Artillero de formación, Bonaparte nunca dominó el arte de la armada, pero tampoco supo cómo afrontar otros enemigos que no fueran un ejército regular, por eso tuvo más problemas contra guerrillas, como en España
Consciente desde niño de que tendría un destino universal, Napoleón supo poner su genio militar al servicio de su ambición política y usar sus habilidades de estratega como arma de conquista, una revolución que a partir de mañana protagoniza una exposición en París.
Tras haber analizado su visión política del mundo en 2013 y su leyenda en 2016, el Museo del Ejército de París -situado en el antiguo hospital de Los Inválidos, junto a la tumba del emperador francés- repasa ahora la faceta de estratega del mandatario más importante de Europa en los albores de la Edad Contemporánea.
«Napoleón no inventó nada, no era un gran innovador en términos de estrategia. Su principal aportación fue su capacidad para aprovechar todos los ámbitos de la guerra para un único fin, la victoria», indicó Émilie Robbe, una de las comisarias de la muestra, «Napoleón Estratega», abierta hasta el 22 de julio.
Educado en un ambiente militar, Bonaparte desarrolló desde niño una enorme curiosidad que le llevó a interesarse por todo lo que le rodeaba, combinado con una extraordinaria capacidad de trabajo.
«Lo que sé de la guerra lo aprendí en la primera batalla, la de los libros», decía Napoleón, que no rechazaba el calificativo de «señor de la guerra» que le ponían sus soldados, pero que lo era, aseguraba, «porque tenía el Ejército más numeroso».
Bonaparte conocía todas las innovaciones de su tiempo, pero no las consideraba prácticas porque «hacerlas eficientes precisaba de varios años y él quería resultados inmediatos», señaló Robbe.
Frente a ello, llevó al extremo los conocimientos que existían, las tácticas conocidas, que aplicó con una precisión desconocida en su tiempo, preocupándose por cada detalle.
«Sabía de todo y se consideraba el mejor en todo, por eso desarrolló una concepción centralizadora del poder, eficaz en los primeros años, pero que cuando amplió su radio de acción fue uno de sus puntos débiles», agregó la comisaria.
La muestra repasa, a través de libros, planos originales, documentos, testimonios y un amplio material interactivo, la conformación de su conciencia de la estrategia, escenificada también con uniformes, armas y cuadros de sus batallas.
Destaca una maqueta que él mando construir para que su genial toma del puente de Arcole, en Italia, fuera enseñada en las escuelas, símbolo de su ascenso con solo 26 años, una meteórica carrera castrense que pronto supo tornar en conquista política.
La exposición refleja la forma en la que Napoleón abordaba todos los aspectos de la batalla y de la vida política, «capaz de supervisar el programa de la Comedia Francesa desde el frente de Rusia» y de «enviar órdenes de aprovisionamiento de sus residencias mientras departía con sus mariscales».
Especial atención reciben los aspectos psicológicos de la guerra, para reforzar la moral de la tropa y minar la de sus rivales.
Napoleón comía con sus soldados tras la batalla, que dirigía desde el frente, lo que le hizo ganarse una gran popularidad en un ejército en plena mutación, que había dejado de servir a un rey para ponerse al servicio de una nación fruto de la Revolución Francesa.
Gracias a ello, Francia contaba con más tropas que ningún otro vecino, lo que benefició la ambición del emperador.
«Buscó la eficiencia absoluta, quería que sus tropas se movieran más rápido, llegaran más lejos y estuvieran allí donde no se las esperaba», argumenta la comisaria.
Napoleón se apresuraba en conquistar la capital de las naciones rivales, asestar así un golpe moral que acompañaba con obras monumentales, muestras de su poder, como la columna de la plaza Vendôme en París, que levantó fundiendo los cañones que aprehendieron a las tropas austríacas en la batalla de Austerlitz.
A lo largo de los años, sus rivales aprendieron a conocer sus estrategias y a combatirlas.
«Los ingleses se dieron cuenta de que no se podían enfrentar contra él en campo abierto en una batalla clásica. Por ello, le rehuían o trataban de llevarle a su terreno, el mar», señaló Robbe.
Artillero de formación, Bonaparte nunca dominó el arte de la armada, pero tampoco supo cómo afrontar otros enemigos que no fueran un ejército regular, por eso tuvo más problemas contra guerrillas, como en España, o frente a tácticas de tierra quemada, como en Rusia.
«Napoleón creía que iba a España a salvar a un pueblo de la tiranía. No concebía que nadie pudiera oponerse a ello. Él era un militar, nunca entendió al pueblo», aseguró la comisaria.