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Cambio de Tercio

La Economía del Toro

Diego Sánchez de la Cruz es colaborador habitual en prensa escrita, radio y televisión. Además, es director de la consultora Foro Regulación Inteligente, profesor universitario e investigador internacional del Instituto de Estudios Económicos. En clave taurina, participa en las tertulias y debates del canal Toros de Movistar, así como en otros espacios taurinos de medios, como EsRadio. Su proyecto "La Economía del Toro" es una de las cuentas más influyentes del sector taurino en redes como Twitter (+20.000 seguidores). Ha realizado decenas de estudios económicos y estadísticos del sector cultural taurino. Sus escritos taurinos de índole filosófico y artístico han sido reconocidos con el Premio Zumel de Ensayo Literario-Taurino en tres ocasiones.

La Economía del Toro

Diego Sánchez de la Cruz es colaborador habitual en prensa escrita, radio y televisión. Además, es director de la consultora Foro Regulación Inteligente, profesor universitario e investigador internacional del Instituto de Estudios Económicos. En clave taurina, participa en las tertulias y debates del canal Toros de Movistar, así como en otros espacios taurinos de medios, como EsRadio. Su proyecto "La Economía del Toro" es una de las cuentas más influyentes del sector taurino en redes como Twitter (+20.000 seguidores). Ha realizado decenas de estudios económicos y estadísticos del sector cultural taurino. Sus escritos taurinos de índole filosófico y artístico han sido reconocidos con el Premio Zumel de Ensayo Literario-Taurino en tres ocasiones.

Miguel Aranguren: «El enfrentamiento creativo entre un toro y un torero no tiene parangón»

21 de junio de 2024

Miguel Aranguren (1970) comenzó su carrera como novelista con apenas 19 años y firmó su primera columna de opinión en un diario de alcance nacional a los 23 años. Autor de numerosas obras y colaborador habitual de distintas revistas, diarios y portales, es asimismo un invitado habitual de distintas cadenas de radio y dirige el proyecto Excelencia Literaria. Su más reciente lanzamiento editorial se titula Toros para antitaurinos (Homo Legens).

¿Qué encontrará el lector en su libro? ¿Y en los extensos apéndices que ha incorporado? 

«Toros para antitaurinos» es un libro con muchas lecturas y, por tanto, va dirigido a muchos tipos de lectores. Hay quienes desean disfrutar de una experiencia literaria, y para ello cuentan con cinco relatos en los que he procurado acercar la tauromaquia a través de la narración (la historia de un toro indultado y su ganadero; la de un torero humilde en la última oportunidad de salvar su carrera; la de un muchacho universitario a quien le quema la vocación de convertirse en torero; la de un torerillo que se busca contratos por las plazas más humildes de Perú; la de una dirigente política de un partido animalista que conoce, de modo fortuito, los tendidos de Las Ventas). 

Otros lectores podrán conocer con detalle los ejes del espectáculo, comenzando por el toro (su origen y crianza), que es el vector fundamental de la Fiesta. También vivirán de una manera muy especial una tarde de toros (desde la organización de la corrida a la culminación del espectáculo), con una información ordenada que les hará pisar la plaza con la seguridad de quien ha dejado de ser un espectador ocasional. Con el libro conocerán en qué consiste el rejoneo, qué tipos de tauromaquias populares se celebran por el mundo, etc. 

Estoy convencido de que el lector se va a sorprender con los anexos. Es más, que se va a sorprender con la riqueza casi infinita que envuelve la tauromaquia. Por eso aprenderá algunos detalles referentes a la morfología del toro, se sorprenderá con el lenguaje taurino que usamos en nuestra habla coloquial y culta, comprobará la riqueza del vocabulario propio de la Fiesta, se maravillará de las dinastías toreras, etc. ¡Hasta vivirá una corrida junto a Alejandro Dumas, cronista circunstancial en la plaza de Madrid! 

Y, por supuesto, espero que el libro cuente con muchos lectores que vayan de la primera a la última página sin perder detalle, a lo que quizás ayuden las ilustraciones que he incluido, más de doscientas acuarelas que completan el texto y hacen más amable la lectura. 

¿Qué destacaría del prólogo de Diego Urdiales y de lo que supone contar con ese aval para su obra? 

Diego es un esteta, un artista de primera categoría, un hombre de una sensibilidad exquisita que entiende la tauromaquia como una llamada, una elección por la que le merece la pena jugarse el todo por el todo, con tal de rozar la médula de la belleza a través de la emoción. La emoción la pone el toro, con su bravura y violencia transformada. La belleza es cuestión del torero, que busca sin descanso el modo de convertir la condición bruta del animal en ritmo, compás, de manera que pueda dibujar con las yemas de los dedos el misterio del arte del instante, es decir, esa la conmoción que contagia los tendidos ante un movimiento detenido, que pasa y desaparece. 

