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Es bien conocida la aversión, rayana en lo patológico, que despierta en muchos de nuestros compatriotas la exhibición de sĆmbolos nacionales, especialmente aquellos individuos que se autodenominan āno pierdan el tiempo exigiendo mayores precisiones- Ā«de izquierdasĀ». Es tambiĆ©n notorio el complejo que padecen aquellos que se llaman Ā«de centroĀ», atormentados ante la posibilidad de ser llamados Ā«fachasĀ» por parte de los anteriormente citados. En tal tesitura, con un amplio sector de nostĆ”lgicos de la bandera de la II RepĆŗblica, que probablemente ignoren los colores de la repĆŗblica cantonalista decimonónica, con otro enredado en proyectos federalizantes o plurinacionales, es comĆŗn la bĆŗsqueda de alternativas al uso de los sĆmbolos mentados. En tal contexto, acaso uno de los himnos no oficiales que mĆ”s se tolera en los diversos bandos y sectas sea el cĆ©lebre Mi querida EspaƱa, compuesto por esa misma Cecilia cuya vida quedó segada la madrugada del 2 de agosto de 1976 cuando su Seat 124 se estrelló contra un carro de bueyes en la zamorana localidad de Colinas de Trasmonte.
Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā El tema habĆa aparecido en su disco Un ramito de violetas, publicado en 1975 por la potente disquera norteamericana CBS, y sólo pudo ver la luz despuĆ©s de una leve modificación de su letra, tras haber sido excluida por la censura franquista de las listas de canciones radiables. Ante esta importante traba comercial, Cecilia no tuvo reparos en cambiar la original Ā«Esta EspaƱa viva, esta EspaƱa muertaĀ», por el conocido Ā«Esta EspaƱa mĆa, esta EspaƱa nuestraĀ», dando asĆ materia a la especulación en relación con su ideologĆa y capacidad crĆtica.
Cuarenta aƱos despuĆ©s de aquella fatĆdica noche, conviene, no obstante, tener presente el nombre real de Cecilia, quien recibió las aguas bautismales como Evangelina Sobredo Galanes, pues su primer apellido nos conducirĆ” hacia una personalidad eclipsada por la de la cantautora: JosĆ© Ramón Sobredo y Rioboo (1909ā1990), autor, el 4 de mayo de 1952, de un artĆculo publicado en Arriba que tambiĆ©n incluĆa la palabra EspaƱa en su tĆtulo: Ā«Castilla, corazón de EspaƱaĀ». El escrito formaba parte de una serie de respuestas dadas a un texto de Rafael Calvo Serer publicado en ABC que llevaba por tĆtulo Ā«EspaƱa es mĆ”s ancha que CastillaĀ» y que de algĆŗn modo preludiaba las acciones ulteriores del opusino valenciano, promotor, entre otros, de la Junta DemocrĆ”tica que se presentó en ParĆs en 1974.
Sobredo, hijo de Luis Sobredo Corral, firmante de un manifiesto republicano en 1919 y miembro numerario de la Real Academia de Jurisprudencia, habĆa ingresado en la carrera diplomĆ”tica en 1943, circunstancia que le llevarĆa a ocupar diferentes cargos en un buen puƱado de naciones āInglaterra, Estados Unidos, Costa Rica, China, Argeliaā¦- en algunas de las cuales Evangelina/Cecilia tuvo acceso a las corrientes musicales y modas del momento. El diplomĆ”tico tambiĆ©n formó parte en 1948, aƱo del nacimiento de su hija Evangelina, de la primera Junta de Investigaciones Atómicas, dependiente de la Presidencia del Gobierno, y embrión de la Junta de EnergĆa Nuclear fundada en 1951, de la cual Sobredo fue secretario. La temprana fecha, apenas tres aƱos despuĆ©s de las detonaciones de Hiroshima y Nagasaki, da cuenta de hasta quĆ© punto la idea de una EspaƱa atrasada y aislada debe ser sometida a revisión. En la puesta en marcha de tal iniciativa, acompaƱada de la fundación de la sociedad Estudios y Patentes de Aleaciones Especiales (EPALE) fue clave la acción de Esteban Terradas Illa (1883-1850), temprano estudioso de Einstein, desposeĆdo de su cĆ”tedra de AnĆ”lisis MatemĆ”tico durante la RepĆŗblica y regresado a EspaƱa desde Argentina tras el fin de la Guerra Civil, asĆ como la de personalidades como JosĆ© MarĆa Otero de NavascuĆ©s y Manuel Lora Tamayo, hombres con los que trabajó estrechamente Sobredo.
El proyecto nuclear propició que en 1950, segĆŗn declaraciones pĆŗblicas de Otero, estuviera constituido un grupo de Ā«unos veinte investigadoresĀ» que habĆan adquirido sus conocimientos fuera de nuestras fronteras, al tiempo que informaba de la construcción en Sierra Nevada de un laboratorio para investigar las radiaciones cósmicas, si bien el proyecto quedó seriamente comprometido debido a la muerte, ese mismo aƱo, del propio Terradas. La iniciativa nuclear, como es sabido, dio como fruto, en 1957, la construcción de centrales como Zorita y GaroƱa, y acarició usos no civiles, es decir, bĆ©licos, Ā a principios de los aƱos 60, contando con el apoyo de Luis Carrero Blanco, cuyo asesinato cerró tal vĆa, hoy implanteable a una sociedad marcada por el SĆndrome del Pacifismo Fundamentalista. Cabe, no obstante, seƱalar, que el propio Terradas, un aƱo antes de su muerte, habĆa pronunciado un discurso en la Real Academia de las Ciencias, titulado Ā«Las Ciencia y las ArmasĀ», en el que, si bien otorgaba a la Ciencia, en singular, la exclusividad de la orientación del futuro, se mostraba consciente de la importancia de las armas en el desenvolvimiento de las naciones.
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En este ambiente ideológico creció, educada musicalmente por una monja estadounidense y rodeada de sus siete hermanos, Evangelina, probablemente ajena a la profundidad de los proyectos en los que estuvo involucrado su progenitor. Marcada por el folclórico pacifismo de Simon & Garfunkel, de quienes tomó para sĆ el nombre de una de sus canciones, Cecilia, prematuramente muerta, dejarĆa en el aire esa letra: Ā«Esta EspaƱa viva, esta EspaƱa muertaĀ» cuya ambigüedad invita a ser reinterpretada cuatro dĆ©cadas mĆ”s tarde, aplicada a esa EspaƱa que no un 9 de noviembre, sino un 6 de diciembre, aprobó una nueva Constitución largamente incubada y convenientemente desnuclearizada.