Nuestro signo como cristianos no es el del dólar, la esvástica, o la hoz y el martillo; no estamos representados por un saco de oro ni tampoco por una estatua de la «libertad»; nuestra insignia de identidad es una Cruz, y ella representa todo lo que somos, todo lo que creemos, y todo lo que esperamos; ella es el potente símbolo del mensaje que Dios vino a dar a la humanidad pecadora y extraviada, ella sola habla de Él, de su promesa, de su obrar, de su Ser. Ella es nuestro signo, nuestra insignia, nuestro símbolo, nuestra compañera, nuestra maestra, nuestra esperanza, nuestra fuerza, ella es la hermosura de un Dios que ama y el horror de un hombre que peca, ella es nuestro orgullo y nuestras vergüenzas, ella es nuestra salvación y nuestro camino, ella es entrega, fidelidad, perdón, penitencia, purificación, redención, y gloria. Ocultarla gran pecado es, abrazarla, el principio de la salvación. Ella es la que nos representa como cristianos.