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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

De Panamá a Delaware. Máculas en el gran transparente

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«Hoy, soldado mercenario, unas veces de la política, otras de la industria, y casi siempre de ambas a la vez, el anuncio y el artículo de forma son jaculatorias y preces a la limosna….»

Así se expresaba el filósofo español Eloy Luis André en 1906. Influenciado por Unamuno, don Eloy acertaba a emplear el adjetivo «mercenario» al referirse a una industria, la periodística, que siempre ha encontrado en vocablos como «transparencia», «investigación» o en expresiones ya arcaizantes como «luz y taquígrafos»,la justificación, incluso la necesidad de existencia de lo que se ha denominado «cuarto poder». Ocurre, sin embargo, que, al menos desde la perspectiva del materialismo filosófico fundado por Gustavo Bueno, el periodismo, que  agrandó su escala en el siglo XIX cuando la población comenzó a concentrarse de forma masiva en las ciudades tras el abandono del agro, mal podría ser el cuarto poder, pues los poderes políticos exceden en número a la famosa terna: ejecutivo, legislativo y judicial. El periodismo, en definitiva, como bien sabía Luis André, está vinculado a diversos poderes e instituciones, razón por la cual la publicitada transparencia se opaca con frecuencia en virtud de los intereses que sostienen a unos medios que a menudo filtran de manera interesada.

Recientemente, un colectivo llamado Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación ha destapado los Papeles de Panamá, inmediatamente publicitados como «la mayor investigación periodística de la Historia», en virtud de los más de 11,5 millones de documentos internos relacionados con las sociedades offshore en las que participan personajes de todo tipo y condición. Larvada desde hace tiempo, la filtración de los Papeles se ha realizado a través de 109 escogidas redacciones de 76 países, España entre ellos. Los medios patrios escogidos han sido la cadena televisiva impulsada por Zapatero, La Sexta, y el diario digital El Confidencial. Hasta hace poco minoritarios, estos grupos mediáticos se han encargado de ofrecer al vulgo una información que pone el foco sobre ese geográfico y comercial objeto de deseo, desde los decimonónicos tiempos del filibusterismo, que siempre fue Panamá para los Estados Unidos.

Previsiblemente, la masiva divulgación de datos supondrá, además del descrédito de algunas figuras públicas, la metafórica obturación de ese canal abierto en el capitalismo internacional que lleva por nombre Panamá. Un canal o gran fisura que sirve para eludir la presión fiscal, entendida como rapaz, ejercida por las naciones políticas que recubren el planeta sobre algunos ciudadanos.

La operación, orquestada bajo los míticos auspicios ideológicos de la búsqueda de una  desagradable verdad, cuenta sin duda con las bendiciones de la nación que tiene estampado en sus billetes el célebre lema teísta In God we trust, por más que para ello se emplee al rimbombante Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. De lo contrario, tras Panamá, bien podrían estos investigadores comenzar a dirigir su penetrante mirada hacia un estado diminuto, de una escala similar a la de los paraísos fiscales que se suelen enquistar en los pliegues de las capas corticales de las sociedades políticas, denominación que parece remitir a una suerte de roussoniana edad de la inocencia de la economía en la que el pecado confiscatorio no tuviera lugar. El nombre de tal estado, norteamericano para más señas, es Delaware.

En efecto, Delaware es el segundo estado más pequeño de Estados Unidos y uno de los menos poblados con menos de un millón de habitantes. Pese a ello, es un centro financiero de primer orden mundial que da cobijo a casi 300.000 empresas en un solo edificio, superando las 1.200.000 en todo su territorio, en virtud de su jurisdicción offshore corporativa, legislación que permite la exención de impuestos para sociedades limitadas en manos de extranjeros no residentes, siempre que no operen dentro del Estado. Tales condiciones favorecen que en Delaware tengan su sede central numerosas empresas que nos atrevemos a afirmar dan incluso sentido a tal Estado.

Todo es posible en la confidencial Delaware que nada quiere saber de la existencia de la usura. Incluso que una empresa, cuyo impuesto sobre sociedades es del 0% si no opera en EEUU, pueda tener una estructura unipersonal –circunstancia que sin duda favorece el cuórum en las juntas generales- en cuanto a sus cargos y accionariado del cual tampoco se pide conocer su composición en el estado que lleva por impreciso lema «Libertad e independencia».

 

La existencia de Delaware nos remite de nuevo a las palabras del escéptico, con respecto al maridaje entre periodismo y política, Luis André. Entonces, como hoy, afloraban a las páginas de los periódicos, hoy también a las telepantallas, determinadas informaciones que relegaban interesadamente a otras. El «santo contrato o la santa subvención», tan sospechosos para el orensano, pueden hoy también ser arrebatados u otorgados con arbitrariedad gracias, por ejemplo, a caprichosas concesiones, como ocurre en el caso de la publicidad institucional. Si tal ocurre en el sentido descendente que va del poder político o financiero al periodístico, en el ascendente, los medios mercenarios, que deben su existencia a la publicidad y las audiencias, sabrán jugar, como en este caso y otros similares, con la dosificación de la información. El manejo de los tiempos, de los titulares y espacios, muestra a las claras hasta qué punto la agitada transparencia no es sino un señuelo propagandístico que sólo un público ingenuo está dispuesto a aceptar beatíficamente.

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