La Sábana Santa, o Síndone (como también se la conoce) es, supuestamente, la mortaja que cubrió a Jesucristo tras su crucifixión. Los Evangelios relatan la existencia de tal tela en cuatro ocasiones, una por cada evangelista…
San Juan es el más explícito al referirse a ella, pero también lo hacen San Lucas y San Marcos, quien detalla que la sábana fue utilizada para envolver el cuerpo de Jesús tras el descendimiento de la cruz, lo que también recoge San Mateo. No deja de ser curioso que los cuatro evangelistas mencionen un detalle que, por lo demás, no era excesivamente relevante…si no fuese, quizá, por el hecho de que estaba destinado a desempeñar un cierto papel en la historia posterior.
Materialmente, la Síndone es una tela rectangular de lino cuyas dimensiones son de 440×113 cms. Aunque probablemente esté elongada en unos cuantos centímetros, el alargamiento es difícil de ponderar. Pero es seguro que ha crecido longitudinalmente mientras ha disminuido en anchura.
La Iglesia católica jamás se ha pronunciado oficialmente sobre la autenticidad de la Síndone, si bien ha mantenido una postura de benevolencia oficiosa hacia ella. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI han querido realizar ostensiones –exhibiciones públicas- con una cierta frecuencia, y han resaltado que, en cualquier caso, se trata de una reliquia que llama a la meditación y que apela a nuestra inteligencia y a nuestra fe.
La Síndone en la Historia
De acuerdo a la Tradición, pues, la Síndone de Turín es la misma que envolvió a Jesucristo según relatan los Evangelios. Nada se nos dice de lo que le sucedió a dicha sábana tras la desaparición del cuerpo de Jesús en el Sepulcro. La Tradición, sin embargo, insiste en que, poco tiempo después, estuvo en la ciudad de Edessa, en Asia Menor, la actual Turquía, al menos hasta mediados del siglo III. En el siglo I se dice que curó al rey Agbar de la lepra, quien habría escrito a Jesús para que le sanase de la penosa enfermedad que le aquejaba. La reliquia le habría sido traída hasta su reino por san Tadeo, aunque huelga decir que no poseemos documentación alguna al respecto y que el asunto tiene un cierto regusto de improbabilidad.
Siguiendo la Tradición, nos encontramos con la reliquia mediado el siglo X, en Constantinopla. Existe evidencia de que una sábana con la imagen del Salvador fue expuesta allí durante cierto tiempo, pero no podemos saber si la sábana en cuestión es la misma. El caso es que en la fecha de la Asunción de la Virgen del año 944, una sábana considerada santa por haber contenido el cuerpo de Jesucristo en el sepulcro, hizo su entrada en Constantinopla con todo boato, tras un acuerdo del emperador bizantino con el poder musulmán que se había apoderado de Edessa.
Hasta entonces, parece que la Síndone no se había expuesto de forma completa, sino sólo la parte que muestra el rostro de Jesús. Pero en Constantinopla procedieron a la ostensión de la sábana y comprobaron que la misma representaba el cuerpo entero, con las innumerables marcas que la Pasión de Nuestro Señor había dejado en él. Una vez en Constantinopla, la veneración por la reliquia creció hasta tal punto de que la presión popular obligó a que fuese expuesta todos los viernes al público.
Pero aquí la historia, seguramente por el hecho de que la sábana se convirtió en un ornamento habitual, apenas sí nos ha dejado alguna huella ulterior. Sabemos que una delegación del rey de Hungría visitó la reliquia en el año 1095, pero apenas nada más, por lo que a partir de este punto no podemos asegurar nada. Se ha aventurado que los caballeros cruzados se hicieron con ella a fines del siglo XIII, lo cual parece bastante plausible desde el punto de vista histórico, aunque no deja de ser una conjetura. Desde el siglo XIV consta que estuvo en Francia, posiblemente traída por los templarios desde Bizancio, realizándose ostensiones públicas desde 1357 con seguridad.
En manos del duque de Saboya desde el siglo XV, fue alojada en la iglesia de Chambery, donde sufrió un incendio del que se salvó milagrosamente en 1532. Hasta el siglo XX permaneció en manos de la dinastía Saboya. En 1983 fue entregada por el heredero de la casa real italiana al Vaticano. Hoy se encuentra en la capilla Guarini de la catedral de Turín.