Plaza 1

Por eso es tan importante que en Toros para antitaurinos Diego Urdiales haya hecho el esfuerzo de desentrañar su propia historia, de describir el pellizco que sintió de niño y que ha conducido el resto de su vida hacia la búsqueda infatigable de la armonía. Por eso sus faenas tienen el peso y el poso de las grandes obras maestras, con la ventaja y la desventaja de que duran lo que dura su ejecución. El toreo de Diego Urdiales precisa un análisis profundo, pues está cuajado de matices (el peso sobre una cadera, la apertura de la muñeca, la colocación de los pies…) que lo elevan más allá de los quince minutos en los que le vemos con el capote y la muleta. Detrás de cada uno de sus lances, de cada uno de sus pases existe una filosofía, una necesidad vital, un empeño en alcanzar la felicidad a través de la belleza para, desde el interior, entregársela al público. 

Además, claro está, Diego sabe que torero y toro se juegan su propia existencia durante esa búsqueda. Sin riesgo, sin la posibilidad de la cornada, sin el eco de la muerte, incluso sin el silencio del fracaso el toreo sería una danza sin interés.

¿De qué manera encaja la tauromaquia en una sociedad como la actual, en la que la corrección política ha logrado avanzar numerosas pretensiones censoras? 

La tauromaquia está muy por encima de cualquier circunstancia histórica. Como todas las Bellas Artes, no puede quedar al albur de la posible decadencia de una sociedad. Otra cosa es que le afecten, como a todas las realidades de nuestro mundo, los vaivenes ideológicos y los intereses de parte. En todo caso, hay elementos que me hacen creer que la fiesta de los toros se ha convertido en un revulsivo, algo así como una contracultura que responde, de manera ciertamente pacífica, a los políticos que se empeñan en diseñar un tipo de ciudadanía adormecida, que cede su libertad para que sean las autoridades las que la gestionen. 

La realidad incontestable del enfrentamiento creativo entre un toro y un torero, no tiene parangón con ninguna propuesta woke, ni resiste el mínimo discurso animalista, que ante la verdad de la vida y de la muerte se convierte en una caricatura lastimosa. Se habla de la presencia de los jóvenes en las plazas de toros. Los hemos visto en los últimos seriales de la feria de San Isidro, en las últimas ferias de Sevilla, en Fallas… Conmueve testificar cómo bajan al ruedo para sacar en hombros, por la puerta grande o la puerta del Príncipe, a los toreros que han logrado un triunfo. Esos jóvenes han encontrado héroes en los que mirarse, referentes que no ocultan los valores que iluminan su dedicación profesional, toreros que también son jóvenes y que han conseguido, con muchísimo esfuerzo, proezas que no están al alcance de cualquiera. 

¿Qué transmiten esos diestros para que produzcan semejante reacción en masa? 

Verdad. Entrega. Pureza. 

No hay censura capaz de doblegar el bien que captan los sentidos. Además, el toreo crea sensaciones tan positivas que afectan al comportamiento de esos aficionados (muchos de ellos estudiantes de instituto, de universidad o jovencísimos profesionales), que en el tumulto se comportan con alegría y elegancia, con un saber estar que ya quisieran para sí otras muchas reuniones de masas. 

¿Cuál es la justificación de la corrida en pleno siglo XXI? 

El arte no tiene otra justificación que la necesidad humana de trascendencia. Ante una obra de arte, si es auténtica, el ser humano no busca una causa, un beneficio sino una suma de interrogantes. Por eso, en el fondo, el arte no tiene valor; no vale para nada. Es decir, no tiene valor en sí mismo al tiempo que no hay nada más valioso para el hombre que ese encuentro con la magnanimidad de la obra artística. Respecto a la tauromaquia, existe un animal que no tiene otro fin que la corrida (morir a estoque en el ruedo, ante el respeto y la admiración del público), y existe un ser humano cuya inteligencia es capaz de hacer de la embestida indómita el pincel de una delicada acuarela. Mientras haya quien se conmueva con ese ejercicio gratuito, la corrida estará más que justificada, de igual modo que el “Guernica” de Picasso estará justificado mientras haya un solo espectador que se conmueva ante su mensaje y la plástica de su ejecución. Una corrida de toros exige unos ojos limpios, sin apriorismos, dispuestos a contemplar la lidia desde el asombro, así como unos conocimientos básicos para entender la razón de su liturgia. Por eso la tauromaquia no es un motivo para el debate, para la lucha dialéctica entre defensores y detractores, sino un drama que precisa de una narrativa, de una explicación, de una didáctica. Y esta es una de las principales razones por las que he escrito “Toros para antitaurinos”. 

