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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Vida de perros en Buckingham Palace

Llegados a la familia real británica de la mano de Jorge VI, los corgis de Isabel II consiguen despertar tanto amor en la soberana como odio entre sus sirvientes.

Seguro que ninguno de los corgis residentes en Buckingham Palace miró el domingo si le había tocado la lotería. Primero porque son perros y después porque el gordo ya les cayó al convertirse en mascotas de la Reina Isabel II y merendar, por ejemplo, scones desmigados sobre alguna confortable alfombra palaciega.

Lo cuenta el escritor Ignacio Peyró en un libro sobre Inglaterra de próxima aparición. “Millones de personas en todo el mundo ni siquiera soñarían con llevar la vida de los corgis reales. Jamás comen nada de lata: todo es fresco y cocinado ex profeso para ellos en los fogones de palacio en una dieta compuesta por solomillos, buenos cortes de chuletero, y el ocasional conejo cazado por William o Harry”. Si a usted también se le vienen a la mente adjetivos nada elogiosos para quien trata así a unos animales, por muy reales que sean, espere porque hay más. Añade Peyró que la Reina armó un número cierto día en que sospechó que la comida de sus perros era congelada y se dice que es ella misma la que desmigaja sobre la alfombra los scones recién horneados que completan la dieta de sus mascotas.

Llevados a la familia por Jorge VI antes de ser rey, el primer corgi -un perro pastor de origen galés- de la soberana le llegó a los 18 años. Se llamaba Susan y fue “la fundadora de una saga particularmente prolífica que la Reina ha ido criando hasta pasados los 85 años, cuando, abatida por la muerte de un perrillo especialmente querido, dejó de incrementar la prole”. El año pasado por estas fechas quedaban en Buckingham dos corgis y otros dos dorgis, un cruce de corgi y dachshund muy del agrado de ‘Queen Elizabeth’.

Es ella la que se encarga de que los perrillos no pasen una sola Navidad sin regalos y que siempre tengan a mano -o a pata- los botines especiales para pasear entre la grava. Lo que no ha hecho es dedicar un minuto a enseñar a los animales a ir al cajón. Ha preferido que el personal de Palacio lleve siempre pequeñas bolsas y sifones para limpiar las alfombras o muebles donde los corgis han decidido cumplir con las leyes más básicas de la naturaleza.

A nadie le extraña ya el odio que los perros son capaces de generar entre los trabajadores, pero ninguno lo dirá en alto si quiere conservar su puesto. Todos recuerdan el día que se fulminó a un sirviente que había comentado la comida de uno de los corgis -un filete- y había reconocido que él mismo se lo comería de buen grado.

Acostumbrados a viajar con la Reina, era un espectáculo verlos bajar del avión uno a uno y en brazos de algún criado o asistir, por ejemplo, a la presentación de los Juegos Olímpicos de Londres. De vuelta en Palacio, un merecido descanso en el Corgi room que, relata Peyró, la Reina les ha dispuesto junto a su salón particular y donde les espera una sábana fresca y limpia cada día.

Esta Nochebuena los corgis compartirán celebración con el resto de la familia real, también con el pequeño Príncipe Jorge. Junto a la razonable duda de quién recibirá más atenciones, si ellos o él, cabe esperar que algún sirviente proteja al pequeño de los también famosos arranques de furia de los animalillos, que ya han mordido a varios integrantes del servicio e incluso a su propia dueña que, “al ejercer sus buenos oficios diplomáticos entre dos de ellos, se llevó tres puntos en una mano”. Normal que Carlos de Inglaterra prefiera los labradores y que Lady Di se refiriera a los corgis de su suegra como “alfombras en movimiento”.  

*En la imagen: La Reina Isabel II regresa con sus corgis de Balmoral en 1969 | GETTY IMAGES

 

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