La sábana y la ciencia
Digámoslo ya: la sábana es un elemento polémico y levanta controversia. No todo el mundo está de acuerdo en su autenticidad como mortaja de Cristo. Entonces ¿hay alguna cosa que podamos afirmar de modo indisputado?
Varios son los puntos más allá de toda discusión:
a) La sábana reproduce la imagen de un hombre sometido a horribles torturas y con marcas compatibles con una crucifixión.
b) La naturaleza de dicha imagen, el modo en que se formó, presenta un carácter misterioso en el que están de acuerdo creyentes y ateos. La probabilidad de que se trate de una pintura es muy baja, pues hay una completa carencia de pigmentos en el lienzo, pese a lo cual una parte de los autodenominados “escépticos” insisten en tal afirmación. Las especulaciones en torno a la formación de la imagen son interminables, y su mera enunciación sería muy prolija; lo cierto es que nadie ha podido determinar su origen, aunque sí puede asegurarse que, sea cual fuere la fuente que formó esa imagen, la chamuscadura producida sólo afecta a las capas más externas de la tela y no penetra en ella, como haría la pintura.
c) La imagen que se observa a simple vista en la Síndone se corresponde con un negativo fotográfico, lo que no fue descubierto hasta 1898, de modo que cuando la imagen que observamos en la Síndone se pasa al negativo tenemos un positivo extraordinariamente realista, lo que pudiera ser el rostro de Cristo. La imagen aparece tanto más nítida cuanto más cerca se hallan los distintos puntos del cuerpo yacente al observador (lo que está más hundido es más tenue y oscuro, lo más prominente más intenso y luminoso).
La imagen de Cristo solo es visible a unos 3 metros de distancia y por un único lado de la tela, por aquel donde habría sido depositado el cuerpo.
d) En la tela hay polen perteneciente a plantas endémicas de Oriente Próximo, y algunas de ellas se han identificado como especies propias del área de Jerusalén y que cubrieron la tela en algún momento. En general, los restos de pólenes encajan con la ruta que se supone recorrió la sábana a través del arco mediterráneo.
e) Las distintas formas en las que aparece la sangre nos permite afirmar que una parte de ella brotó de un cuerpo aún vivo, y otra parte fue derramada de un cadáver. Lamentablemente, la sangre no puede datarse. En todo caso, las manchas de sangre no están en negativo, sino en su forma natural. La sangre es del grupo AB, mayoritario en Oriente Próximo. Bajo las manchas de sangre no hay imagen.
Pruebas circunstanciales
Existen además una serie de pruebas que, o bien son contestadas, o bien ofrecen un margen de duda o no están plenamente contrastadas.
Resalta como un elemento muy notable el que, en la representación de la figura en la Síndone, la marca de los clavos se halle sobre las muñecas, lo cual no tiene precedentes ni continuidad en las pinturas o esculturas anteriores o posteriores. La ejecución de crucificados se creyó siempre realizada clavando a los reos al madero por la palma de las manos; sólo en el siglo XX pudo comprobarse que tal cosa no era posible o, al menos, que dificultaba enormemente la crucifixión. Las representaciones de Cristo a lo largo de la historia, por el contrario, siempre lo muestran colgando de las manos.
Sobre la imagen del cuerpo de la sábana hay varias decenas de marcas, que se atribuyen a las heridas producidas por la fustigación a la que el cuerpo fue sometido, y que encajan milimétricamente con la forma del flagelo romano.
Otra prueba circunstancial es la existencia de un códice húngaro del siglo XII que reproduce algunos detalles de la sábana que se conserva en Turín (y no en otras copias), como unas marcas en forma de “L” insertas en la imagen, algo verdaderamente notable. En cierto modo es una prueba casi concluyente.
Del estudio del Sudario de Oviedo –pues en esa ciudad asturiana se conserva una especie de pañuelo antiquísimo que es considerado el que cubrió la cabeza de Cristo- se derivan unas asombrosas coincidencias con la Síndone: la sangre de ambas telas pertenece al mismo grupo sanguíneo, AB, y las manchas ofrecen una colocación que las hace coincidentes; aún más: hay una gota de sangre que cae en la Sábana Santa en el rostro sobre la ceja, pero falta la parte central de ese gran coágulo. Y doblando de una determinada forma el sudario sobre el rostro resulta que aparece allí, justamente, ese punto de sangre que está ausente de la Síndone.