¿Por qué cree que los aficionados tienden a ser negativos y críticos mientras que el público menos fiel se muestra a menudo entusiasmado? 

La plaza de toros es un caleidoscopio de las muchas españas que componen España. El español es autodestructivo, desconfiado, acomplejado… El español apenas conoce la grandeza de su historia, permite el paso al enemigo, se cree a pies juntillas lo que le cuentan aquellos que detestan nuestras hazañas. Por tanto, un aficionado a los toros sufre los mismos complejos, la sensación de que en el espectáculo siempre hay alguien que pretende estafarle (el ganadero, el torero o el empresario), de que las mejores páginas de la tauromaquia hace tiempo quedaron escritas (lo que es un gran embuste, pues nunca se ha toreado tan bien como ahora porque nunca se ha criado a un toro tan bravo como el actual), de que la Fiesta tiene sus días contados… Por eso es necesario alimentar un sano orgullo: España no sólo descubrió, conquistó y liberó un nuevo mundo, sino que llevó la fe, la ciencia, la academia y… los toros al otro lado del Océano. Los conquistadores no dudaron que la tauromaquia formaba parte del legado que merecían recibir aquellos nuevos hijos del Imperio español. Por este motivo, las prohibiciones a que se celebren espectáculos taurinos en México, Colombia, Ecuador… son cacicadas que tendrán tristísimas consecuencias, pues se llevan por delante siglos de convivencia, arte y cultura, un entorno de encuentro entre aficionados de todos los puntos cardinales que comparten una pasión pacífica, creativa y generadora de riqueza económica. Me pregunto qué lugar ocuparía la tauromaquia de haber nacido en Alemania, en Francia, en Gran Bretaña… Me pregunto qué lugar puede llegar a ocupar si los países emergentes (pienso en China y en algunos reinos árabes) descubren su enorme potencial. Pero, antes de nada, es nuestra, un espectáculo originariamente español, cuyo protagonista es un animal endémico de la península ibérica. Así que son nuestros complejos los que nos llevan a descuidarla, a maltratarla, a no protegerla desde todos los ámbitos, a denostarla y a politizarla. 

¿Qué le diría a los antitaurinos? ¿En qué se equivocan más y por qué deberían abrirse a un libro o un mensaje como el suyo? 

A los antitaurinos hay que tratarlos de uno en uno, mirarlos a los ojos con respeto, exigirles ese mismo respeto, escucharlos y pedirles que nos escuchen. Si llegamos a ese punto, será relativamente sencillo explicarles las razones del espectáculo, animarlos a visitar una ganadería para conocer el maravilloso proceso de la crianza de un animal imposible de domesticar que, además, garantiza el cuidado de la más delicada biodiversidad. También les pediría que me acompañaran durante un día de corrida para asistir al sorteo de las reses, al aparado, a las horas de hotel junto al torero (para que conozcan sus luchas, sus esperanzas, sus miedos…), al paseíllo y la lidia. Les pediría, por último, que analizaran aquellos elementos artesanales que también forman parte del espectáculo, desde la confección de los vestidos a la cartelería. Conocer es empezar a amar. No quiero decir, ni mucho menos, que un antitaurino esté llamado a enamorarse de la tauromaquia. Es más, entiendo que una vez realizada la experiencia continúe aborreciéndola por las más diversas razones (la sangre del animal o el riesgo que corre el torero). Sin embargo, cuando se muestra la Fiesta, sus detalles, sus razones, sus hitos, sus miserias (que también las tiene), sus ramificaciones en las más diversas muestras culturales, económicas y artísticas, la dinámica cambia porque se acaban los reduccionismos. El antitaurino descubre qué es el toro, cómo es, por qué se comporta de una manera tan territorial y agresiva, cuál es la razón de su crianza, por qué el ganadero y el torero lo tratan con veneración, lo cuidan, lo protegen. Y el antitaurino reconoce el derecho de cualquier niño a soñar la gloria en los ruedos, lo que desmonta la mentira interesada que identifica al diestro como a un maltratador y al espectador como una persona insensible que disfruta con el sufrimiento de los animales. Ahora, la premisa es que el antitaurino esté dispuesto a escuchar. O a leer, mejor, pues la lectura exige una reflexión pausada que nos permite adueñarnos de certezas.

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