atormentar a los jóvenes. El empleo y la vivienda son hoy no menor prioridad entre los enemigos del neo-Marxismo, quizás conscientes de la frecuente mutación de crisis materiales en rupturas culturales. El riesgo para la recepción en España de obras como la de Békés es que su culturalismo se interprete como tópico doctrinario e importado. Por ello urgen más intérpretes secundarios que traduzcan la experiencia húngara con vistas a aquellos puntos de conexión aplicables en España.
Y es que otra disfunción de nuestras controversias sobre la cultura, además de lo abstracto del diagnóstico, es la postulación de fórmulas generales a expensas de las idiosincrasias nacionales, de una hoja de ruta aplicable a través del tiempo y la geografía. Békés no alberga pretensión tal, aunque alguno lo ponga en boca suya. Ya el verano pasado el digital Ctxt le tildaba de «intelectual orgánico» que declaró «su afición por Gramsci», cuya obra muestra cómo «un esquema de acumulación de poder puede acabar en un régimen censor de largo alcance». Tanto Békés, como este periodista, como el lector, sabrán lo osado de comparar el contexto cultural español con el húngaro, y que especular sobre la convergencia de las respuestas es propio del activismo desinformador. Békes sabrá que la generación del 68, ganadora de todas las batallas culturales en gran parte de Europa, ha encontrado en España un relevo externo particularmente eficaz y perverso. El autor identifica minuciosamente aquellos que pasaron de levantar y lanzar adoquines ese año a liderar partidos verdes y socialistas, ONGs e instituciones culturales, pero quizás en el caso español le sorprenda la singular y única interpenetración entre violencia y poder que caracteriza nuestra izquierda.
Este prometedor intelectual, vanguardia de la generación que cementará los cambios acaecidos en Hungría a través del conocimiento de su historia y el trazado de un proyecto-país, delinea los grandes rasgos del problema y permite entrever la asimetría en la reacción. Salvando las distancias entras culturas nacionales simultáneamente atacadas por el enemigo común, Hungría lidera con ventaja la respuesta, y España acumula retraso en el contraataque. Békés anima a crear partisan zones, o poner nuevos espacios en disputa. Habla de Schwerpunktcomo del centro de gravedad cultural, recordando que todo esfuerzo sostenido en el tiempo suma para desplazarlo. Evoca el hinterland cultural del que sigue gozando la izquierda europea y que sobrevive a sus derrotas en las urnas, instando a la oposición a abandonar sus miopías y crear sus propias coberturas extra-electorales. El enfoque teórico de Békes quizás no ofrezca la hoja de ruta que sólo el lector español puede configurar. Pero sí postula un diagnóstico general, un conjunto de orientaciones, un ímpetu, y una dirección. Le corresponde a España el querer inspirarse para salir de su actual estasis cultural.
Jorge González-Gallarza (@JorgeGGallarza) es investigador principal en la oficina de Madrid del Centro de Derechos Fundamentales (@El_Centro_DF), fundación húngara con presencia en España.