Por último, una experta alemana, la doctora Flury Lemberg, especialista en tejidos, que restauró la Sábana Santa en 2002 y que la ha tenido en sus manos, explicó que sin lugar a dudas es un lienzo de esa época y de esa zona.
Los detractores del carbono 14
La argumentación de quienes se oponen a la autenticidad de la Síndone tiene un punto flaco muy pronunciado en el hecho de que comienza por ignorar el resto de argumentaciones que apuntan, muy fuertemente, a su autenticidad.
Pero, dejando al margen esto, quienes se niegan a aceptar el origen sobrenatural de la reliquia arguyen que, en realidad, se trata de una falsificación medieval. Para defender ese punto de vista apelan a tres razones, fundamentalmente:
1) Existe una carta del siglo XIV, firmada por Pierre D´Arcis, obispo de Troyes, y dirigida al Papa, en la que se habla de la existencia de tal falsificación. D´Arcis insiste en que el propio artista que pintó la tela fue conocido de su predecesor en el obispado, pero jamás nos ha llegado ningún dato concreto al respecto.
Por otro lado, la “técnica” empleada ni tiene precedentes ni creó escuela; no se conoce otra representación similar en toda la historia del arte. La increíble fidelidad del negativo contrasta con la visión de la sábana en positivo, que parece de un naïf casi infantil; por no hablar de los conocimientos anatómicos que demuestra el “artista”, completamente ignorados hasta varios siglos más tarde. Es, sin duda, una muestra irrepetible.
2) La primera ostensión documentada en la que sin género se dudas se hace referencia a esta sábana (y no a otras) data de 1357. Es cierto que hay noticias de ostensiones anteriores –como la del sermón del obispo de Constantinopla del año 944, con motivo de la llegada del Lienzo a la ciudad- pero no tenemos la plena seguridad de que se trate de esta misma sábana. Por la fecha, podría encajar con la idea de la falsificación de los siglos XIII-XIV.
3) La prueba del carbono 14. Con estos antecedentes, la tela fue sometida a un proceso de datación por carbono 14 en 1988. Dicha prueba enmarcó la Síndone en el arco temporal 1260-1390, tras la cual los “escépticos” aseguran haber zanjado el tema. Por supuesto, esto es falso porque, en primer lugar, supone ignorar el cúmulo de otras pruebas a favor de su autenticidad.
Pero, además –y dejando de lado ciertas irregularidades que se produjeron en el proceso de datación- hay numerosas razones que invalidan la prueba del carbono 14: en primer lugar, la tela ha sido expuesta durante siglos al aire y a la veneración pública. ¡Sobre la imagen hay restos de lágrimas, saliva y hasta carmín!
Si las dataciones por carbono 14 no son, en modo alguno, infalibles, en el caso de objetos que no han estado resguardados o enterrados son aún menos fiables. Por tanto, y dado que el deterioro experimentado por la tela es grande, el método no resulta fiable. Si la Iglesia ha cometido algún error en este asunto, ha sido por ingenuidad. De hecho, los análisis han sido abiertamente cuestionados y hasta sus resultados anulados en seis congresos científicos; incluso el coordinador de dichos congresos, Mr. Tite, ha abundado en esta opinión.
En fin, el director del Laboratorio de Datación por Radiocarbono de Oxford, C. Ramsey – que formó parte del equipo que realizó dicha datación en 1988- afirma que la sábana podría ser más antigua de lo que la famosa datación sugiere, admitiendo, así, la posibilidad de que se haya producido un rejuvenecimiento de la tela por diversos motivos (como, por ejemplo, por enriquecimiento de monóxido de carbono, tal y como ha venido argumentando desde hace años el estudioso norteamericano dr. John Jackson).
Entre tanto, más allá de una polémica que difícilmente se resolverá próximamente, el enigma nos sigue desafiando desde el punto de vista científico tanto como nos convoca desde el de la fe.